Perlas del infierno (Begoña García-Alén)

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Perlas del infierno (Begoña García-Alén). Fosfatina, 2014. Rústica. 17 x 24 cm. Color y B/N. 12 €

En los años 70, Toutain publicaba una colección de álbumes que llevaban por título Cuando el cómic es arte. Echando un vistazo a sus contenidos, uno se da cuenta de inmediato que el cómic era arte cuando estaba dibujado bonito. Sin embargo, en realidad estos cómics se vinculaban al arte de un modo muy superficial, y lo hacían además desde unos postulados reaccionarios, que miraban al arte de décadas antes para reivindicar el academicismo, mientras que seguían apoyándose en un modelo narrativo totalmente clásico.

Tiene mucho más que ver con el arte pictórico contemporáneo otro tipo de cómic, que surge más adelante, con Art Spiegelman y otros a la cabeza. Un cómic de autor que intenta liberarse de los modelos industriales y que abre los ojos, sin prejuicios, a lo que el mundo del arte del aquí y el ahora pueden ofrecer mediante la sinergia. La ruptura con el academicismo y, en última instancia, el figurativismo, han llegado muy tarde en el cómic —o no tanto, si tenemos en cuenta su corta vida y su condición de arte de masas—, y España no ha sido precisamente pionero. Tras unos breves años de experimentación en ese sentido durante los 80 —Micharmut o algunos de los componentes de Madriz, por ejemplo— parecía que la evolución del cómic de autor español no iba por esos derroteros. Sin embargo, en los últimos años sí está apareciendo, al fin, una generación de autores que rompe los códigos y mira, decididamente, al arte contemporáneo.

En esa generación puede incluirse esta misteriosa autora, Begoña García-Alén, que ha irrumpido a través de Fosfatina, un pequeño editor independientede Vigo. Como muchos otros autores jóvenes, García-Alén no parece interesada en encontrar una marca de estilo —que era una de las principales precupaciones de los dibujantes clásicos—, sino más bien en explorar territorios nuevos, con el estilo que cada uno le demande. Lujo infinito es el nombre de su fanzine, que lleva ya dos números publicados, pero el cómic que me ha interesado más es otro: Perlas del infierno. Se trata de una edición cuidadísima por parte de Fosfatina, que alberga cinco piezas —no estoy seguro de si debemos usar la palabra «historia» aquí— sin palabras, que se olvidan de casi cualquier norma narrativa básica y pretenden sumergirse en la más pura experimentación gráfica. En muchos casos ni siquiera hay un protagonista humano reconocible, simplemente formas, colores y texturas. Kandinsky parece un referente claro en al menos algunas páginas, pero hay mucho más.

En «La visión» las formas aparecen descompuestas desde el principio, y con el paso de las viñetas —una plantilla paradójicamente muy ortodoxa de 2 x 6— se concretan en formas figurativas, aunque el héroe sea un bulto que va pateando una pelota. No hay drama, sólo lo gráfico expandiéndose y generando sensaciones. El dibujo de García-Alén en estas páginas depura de todo artificio la línea, y juega con el blanco y negro para generar un contraste violento entre la primera y la segunda parte.

De esta semiabstracción pasamos a un par de páginas donde la anécdota es más concreta y reconocible: unos pies con zapatos de tacón que sufren un percance. Es la pieza más fría y hermética, y eso que es estrictamente figurativa.

También lo es «Número7», donde un personaje avanza por un paraje y, como si de un RPG se tratara, va encontrando objetos que usa para seguir avanzando y conseguir otros. El abrupto fundido a negro desbarata cualquier ilusión de clasicismo en la narración y certifica que los intereses de la autora son más líricos que épicos, por decirlo de algún modo.

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El placer estético puro se convierte en el protagonista absoluto en la última historia, de nuevo sin título —la anterior es una densísima página llena de pequeñas viñetas y múltiples acciones, pero sin orden dramático—. No es mi favorita pero seguramente sea la más significativa y relevante artísticamente, porque es la que mira más decididamente al arte moderno de galería con su profusión de colores y texturas, y la mezcla de materiales pictóricos. Las formas fluyen entre tres colores básicos y el blanco y negro del lápiz directo, y van configurando un estado de ánimo, como si fuera casi música ambiental. Entonces irrumpe la geometría básica de una sala de exposiciones donde se encuentra un cuadro abstracto, en el que nos introducimos para derivar una vez más a la figuración, con rostros e incluso diálogos —los únicos de todo el libro.

En conjunto, Perlas del infierno es un artefacto fascinante, visualmente poderoso y sugerente, incluso cuando García-Alén se pasa; precisamente en lo excesivo está la belleza. Es un cómic para perderse en él, sin más excusa que el puro goce. La reflexión, y las preguntas, en todo caso, vienen después. García-Alén no deja de experimentar y de cambiar de estilo, como decía al principio, pero en cierta forma tengo la sensación de que algunas de estas piezas son irrepetibles; quiero decir con esto que mientras que en el arte de galería tiene sentido realizar una serie de cuadros similares entre sí —y no sólo por los motivos económicos obvios—, una vez dibujada una secuencia como la que cierra este libro, ¿tiene sentido seguir explorando ese camino? Tal vez sean ejercicios que se agotan en sí mismos. O tal vez esté equivocado y hay toda una carrera que desarrollar aquí. Lo veremos, y eso es lo excitante de todo esto; estamos asistiendo el futuro.