Y nunca volvió a suceder (Sam Alden)

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Y nunca volvió (Sam Alden). DeHavilland, 2015. Rústica con solapas. 21,5 x 15 cm. B/N. 18 €

A Sam Alden lo descubrí el año pasado, en la antología The Best American Comics 2013, donde seleccionaron un extracto de su webcómic Haunter. Me gustó mucho. Sin haber cumplido todavía los treinta, Alden experimenta aún mucho con los estilos en sus diferentes obras, a pesar de que es evidente que, gráficamente, es ya muy sólido. Nunca volvió a suceder, el libro que ahora publica DeHavilland, contiene dos historias que tienen en común estar dibujadas únicamente a lápiz y moverse en un terreno íntimo que poco tiene que ver con la fantasía de Hora de aventuras, donde colabora, o con el citado Haunter.

Lo primero que puedo decir es lo que salta a la vista: Alden es un dibujante extraordinario, y cuanto más se suelta y se relaja, más lo demuestra. Aunque se adivina más trabajo del que parece en estas páginas, el resultado guarda una aparienciade dibujo al natural, de bosquejo rápido que busca capturar el instante y, al mismo tiempo, el movimiento. Es así especialmente en «Hawaii 1997» —prepublicado en el Tumblr del autor—, un relato en el que en realidad la peripecia es mínima, y lo que importan son las sensaciones, el clima, y el recuerdo que, en un giro magistral, descubrimos que es. Las formas que dibuja Alden son borrones en movimiento, y con ellas logra transmitir una sensación de realidad y vida vetada para el dibujo excesivamente realista o con base fotográfica. Aunque, en verdad, a mí el dibujo de esta historia me ha parecido muy realista, si entendemos que «lo realista» no es más que un código, un conjunto de convenciones a través del cual se representa lo que percibimos por los sentidos. Y yo creo que, por ejemplo, la increíble secuencia en el que el niño y la niña juegan a pisarse las sombras, se acerca más al modo en que percibimos las cosas que cualquier dibujo de Greg Land, por ejemplo. Más allá de eso, lo cierto es que aunque lo que hace Alden parezca muy vanguardista, en el fondo, no deja de estar inserto en una tradición muy de cómic: la captura del movimiento y la secuenciación del mismo de un modo naturalista está en los orígenes del medio y fue, de algún modo, lo que empezó a diferenciar al cómic de la ilustración o la caricatura —y aquí fue muy importante la influencia de las series fotográficas de gente como Muybridge, como ha señalado Roberto Bartual—. La diferencia es que Alden no pretende fijar en cada viñeta una fase del movimiento, sino representar su mismo fluir, y para ello debe soltar el trazo y emborronarlo.

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Tras el fantástico sabor de boca que deja «Hawaii 1997», «Anime» cambia mucho de registro. Nos vamos a la juventud y salimos del terreno de los recuerdos, por lo que el dibujo se concreta, se cierra más, aunque siga siendo dibujo a lápiz y ostente aún cierta ligereza. Se trata de una historia más detallada y con más recorrido, sobre una otaku sumida en una depresión que sueña con un viaje a Japón que le cambiará la vida: «Una vez esté allí, todo será más fácil para mí». Por supuesto, nada más lejos de la realidad, aunque la manera en la que Alden cuenta ese viaje nos escatima mucha información y logra una sensación de extrañamiento muy adecuada. La manera en la que resuelve la secuencia del viaje, pasto de tópicos visuales, es refrescante y, seguramente, lo que más me ha gustado de una historia interesante y potente pero que sorprende menos que su antecesora, seguramente porque se mueve en un terreno muy visitado por el cómic americano independiente —pienso, por ejemplo, en Adrian Tomine.

DeHavilland, como es habitual, ha realizado una edición impecable para un autor que merece empezar a ser conocido en el mercado español. Y nunca volvió a suceder puede ser la puerta de entrada perfecta al talento de Alden, y desde luego, ha sido toda una revelación.