Last Man (Balak, Sanlaville y Vivès)

last man port

Last Man 1 a 3 (Balak, Sanlaville y Vivès). Diábolo, 2013-2014. Rústica con sobrecubierta. 15 x 21 cm. 220 págs. c.u. Color y B/N. 14,95 € c.u.

Acabo de leerme del tirón los tres primeros tomos de Last Man, la serie creada por Balak, Michaël Sanlaville y Bastien Vivès y publicada en España por Diábolo. La he leído casi a ciegas, atraído simplemente por el dibujo de Vivès y el interés que me despierta cualquier cosa que haga —por mucho que algunos de sus trabajos no me convenzan demasiado—, pero me he encontrado con un cómic para adolescentes fantástico.

Los tres implicados desarrollan los argumentos juntos, y luego son Sanlaville y Vivès los que se encargan del dibujo, aunque el sello de este último en el resultado final es más que evidente. El ya-no-tan-jovencísimo Vivès sigue exhibiendo una habilidad para cierto tipo de dibujo casi indolente, aunque creo que el destinatario juvenil de Last Manha contribuido a que se controle, sin renunciar por eso a sus rasgos de estilo. Su talento para capturar las figuras, los movimientos y las emociones lo sitúan en un lugar preferente dentro de esa nouvelle BD a la que en realidad, por su edad, no llega a pertenecer del todo. Que se ponga al servicio de una historia de género puro podría verse, desde una postura artística, como una renuncia; pero, en realidad, está más próximo, o así me lo parece, a lo que hace gente como Sfar o Trondheim cuando abordan géneros de larga tradición en la BD: subvertir sus códigos y apropiárselos.

Pero antes de llegar a eso, me paece interesante ver qué quieren hacer sus autores con un producto tan calculado: la inspiración de los tomos de manga es obvia y manifiesta, para empezar, aunque el tamaño sea mayor. De hecho, como en aquéllos, las primeras páginas son a color y el resto en gama de grises. Hay cierto aire manga en la composición de las páginas, especialmente en las escenas de acción y en los combates, algo que se hace muy evidente cuando nos fijamos en la yuxtaposición de imagénes que suceden al mismo tiempo, diferentes aspectos de un mismo momento.

Sin embargo, es importante no caer en lo fácil; Last Man no es un manga, y en realidad la narrativa, la manera de contar, tiene mucho más que ver con el álbum europeo. El ritmo, la velocidad a la que se desarrolla el argumento, no tiene demasiado que ver con la parsimonia de muchos shonen. Es lógico: estos tomos no son recopilaciones de entregas semanales, sino que están pensados como piezas unitarias de una historia mayor, con su propia estructura interna.

Por otro lado, es cierto que en los personajes y las tramas encontramos motivos recurrentes en los mangas juveniles… pero son cuestiones que encontramos en toda la narrativa universal. A saber: hombre duro e indómito, que lleva a cuestas un secreto que se nos escamotea como lectores, extranjero en un mundo cuyas reglas no comprende. Ése es Richard Aldana; otro de los protagonistas es Adrian Velba, un chaval que ama la lucha, tan parao como muchos protagonistas de manga, lo suficientemente neutro como para permitir la identificación de cualquie lector. Y finalmente Marianne Velba, la madre soltera de Adrian, en principio una madre protectora y voluptuosa —no le puedes pedir imposibles a Vivès; no sabe dibujar de otra forma a las mujeres—, que después tendrá un interesantísimo giro. La serie busca por tanto al público juvenil sin ningún complejo, pero además me resulta muy interesante que lo hacen desde los medios y la cultura actuales, y no desde la tradición francobelga. Hay erotismo, hay violencia, algún chiste subido de tono, aparece un prostíbulo, incluso… Pero es que el público juvenil, de trece o catorce años, no sólo está acostumbrado a eso, sino que lo demanda. No hay nada preocupante en Last Man de cara a ese público, salvo si se es demasiado pacato, pero lo que tampoco hay es moralismo tópico. Es una serie que juega e invita a los lectores a entrar en el juego, en la que Vivès se recrea en los cuerpos —no sólo en los femeninos; creo que la escena más erótica de la serie es una ducha del fornido Aldana— e invita a mirarlos sin miedo, y sin sentirse culpable por esos primeros ardores adolescentes. E incluso se ofrecen unas pegatinas que pueden emplearse para customizar los tebeos.

last man int

Más allá de eso, el desarrollo de la serie es atractivo. Empieza de un modo clásico, provocando el encuentro de Adrian y Aldana por azar. Ambos forman equipo para combatir en un torneo de lucha por parejas, en el que es fácil rastrear la influencia de Dragon Ball y sus torneos de artes marciales, pero que, creo, mira mucho más en los videojuegos de lucha, que sabemos que tanto gustan a Vivès. Así, los luchadores controlan técnicas especiales que ejecutan gritando su nombre en voz alta, e incluso proyectan energía, como si fueran un hadouken. Me gusta mucho la manera en la que se trasladan las convenciones de esos videojuegos a la narrativa. Por ejemplo, las reglas impiden interrumpir una invocación, del mismo modo que cuando algo similar se activa en muchos juegos la acción se detiene hasta que ha concluido. Para dilucidar quién gana, además, una jueza lleva la cuenta de los golpes con los dedos de ambas manos: una réplica rudimentaria de las barras de energía que caracterizan a juegos como Street Fighter.

Más allá de ese recurso, es cierto que cumple un guión que ya hemos visto muchas veces: Aldana y la madre de Adrian se enamoran, la pareja de lucha derrota a los campeones y se alza con la copa, el chaval apocado cumple la primera fase de su viaje del héroe y encuentra su fuerza interior. Y es entonces cuando viene lo mejor: cuando parece que la serie va a tratar de una cosa, pega un giro radical y trata de otra. El secreto de Aldana se pone en el centro de la pista y se descubre que viene de un mundo unido por un camino secreto al medieval Valle de los Reyes. Hasta entonces algo sospechamos porque lo vemos montar en moto y fumar cigarros, pero al menos yo lo encajé de otro modo: es como si Aldana llegara del mundo real, y de hecho una de las cosas más divertidas es ver cómo su lógica chocaba con las mecánicas ficcionales de videojuego que regían los combates. Ver a un tipo como él barrer a hostias a tipos que son claramente personajes de un juego era muy divertido. Sin embargo, el giro desvela que en la figura de Marianne Velba se ocultaba no sólo una mujer increíblemente poderosa, sino la verdadera protagonista, que guarda a su vez secretos propios. El tercer tomo narra su viaje al otro mundo, en compañía de su hijo, un mundo que bien podría ser el de Mad Max hasta que llegan a un núcleo de población, al menos. No existe la magia y todo es mucho más sucio y más cínico. Las bandas de policías son el verdadero peligro, pero la sátira más venenosa se la guardan los autores para el sistema judicial: el juicio al que se ve sometida Marianne es hilarante.

Cuando en las últimas páginas retomamos a Aldana, hasta entonces ausente, y lo vemos llegar a una gran ciudad, es cuando somos totalmente conscientes de que, dentro de su ortodoxia, en Last Man caben muchos giros y puede pasar casi de todo. Y ésas son las series de género que yo particularmente puedo seguir hasta el final. Me ha parecido además un ejemplo perfecto de cómo puede hacerse un cómic con ambos ojos puestos por completo en el mercado, estudiando el público al que quieres llegar y ofreciendo un producto completamente estudiado, sin que eso suponga acomodarse o renunciar a la voz autoral. Al contrario: es un cómic profundamente de autor. En cierta forma me ha recordado al Battling Boy de Paul Pope por el tipo de propuesta al público juvenil que se hace, pero creo que Last Man es más fresca, y también más lúdica.