El mundo a tus pies (Nadar)

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El mundo a tus pies (Nadar). Astiberri, 2015. Cartoné. 24 x 17 cm (formato apaisado). 224 págs. Color. 21 €

Hace unos dos años Pep Domingo, alias Nadar, sorprendió con Papel estrujado, una novela gráfica de cuatrocientas páginas que supuso uno de los debuts más contundentes que recuerdo. Las expectativas respecto a su segunda obra eran altas, y más teniendo en cuenta que había manifestado al concluir Papel estrujado que ya estaba trabajando en un cómic que afrontara los problemas de su generación. El mundo a tu pies es ese cómic, y creo que ha estado a la altura de sobra.

Lo bueno de realizar obras de tan larga extensión es que se aprende mucho en el proceso, y por tanto los saltos cualitativos son más significativos. A mí me parece que Nadar ha sabido pulir las aristas que podía tener su primer cómic en todos los aspectos, pero sobre todo en construcción de personajes y en el dibujo. No es que ninguna de estas dos cuestiones fuera deficitaria, al contrario, pero pienso que son las dos en las que más se nota la experiencia de Nadar. No es casualidad que en ambos libros los personajes tengan un peso clave y específico; pero mientras que en Papel estrujado estaban insertos en una historia de influencias realistas mágicas, llena de serendipias y simbología, ahora nos encontramos con tres historias breves —aunque cada una de ellas es más larga que un álbum clásico, en realidad— donde los personajes están totalmente apegados a su —nuestra— realidad cotidiana, sin símbolos ni líricas: sólo cruda realidad y conversaciones naturalistas. El dibujo —mejor, más hecho, más cerrado el estilo que en el anterior libro— acompaña ese tono, que se intuye muy estudiado, ambientando esas historias en el aquí y el ahora: muebles, calles, electrodomésticos, pero sobre todo ropa y peinados de los personajes nos anclan a nuestro presente. Y era necesario, porque precisamente El mundo a tus pies pretende ser una crónica veraz de hechos que tienen lugar en España a fecha de hoy; si fallaba el suelo, la caracterización, o los ambientes, todo se vendría abajo.

Pero el edificio de tres plantas construido por Nadar es, por el contrario, bien sólido. Los personajes respiran en cada uno de sus detalles, y están llenos de los matices que asociamos a la gente real, lejos de los clichés de género y de los comportamientos ad hoc para desencadenar tramas que hemos aprendido a buscar en las ficciones. Las historias de El mundo a tus pies lo son, pero no lo parecen, y ahí está la clave. Los tres protagonistas y los secundarios, casi todos parte de la generación de Nadar —nacido en 1985—, hacen frente a situaciones bien conocidas y sufridas por casi todos los españoles de esa edad: el empleo precario, el paro, tenerse que marchar a otro país dejando todo atrás… La precariedad se ha convertido en una forma de vida, y Nadar, consciente de ello, se centra en las consecuencias más personales de esa crisis que nos han vendido que es culpa nuestra, y cuando digo nuestra no sólo me refiero a toda la ciudadanía, sino en particular a una generación que lo ha tenido todo, que ha vivido muy bien o no sabe lo que es el esfuerzo.

La autoayuda y el coaching neoliberales —pleonasmo— nos ha intentado convencer de que, si hemos fracasado, es porque no lo hemos intentado lo suficiente. Que dan igual la legislación laboral, los recortes salvajes en educación, sanidad y asuntos sociales, o los abusos bancarios: el problema está en nosotros, que no hemos sonreído lo suficiente, que no trabajamos lo suficiente, que no echamos las suficientes horas en la oficina. Nos han vendido la idea de que lo importante está en nosotros, en cada individuo, y una vez que la hemos comprado ha sido sencillo hacernos desconfiar de lo colectivo, del compañerismo. No nos fiamos de nadie, y buscamos solamente nuestro beneficio personal. Por supuesto, ha sido muy fácil, habiendo llegado a ese estado mental, despedazar nuestros derechos con excusas de crisis provocadas desde arriba de las que pretenden responsabilizar a los de abajo: sí, la culpa de la quiebra de los bancos está en tus vacaciones en Benidorm de hace diez años.

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En ese escenario es en el que se desarrollan los acontecimientos relatados en las tres historias de El mundo a tus pies. Carlos es un ingeniero que trabaja en una franquicia de ropa moderna y no puede más; acepta entonces una oferta de trabajo de lo suyo en Estonia, y tiene que afrontar las consecuencias: separarse de su pareja, Diego, de su mejor amiga, Miriam, que tiene tres trabajos distintos y ni aun así puede prosperar. En la segunda historia el protagonista es David, un joven desempleado, sin estudios, que vive con su madre y su abuelo, totalmente dependiente. Harto de no encontrar trabajo, prueba suerte con un anuncio en el periódico de una mujer madura que paga a cambio de sexo. Sara, en la última historia, es una licenciada en Historia que trabaja como teleoperadora por cuatro duros, y cuya pareja le saca de quicio con su actitud conformista y su podríamos estar peor. Es la encarnación más clara de la rabia generacional, de esa rebelión contra los valores de los padres y contra el conformismo y los argumentos de mierda que nos empujan al silencio, porque al menos no nos morimos de hambre.

Las tres historias me parecen interesantes, y narrativamente comparten sus virtudes, pero me interesa la comparación que se puede hacer entre ellas porque, en las decisiones de sus protagonistas, encontramos tres opciones posibles ante la crisis: Carlos toma uno de los caminos que marca el sistema, David rompe la baraja y escoge crearse su propio camino en los márgenes de ese sistema —y también de su moral—, Sara, cuya historia es la de final más abierto, bordea el límite de la depresión, del colapso ante la situación asfixiante.

Pero hasta llegar a esos finales, hay muchos momentos significativos, y casi diría que definitorios del mensaje de Nadar. Uno de ellos es la conversación entre David y un viejo amigo, ya casado y con hija, en la que recuerdan el 15 M, al ver David una vieja máscara de V de Vendetta: «¿En qué ha quedado todo esto? Joder, parece que han pasado cien años.». Su amigo le suelta entonces una sarta de tópicos de bar, «Tendríamos que liarla parda», «… si nos moviéramos un poco…», para luego pasar de todo y ponerse a tocar la guitarra. La escena ilustra que esta generación, al igual que la que salió a la calle durante el final del franquismo y la transición, ha tenido su propio proceso de desencanto, quizás incluso más rápido. Por asumir eso cobra más fuerza la otra secuencia clave de El mundo a tus pies: la fuerte discusión que en la tercera historia tienen Sara y sus padres, progres aburguesados que representan precisamente ese acomodo de la generación que corrió delante de los grises. Incluso admitiendo que Nadar dirige un tanto la conversación para que Sara la gane, da muchas de las claves del conflicto intergeneracional y da forma a esa rabia, tal vez no muy noble, pero sí muy humana, que a veces nos domina. «Muchos de tus amigos revolucionarios del ayer soy hoy en día unos peces gordos ricachones que se llenan los bolsillos a costa de la juventud» es una verdad incontestable. Como también lo es que los que iniciaron la reforma laboral que aún sufrimos luego no tenían ningún problema en entonar la Internacional.

Nadar ha conseguido plasmar la cara más oscura de la crisis, la más invisibilizada, pero al mismo tiempo la más jodida: la emocional, la que nos afecta en el día a día. Es imposible no reconocerse en las situaciones cotidianas que viven sus protagonistas, en la búsqueda infructuosa de empleo, en la sensación desencajada que provoca esa pareja de amigos que te dicen que por seiscientos euros se puede hacer un viajecito a Vietnam porque allí todo es muy barato —vacaciones pseudoburguesas a costa de países aún más precarios que el nuestro—, cuando tú tienes problemas para comer todos los días, en la rabia que provoca que alguien te diga que al menos tenemos casa/comida/agua caliente. No es, sin embargo, un relato exculpatorio. Los personajes de Nadar también han cometido errores, también son responsables de su situación, y toman decisiones. Lo hacen presionados, eso sí, por la situación laboral y social, que es una losa, que marca las relaciones de amistad y de pareja, que agria el carácter y nos hace olvidar lo que somos, porque nada despersonaliza más que convertirse en un número en una lista de parados. Logra incluso perfilar el abismo de la depresión, un tabú del que apenas se está hablando en los medios, pero que está ahí y nos sacude como nunca antes. Hay espacio para el humor, aunque sea agridulce, ya que Nadar apuesta decididamente por un camino narrativo dramático. Y eso incluso a pesar de que, creo, el mensaje final de las tres historias es más o menos positivo según el caso: decididamente esperanzador en el primero, un tanto cínico en el segundo, y abierto e interrogante en el tercero.

Me alegra que El mundo a tus pies llegue ahora, cuando la maquinaria mediática del poder ya ha empezado a machacarnos con la recuperación económica, a pesar de que las cosas en la calle sigan igual o incluso peor. Es necesario denunciar ciertas cosas, dejar constancia de que esto ha pasado. La manera en la que cada uno afronte su situación personal es, justamente, personal, pero hay un relato colectivo que hay que trazar. Y Nadar ha dibujado una parte importante del mismo.