Ángel Sefija tras el noveno arte (Mauro Entrialgo)

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Ángel Sefija tras el noveno arte (Mauro Entrialgo). Astiberri, 2015. Rústica con solapas. 18,7 x 24,4 cm. 80 págs. Color. 13 €

Quince años son muchos años. Más de los que parecen. En quince años tu ordenador alucinante preparado para entrar en el brillante futuro se ha convertido en chatarra. Una película simpática sin más puede convertirse en un mito plastoso; un bebé adorable se convierte en un vándalo adolescente. Y ese quinceañero sólo necesita quince años más para transformarse en un señor de treinta nostálgico de las mierdas que ponían en la tele cuando tenía quince. Pero ¿en qué se ha transformado Ángel Sefija en quince años?

Vale, la pregunta tiene trampa porque, en realidad, Ángel Sefija tras el noveno arte, el último libro recopilatorio de la serie, contiene material de los años 2012 y 2013, pero quince es un número más literario que catorce y medio. Pero sí es cierto que esa reflexión la he tenido presente durante toda mi lectura, quizá porque ha coincidido con que, durante el verano, he estado releyendo intermitentemente algunas páginas antiguas. Formalmente hay evolución, si bien no cambios radicales: puede que ahora Entrialgo experimente menos con el formato de la página —aunque aún nos regale algunas tan bonitas como la página 77—, y a veces el texto se adueña de la misma porque el análisis así lo pide. Y los mecanismos para generar humor siguen siendo los mismos: analogías, juegos de palabras, equívocos…

Tal vez por tener fresco el material antiguo el tiempo ha sido un tema que no me ha costado encontrar en la nueva entrega —y me sorprendí al leer el prólogo de Adriana Herreros y ver que ella también reflexionaba sobre eso—. Ángel Sefija es una crónica del día a día, un muestrario de las preocupaciones que en cada momento nos han ocupado. Su lectura es una forma rápida y sorprendentemente preclara de ver cómo han cambiado nuestros gustos y hábitos: de cómo nos vamos haciendo mayores, por decirlo claro. Entrialgo no pierde su capacidad de observación, y su visión de lo que le rodea, un tanto obsesiva —de otro modo esta serie no sería lo que es—, sigue siendo lúcida y cínica. Pero lo que no es nunca es nostálgica: es justamente lo contrario. Hay un deseo siempre de capturar el momento actual, de dejar constancia de lo que somos aquí y ahora, de entender el presente. Sin decir que todo es una mierda, o que ahora la gente esto o lo otro, o decirnos cómo molaba antes la música, la tele o los cómics: en la mirada de Sefija, todo ha sido siempre igual de criticable, igual de bueno o de malo.

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Porque si Ángel Sefija es útil para saber en qué hemos cambiado, diría que lo es aún más para saber en qué no cambiamos ni cambiaremos nunca: las inercias sociales, los pequeños engaños cotidianos que nos hacemos a nosotros mismos y que nos permiten tirar adelante, el escaqueo, el morro de cemento. Sin llegar a ser negra, la visión de la sociedad de Entrialgo sí es bastante cínica, lo cual tiene una ventaja: si aceptamos que la gente está llena de defectos, es más fácil entenderla y convivir.

Pero lo personal explica lo colectivo, y es ahí donde Ángel Sefija ofrece una lectura secundaria imprescindible. La obra de Entrialgo rara vez ha sido explícitamente política, incluso es raro que mencione a algún político, pero son temas que siempre están de fondo. Progresivamente en las páginas de su serie han ido apareciendo los chanchullos de la política municipal —se nota que Entrialgo reside en Madrid, aunque con el tiempo me temo que esos chanchullos han acabado siendo comunes en todas partes—, la asfixia de la cultura, del pequeño comercio y de todo lo que se salga de los postulados del neoliberalismo moderno, y por supuesto la crisis económica, en su aspecto más humano, sin caer en la lágrima o en el chiste buenista, al contrario: hay mucha mala leche en una página como «Tres tendencias en los supermercados contemporáneos»: una mujer señala que le da pena ver cómo un señor compra una ración unipersonal, porque evidencia que está muy solo, y éste responde: «Por eso no se preocupe, señora, si yo vivo con mi mujer y tres hijos… Lo que pasa es que no nos llega el dinero para más». Auch.

El mercado del arte contemporáneo y la vida nocturna siguen siendo temas recurrentes, a los que se suma la ascenso de lo hipster y lo retro, en algunas páginas brillantes —sobre todo la página 64—, pero hay una temática que siempre ha sido del interés de Entrialgo y de Ángel, que ahora se vuelve central: la tecnología y las redes sociales. A principio de los dos mil Sefija ironizaba sobre la incompetencia a la hora de enviar correos electrónicos o la cutrez de un concurso institucional que aceptaba la entrega de obras en disquetes; ahora sus reflexiones evidencian, sin rollos apocalípticos raros, cómo Facebook, Twitter y Whatsapp se han infiltrado en nuestra vida social, hasta casi monopolizarla en muchos casos. De la observación de esos nuevos patrones en las relaciones humanas surgen algunos de los gags más lúcidos de este libro, como el del alcalde que se ocupa de su propio Twitter (p. 70), los usos del Whatsapp (p. 53) o los motivos para retuitear (p. 30).

¿Qué pasará en los próximos quince años? ¿Sobrevivirá Ángel Sefija, se convertirá en viejo nostálgico algún día, o seguirá metiendo el dedo en el ojo? ¿Se mudará al medio digital o aguantará en el papel? Quién sabe. De momento me conformo con estar yo por aquí para comprobarlo.