La formidable invasión mongola (Shintaro Kago)

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La formidable invasión mongola (Shintaro Kago). ECC, 2015. Rústica con sobrecubierta. 192 págs. B/N. 11,95 €

Tras una ausencia motivada por el cese de actividad de EDT, volvemos a tener una obra de Shintaro Kago en castellano, esta vez bajo el sello de ECC, que está últimamente esforzándose en publicar mangas adultos muy interesantes. La formidable invasión mongola contiene una única historia, seguramente la más larga que se ha publicado hasta en momento en España. Se trata de un cómic reciente, publicado en Japón en 2014, que muestra a un Kago relativamente conservador en lo formal, alejado de los experimentos metanarrativos que deslumbraron en aquel hito que fue Reproducción por mitosis y otras historias. En este libro la estructura de la página es bastante convencional, y todos los elementos extradiegéticos se mantienen en su sitio, sin que haya ninguna clase de ruptura de os cánones narrativos. Tampoco hay mucho del Kago más retorcido, el que manipula la carne y los sexos con mente perversa y lápiz de cirujano: no es un eroguro, sino, más bien, una obra donde da rienda suelta a su lado más cómico —siempre presente, por otro lado— y que se convierte en una sátira social y política plenamente inserta en la tradición del género.

El punto de partida de la historia es el descubrimiento de unos seres humanos gigantescos que son tomados por dioses, cuyas manos, al ser cortadas, pueden emplearse como monturas. Como son los mongoles de Gengis Kan los descubridores de esta maravilla, a partir de entonces y hasta el siglo XX se conocerán a estas manos gigantes como caballos mongoles. Esta divergencia con nuestra realidad cambia muy poco su historia, en el fondo: seguimos teniendo una era de descubrimientos, una revolución industrial, una gran guerra, y una crisis en el 29. Sólo cambian los detalles, y el hecho de que los caballos mongoles se convierten en la principal fuente de energía de la humanidad, sin que la máquina de vapor o el motor eléctrico se lleguen a inventar: todos los medios de locomoción se basan en diferentes variantes del caballo mongol. Esta idea absurda, en el fondo puro Kago, se desarrolla de un modo muy lógico: los diferentes inventores cuyas aportaciones fueron claves en el avance de los transportes y los medios de producción van investigando acerca de su naturaleza y funcionamiento. Así, se descubre que si se posee un brazo entero, éste puede ir generando nuevas manos indefinidamente, y que alimentándolas con distintas sustancias pueden durar más e incluso generar cuerpos amorfos.

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No hace falta decir que uno de los atractivos de La formidable invasión mongola está en todas las grotescas situaciones que se derivan del hecho de que todos los vehículos se mueven mediante una o varias manos que se arrastran por el suelo a toda velocidad. El retrato que hace de algunos personajes históricos es glorioso: Watt es un tipo con el poder de detectar cualquier fallo en objetos y personas, fallos que lo excitan sexualmente; Henry Ford es aún mejor, un pirado obsesionado con su cadena de montaje, que emplea en sus orgías. Pero por encima de todo ello, me interesa la lectura que hace de nuestra historia, con la excusa del elemento fantástico, que en el fondo no marca ninguna diferencia en lo esencial: la naturaleza humana.

Es raro leer una historia en la que Kago deje de fondo su gran tema —o uno de ellos—: el cuerpo humano como máquina viva, y se centra en cuestiones sociales y económicas. De ahí que considere este cómic, sobre todo, una gran sátira. Por ejemplo, las consecuencias sociales de la revolución industrial, por ejemplo, desempleando a los trabajadores del sector textil, problema que Watt zanja con despreocupación arrogante: «¡Aquellos que no se suban al tren del progreso se quedarán atrás!». O mis capítulos favoritos, los que reconstruyen una gran guerra demencial, con los soldados cavando trincheras hasta convertirlas en sus hogares, con salas de recreo, iglesias y burdeles, y las máquinas movidas por caballos mongoles aplastándolos como a insectos. La posguerra es aún más afilada en su crítica, ya que el ejército francés, para recuperar la demografía del país, inventa juegos consistentes en buscar cadáveres de mujeres para que los tullidos soldados supervivientes recuperen su «instinto de macho»: una de esas grotescas locuras que Kago no puede evitar incluir en sus obras, incluso aunque sea una comedida como ésta.

El final de la obra decepciona un poco porque Kago no recurre al desmadre definitivo y sin vuelta atrás que acostumbra a emplear, ese «llegar a las últimas consecuencias» característico de su obra, sino que más bien termina en un punto cualquiera como podría haber sido otro. De hecho, me habría resultado muy interesante que siguiera avanzando y mostrara el resto del siglo XX mediatizado por la existencia de los caballos mongoles; ¿qué habría descubierto la ciencia moderna sobre ellos? ¿Cómo habría sido la carrera espacial?  Son preguntas que quedan sin respuesta en una obra que, por lo demás, es una lectura divertidísima, con un ritmo endiablado. No será el Kago que pase a la historia, pero eso no siempre importa demasiado.