Historias del barrio. Caminos (Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí)

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Historias del barrio. Caminos (Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí). Astiberri, 2014. Cartoné. 17x 24 cm. Color. 160 págs. 18 €

A primera vista, la segunda entrega de Historias del barrio, de título Caminos, presenta una sustancial diferencia respecto a la anterior: la portada. Al contrario que la aséptica presentación de actores que se eligió para el primer volumen, ésta aporta información, así como pinceladas que enriquecen el contenido. De entrada observamos una instantánea de uno de los rincones del barrio chino de Palma, excelentemente retratado por Bartolomé Seguí, en la que se ve a un joven Gabi (Beltrán, se entiende), el protagonista, solo con la bicicleta, mirando hacia la calleja que se abre a su izquierda, y desde donde llega la luz que ilumina la escena. Se halla como en un cruce de caminos, dudando, sin saber muy bien cual elegir. Pero si, además, le damos la vuelta al libro, vemos en la contracubierta que sus amigos se alejan, en grupo, de él, con Tárraga a la cabeza, mientras el último, Benjamín, es el único que se gira, a modo de despedida. Los lectores del primer tebeo sabemos ya el rol que juegan los personajes nombrados, como sabemos que Gabi arrastra entre los suyos la etiqueta de “raro”, puede que por ser más individualista, por ir, en cierta manera, por libre. Sin embargo, aquellos que no lo hayan leído, apreciarán de inmediato esa condición particular al observar con atención la ilustración descrita, que funciona como una introducción inmejorable.

            Hablando precisamente de introducciones, es obligado traer a colación el prólogo de Óscar Palmer, mallorquín como Beltrán y Seguí, para el álbum que dio inicio a la serie (o miniserie, si se prefiere, teniendo en cuenta que solo contará con tres números). Allí Palmer daba con todas las claves y repasaba con tino las principales características de la obra. Hablaba del carácter genuino de este cómic, por haber sido engendrado desde dentro del escenario que se pretende reconstruir. Señalaba la capacidad de reinvención de Seguí sin renunciar a su idiosincrasia como artista. Subrayaba la gran sintonía alcanzada entre escritor y dibujante. Nombraba, finalmente, el alto grado de fidelidad y de honestidad de ambos, así como la capacidad para recrear una atmósfera desaparecida, al menos, recordaba, a primera vista. Todos esos rasgos siguen presentes en Caminos, con el mismo vigor y la misma emoción.

            Esa es una de las grandes virtudes de Historias del barrio, la fuerza de la historia no mengua en ningún momento. Y eso que la estructura elegida, una falsa división en siete relatos de extensión variable -desde las ocho hasta las veinte planchas-, no lo facilita, pues obliga a que todos los capítulos mantengan una intensidad similar. Y escribo falsa, porque si bien cada uno tiene su título y su coherencia interna, en realidad son episodios sucesivos de un periodo clave en la vida de Beltrán. Funcionan por separado, claro (como se demostró con la inclusión de “Matemáticas” en la antología Panorama, coordinada por Santiago García), no obstante crecen al asociarse. Y creo que más todavía en esta nueva etapa. La mayor brevedad y sutileza de los textos incluidos entre las diferentes historietas, que ayuda a mantener el ritmo, es un reflejo de lo que ocurre a su vez en el interior de las mismas. Se aprecia a un Beltrán menos explícito, no porque no siga desnudando su alma y su pasado, no porque su voz haya dejado de ser íntima y desgarradora, sino porque confía más en la elipsis, en el símil, en su capacidad, y por ende en la de su colaborador, como narradores.

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            Sin desmerecer, ni mucho menos, aquella primera parte, esta prolongación mejora el conjunto, pues no olvidemos que no debe entenderse como una secuela sino como miembros de un mismo cuerpo. El propio Beltrán le confesaba a Kike Infame, en una entrevista publicada en febrero de 2013, que para él “no es una continuación en sí. Cuando acabemos con todo esto sólo habrá una obra. O al menos eso espero que entiendan los lectores de los próximos siglos”. Se comprende entonces el alto grado de homogeneidad, la natural evolución entre ambas. Aunque al Gabi de Caminos lo encontremos en el mismo lugar donde se quedó en el tomo precedente, cuando huyendo de casa buscó refugio tras una puerta que no sabíamos a dónde daba acceso, queda claro que ha crecido. Un crecimiento que se observa en su físico, cuenta ya con dieciséis años, y en su actitud. Irá teniendo, a medida que pasen las páginas, las ideas un (poco) más claras, y sufrirá, como es natural a esa edad, sus primeros desengaños amorosos. Cambios que quedarán perfectamente reflejados en dos detalles en apariencia superfluos, pero muy elocuentes. Uno: colgará definitivamente su camiseta de Joy Division, una banda de corta vida pero de carrera intensa, asediada por la desesperación y la muerte. Dos: sus viejas lecturas, revistas de cómics como Totem o 1984, dejaran paso a Steinbeck, Hemigway o Scott Fitzgerald, los máximos representantes de la llamada “generación perdida”.

           Reconocía también Beltrán en aquella conversación que si se escribe “desde el resentimiento obtendrás una sentencia, no una historia creíble con raíces en la vida”. Efectivamente en estas Historias del barrio no tropezaremos con ningún veredicto, ni con ningún consejo, ni mucho menos con juicios de valor. Descubriremos, y no sé si es oportuno definirlas por miedo a frivolizarlas, una experiencia vital difícil, dura, pero real, a lo que contribuye enormemente el trabajo de Seguí, uno de los mejores dibujantes españoles de los últimos veinticinco años.