Julie Doucet. Cómics (1986-1993) (Julie Doucet)

DOUCET-1_FINAL.indd

Julie Doucet. Cómics (1986-1993) (Julie Doucet). Fulgencio Pimentel, 2015. Cartoné. 17 x 24 cm. 256 págs. B/N. 25 €

Los años ochenta fueron una época maravillosa para hacer tebeos en Norteamérica. Hablo de los cómics autoeditados, de publicaciones al margen que se movían en un circuito alternativo, heredero del underground pero ya con las posibilidades de difusión limitadas porque el mercado había fagocitado (casi) todo. En 1986, el mismo año en que se publicaban Watchmen o The Dark Knight Returns, Julie Doucet comenzaba a publicar sus tebeos, bajo la influencia del gurú Robert Crumb. Dos años más tarde, lanzaba Dirty Plotte, su propia revista autoeditada, un hito del cómic independiente, pero que nunca llegó a alcanzar la repercusión del Yummy Fur de Chester Brown o el Palooka-Ville de Seth. Intentaremos averiguar por qué.

Las transformaciones sociales y políticas de la década de los ochenta, con el advenimiento del neoliberalismo y el recrudecimiento de la guerra fría como estremecedores signos de los tiempos, fueron un caldo de cultivo perfecto para la disidencia y el activismo desde el cómic. Hablo del ámbito anglosajón, en el que ya había existido un underground cuyos postulados —algunos, al menos— se habían incorporado al cómic independiente y por tanto integrado en el mercado. Había ya experiencias en el cómic autobiográfico y de crítica política más o menos cruda. Aunque el caso de Julie Doucet no se corresponde exactamente con lo que entendemos por cómic político, pienso que respira el mismo ambiente que éste. La joven Doucet vive en ese mundo, sin trabajo estable la mayor parte del tiempo, viviendo de subsidios, con el no future marcando su generación, con la duda constante en la identidad propia, incluyendo la sexual. Todo eso es la base del material que nos encontramos en este primer libro de las obras completas de la autora, que Fulgencio Pimentel ha publicado recientemente, acompañado de un precioso cuadernillo con extractos de entrevistas.

La obra de Doucet es profundamente personal, por supuesto, y el reflejo de los asuntos sociales es siempre oblicuo. Es la obra de búsqueda de una joven confusa, que plasma esa confusión de manera directa y visceral, sin cocer las historias y sin dobleces. Lo que me fascina de esta obra primeriza de Doucet es la mezcla entre la rabia punk y la inocencia de la juventud, que es lo que consigue que pueda dibujarlo todo. No se posiciona sobre nadie, ni pretende dar lecciones. Hay una línea muy fina que separa el expurgo emocional de la declaración de intenciones, y en esa línea es donde se mueve Doucet con equilibrio perfecto pero totalmente intuitivo. El discurso, que existe, no es meditado, no proviene de una reflexión intelectual. Se construye a través del acto, de la caligrafía inmediata que es el dibujo mutante y salvaje de Doucet, con ese pánico al espacio abierto y a la viñeta grande, con la minuciosidad con la que dibuja lo que existe —los objetos, los entornos reales— y lo que no existe —los sueños, los monstruos, las emociones.

Hay en el centro de su obra una relación tensísima con la madre, que marca no sólo cómo se ve a sí misma, sino su concepto de «lo femenino», con todas las trampas que el término conlleva, claro. Doucet construye su identidad en oposición de lo que su madre esperaba de ella, aunque luego, por supuesto, entre en matices y contradicciones. «De niña era una marimacho. Mi madre era del tipo autoritario y siempre estaba metiéndose conmigo, ninguneándome, riéndose de cómo vestía»; «Quise parecer más una chica, una mujer». «Mujer» y «lo femenino» como constructos sociales, como marcos que limitan lo que una puede decir y hacer. Doucet los desafía desde la incomprensión de su propia identidad, sin discurso intelectual elaborado, e incluso desde la negación de la militancia feminista, como explica que sucedía en su juventud. No cuadraba bien con otras mujeres y prefiere, como se ve en sus cómics, la compañía de hombres. Y no sólo dibuja cómics, que ya es inapropiado para una mujer, sino que los dibuja con cierto humor y acerca de su regla, de sus deseos sexuales y sus parafilias, se dibuja ejerciendo una violencia atroz vetada a las mujeres. Esta actitud hacia sí misma y el rechazo al rol que se le impone desde fuera me ha recordado mucho a Virginie Despentes, autora de Teoría King Kong (2006), un manifiesto cuya respuesta a las mismas cuestiones también pasa por la rabia y la destrucción de estereotipos, de uno y otro signo. La conexión más evidente está en historietas como «La agresión», en la que una mujer asaltada por la calle por varios hombres le revienta la cabeza a uno con una pistola; el rechazo a la victimización de las mujeres violadas es un argumento desarrollado ampliamente por Despentes.

También pienso que puede ser muy interesante comparar la obra de Doucet con la que estaba desarrollando paralelamente Alison Bechdel en Unas lesbianas de cuidado. Mientras que ésta es militante y activista, feminista declarada, discursiva, intelectual y decididamente volcada en lo comunitario —sus protagonistas actúan colectivamente en la defensa de sus ideas—, Doucet es todo lo contrario: introvertida, intuitiva, emocional e individualista. Bechdel mira hacia el mundo y se erige en crítica cronista de su época; Doucet mira hacia sí misma. Pero pienso que ambas, en cierta forma, están más cerca de lo que parece, y hacer que sus obras dialoguen entre sí me resulta un ejercicio interesantísimo.

doucet int

Una parte importante de la antología se refiere a los sueños dibujados de Julie Doucet, muchos de ellos de contenido sexual, que revelan una preocupación por el propio cuerpo y por la propia identidad, algo que también se refleja en las ficciones que dibuja, que siempre tienen algo de onírico. Como el dibujo no cambia de registro ni marca de ningún modo el tránsito entre realidad e imaginación, todo se impregna de una certeza: lo único que importa, lo único que existe, es el dibujo. Da lo mismo si es un sueño, una historia o la realidad. De nuevo, es desde las entrañas como Doucet pone en tela de juicio la frontera entre verdad y ficción en el arte y la irrelevancia de la respuesta a esa dicotomía, salvo si entendemos que la verdad de Doucet no tiene nada que ver con los hechos.

Otra de las cuestiones qué quizás más me han fascinado de su obra es la obsesión con la mutilación, que dirige hacia sí misma (pp. 6 y 7) y hacia los demás, por ejemplo en el descuartizamiento de un lector (pp. 101 a 103). También aparece en los sueños, donde puede ser herida o herir de formas variadas, pero también ser transformada en un hombre, una de sus fantasías recurrentes. «Si yo fuera un hombre», donde Doucet se dibuja a sí misma con una polla descomunal, es una de las cumbres de su obra.

Con el paso de los años estiliza su dibujo, y sobre todo entinta de un modo más limpio, a veces, diría, con un ojo puesto en Charles Burns, aunque todos sus rasgos siguen ahí. Va atreviéndose con historias más largas, en las que, por necesidad, debe elaborar más la narración, porque no basta con el esputo violento. Ahí también demuestra que, dentro de sus propios términos —bastante ajenos a historias clásicas de tres actos, como se puede imaginar—, se mueve con comodidad. La última historia del libro, «La primera vez», en la que cuenta cómo perdió la virginidad, es fantástica.

Julie Doucet tiene la rara habilidad de ser dulce y sórdida al mismo tiempo. Su obra es profundamente personal e intuitiva, pero al mismo tiempo es coherente en su conjunto, de un modo que sorprende. Julie Doucet. Cómics (1986-1993) permite recuperar toda la primera etapa de su producción, la más punki, la más tosca desde un punto de vista formal pero, tal vez, la más pura. Permite ver su evolución como dibujante, la aparición de sus fetiches y sus motivos recurrentes, cada vez más matizados y complejos, y cómo alcanza una madurez que terminará de explotar en la que es su obra más conocida, My New York Diary, que será incluída en el segundo libro. Para mí ha supuesto el descubrimiento definitivo de una autora tremenda, una de las joyas olvidadas del independiente norteamericano. ¿Por qué quien fue una influencia reconocida para autores como Chester Brown sufre hoy este olvido, y nunca ha gozado ni siquiera de lo que se entiende por popularidad en su propio circuito? Desde luego, el largo hiato en el que no ha dibujado nuevas páginas ha debido de contribuir a este olvido, pero también pienso que tiene que ver con los límites de lo que las convenciones establecen que una mujer puede dibujar. La obra de Doucet puede ser muy agresiva para ciertos lectores, porque ataca tanto los tópicos femeninos como los masculinos. Cuando se cuestiona su propia identidad sexual también nos está empujando a cuestionar las nuestras, y eso hay gente a la que pone muy nerviosa, igual que asuntos como la regla o incluso el deseo sexual de las mujeres, incómodo si no se manifiesta por canales heteropatriarcales y en los términos de las fantasías varoniles. Doucet no da tregua, pero en el fondo no lo hace aposta, no quiere provocar. Solamente está buscando algo. Y, en el camino, ha dejado una obra rica e inmensa, que me ha vuelto loco.