La vida es un tango y te piso bailando (Ramón Boldú)

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La vida es un tango y te piso bailando (Ramón Boldú). Astiberri, 2015. Cartoné con sobrecubiertas. 17 x 24 cm. 112 págs. Color. 18 €

Ramón Boldú es uno de los versos libres más interesantes del cómic español. Casi nadie se acuerda de él cuando hacemos memoria de la historia reciente del medio, pero ahí está, desde hace años, haciendo novelas gráficas antes de las novelas gráficas y haciendo autobiografía cuando nadie aquí la hacía. Con humor, claro, con una influencia clara de sus maestros, los humoristas iconoclastas de Francia y EE. UU. De hecho La vida es un tango y te piso bailando está dedicado, emotivamente, a Cabú y Wolinski.

En este nuevo libro, Boldú sigue haciendo lo que mejor sabe hacer: divagar, narrar sin contención ni estructura retazos de su vida, sin tomarse nunca en serio. El tono de vacile constante establece de inmediato una relación muy especial con el lector. Como él nunca desaparece de plano como narrador, casi parece que nos esté contando en un bar todo lo que le ha sucedido, o incluso su memoria familiar, la gran novedad de esta entrega. Como si fuera una especie de parodia de Maus o El arte de volar, Boldú habla con su padre para que le cuente sus experiencias durante la guerra civil y plasmarlas en un cómic, y vemos ese diálogo, superpuesto a la propia narración del padre. Lo que pasa es que, claro, hablamos de Boldú, y es todo maravillosamente pocho: tras el primer día de trabajo, se despide de su padre y le dice que volverá, dado que supone que tendrá mucho más que contarle, y el progenitor responde: «Pues no, creo que ya te lo he contado todo». Y así Boldú se desmarca, inteligentemente, de los grandes relatos y de las historias excepcionales para sumergirse en la mediocridad, en las historias comunes compartidas, en realidad, por la inmensa mayoría de españoles de la generación de su padre.

Hay mucha más pericia de la que parece en la manera en que Boldú nos cuenta todo esto. El humor a veces distrae, parece que lo que hace es fácil, pero acaba moviéndose en varios niveles a la vez, en un juego relativamente complejo: por ejemplo, me encanta cómo se introduce como espectador en el pasado y lo vive en tiempo real, incluso asustándose porque si matan a su padre él nunca nacerá. Son vaciles, ya decía antes, pero detrás de ellos hay un juego narrativo que sirve para quitar gravedad al discurso de su padre —que tampoco es que cuente las cosas como si fuera un gran drama— y sobre todo refleja la complicada relación que tuvo con él. La forma en que trató a su esposa en sus últimos años de vida, o lo estricto y hasta violento que era el modo de educar a su hijo, se abordan sin drama, cubiertos igualmente de humor, pero ahí están, y no hay medias tintas en ello.

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Pero una vez que ha contado lo que iba a ser el gran tema del libro en aproximadamente un tercio de sus páginas, Boldú simplemente sigue contando. Alguien con una vida como la suya  nunca va a quedarse en blanco. Esa renuncia al relato cerrado y a la planificación es lo que consigue algo muy difícil: dotar de inmediatez y hasta cierta oralidad a un medio que cuesta hacer inmediato, incluso aunque se dibuje a vuelapluma —vamos a decirlo: en algunas páginas demasiado a vuelapluma, pero es perdonable, no importa—. La deriva le lleva a contar más anécdotas de su época como currante en el Lib, pero también de su infancia, en el colegio, y más tarde como dibujante en ciernes. En especial es muy interesante su relación con Ferrándiz, un ilustrador histórico que marcó a Boldú, aunque luego su trabajo no tuviera nada que ver con el estilo del maestro.

También tiene relativa importancia un invento muy loco, un juego de tablero llamado el tango libre, inspirado en el ajedrez, pero con reglas no violentas, que intenta fabricar Boldú sin éxito y que se incluye en el libro, aprovechando la sobrecubierta. No lo he probado, así que no sé si es un buen juego, pero al menos supone un extra diferente a los habituales.

Por lo demás, La vida es un tango y te piso bailando es Boldú en estado puro, otra entrega de unas memorias en curso que desmontan el mito —como si hiciera falta— de que aquellos que recurren a la autobiografía a) son unos llorones y b) no tienen nada que contar.