Submun-dos (Kaz)

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Submun-dos (Kaz). Autsaider Cómics, 2015. Cartoné. 16 x 21 cm. 288 págs. B/N. 25 €

El cómic tiene un lenguaje secreto que va más allá de la secuencia o de lo que pasa entre las viñetas, y que tiene que ver la propia naturaleza del dibujo, que no es imitar a la realidad o plasmar referentes reales. En el dibujo no hay más física ni lógica que la que sus autores decidan asumir. Históricamente se han asumido reglas cercanas a la realidad y el dibujo dejó poco a poco de ser consciente de serlo para convertirse en un lenguaje transparente para contar historias. Sin embargo, siempre pervivió una corriente subterránea, una logia de iniciados que sabía que el poder del dibujo es otro. Y está en muchos de los pioneros del cómic de prensa, está en los dibujos animados clásicos de la Warner, y renace en algunas de las corrientes de vanguardia.

Esa tradición del slapstick y del garabato que arranca en el mismo Töpffer, transformada y enloquecida por el filtro underground, es la que explota Kaz en sus páginas. Submun-dos es el segundo libro que edita Autsaider Cómics, y es de nuevo un regalo maravilloso. Cada página es en su engañosa sencillez —porque late por debajo toda esta tradición que mencionaba— es un preciso reloj. El mecanismo del gag, la elección de los momentos y de las elipsis y el tono que requiere cada chiste son elementos esenciales y que se apoyan entre sí: si falla uno la página se va al traste. Pero Kaz los maneja a su antojo y se mueve en una variedad de registros sorprendente: puede pasar del humor negro más chungo a lo naif, e incluso jugar con lo meramente absurdo sin perder lucidez y gracia.

El dibujo es cartoon en origen, aunque una de sus cualidades que más me gustan es que cada personaje parece provenir de un universo diferente, no hay una sola regla para su diseño. Hay animales antropomórficos, como Creep la rata, un bruto humanoide, Snuff, que casi parece un primo lejanode Cowboy Henk, duentes, personas normales… Todo está integrado con la misma fluidez que los diferentes tonos. Leer estas páginas como una sola obra, del tirón, genera una sensación extraña y maravillosa, porque cada pequeña pieza parte de cero: no hay continuidad ni consecuencias en las acciones de los personajes, que ni evolucionan ni tienen personalidad. Son mecanismos que disparan el gag o la situación más o menos cómica. Sí hay algunas series, pero la cabecera que elige Kaz para cada página de cuatro viñetas no delimita ni el tono ni el tipo de humor, solamente los personajes que aparecen, y ni siquiera es así siempre.

Resulta muy interesante cómo pueden mezclarse el sexo más sórdido y las drogas con ideas absurdas —la redada de pollas, por ejemplo— y el tono reflexivo de algunas de las páginas —ese Mr. Panty Fog que cree que ha tenido una pesadilla lleno de horrores, hasta que se da cuenta de que no ha llegado a dormirse aún— e incluso algunos encantadores, que casi pasarían por humor blanco en otro contexto.

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Aunque los diálogos son muy importantes en la mayoría de las historias, en algunas de mis favoritas son mínimos, y dejan buena parte de la gracia en el ritmo y en el propio dibujo —volvemos a ese lenguaje secreto con el que iniciaba la crítica…—: por ejemplo las páginas del tipo que vive tumbado en la calle y, sobre todo, las de «Chico tímido», simplemente perfectas.

Kaz mira al pasado y se integra en la tradición explícitamente con citas a Krazy Kat o Little Lulu, pero al mismo tiempo sabe capturar la angustia y los problemas de comunicación de su tiempo. Las complejas relaciones humanas, el papel del amor y la amistad en un mundo que nos aboca a la permanente insatisfacción, y, en las tiras más oscuras, la fugacidad de la felicidad. Kaz es tanto poeta como filósofo, pero sobre todo es un tipo con un sentido del humor punzante y una habilidad para dibujar sus ideas sobrehumana.