Necrópolis (Marcos Prior)

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Necrópolis (Marcos Prior). Astiberri, 2015. Cartoné. 17 x 26 cm. 120 págs. Color. 16€

Hasta fechas recientes, el cómic español no ha prestado demasiado atención a la actualidad sociopolítica, a excepción del humor gráfico. No es un caso único: no es que, por ejemplo, la novela de los años 90 fuera, en general, una literatura de denuncia. Pero sí es cierto que el cómic carga con toda una tradición de géneros fantásticos en los que las cuestiones políticas debían ser convenientemente codificadas y casi ocultadas. Se podía hablar de ello, pero a través de alegorías que lo maquillaran y limitaran el alcance y la profundidad con los que se podía tratar. Pero las circunstancias actuales y la crisis del sistema que estamos viviendo desde hace más años de los que estamos dispuestos a admitir han espoleado a la ficción, o, al menos, a parte de ella, que está empezando a preguntarse qué ha estado pasando aquí.

Para hacer eso bien, claro, hace falta algo más que voluntad. Es precisa una formación, un interés por estar informado y profundizar en estos asuntos más allá de lo obvio. Por eso no me canso de reivindicar la figura de Marcos Prior, un autor que desde sus inicios en las páginas de El Víbora —con Rosario y los inagotables, junto a Artur Laperla—, ha progresado y se ha anticipado a este reciente fenómeno del cómic político con varias obras, tanto en solitario como junto al dibujante Danide, en las que se ha sumergido en áreas que al cómic le han resultado muy ajenas: sociología, política, economía y teoría de la comunicación. Nada menos.

Por supuesto, para ello Prior ha tenido que ir perfilando todo un modo de contar las cosas, al tiempo que generaba herramientas narrativas y discursivas apropiadas para su objetivo. Como le sucedió antes a Art Spiegelman respecto a la memoria familiar y a Joe Sacco respecto al periodismo, Prior se encontró con un medio en el que no había casi nada a lo que agarrarse, así que en buena medida su obra ha sido un proceso de configuración de una narrativa que le permitiera tratar los temas que le interesaban. No es que Fallos de raccord (Diábolo, 2008), El año de los cuatro emperadores (Diábolo, 2012) o Potlatch (con Danide; Norma, 2013) sean diferentes fases del mismo proceso; al contrario, son muy distintas entre sí y tienen su propia personalidad. Pero se aprecian constantes, tanto temáticas como formales, que de algún modo ofrecen en esta nueva obra, Necrópolis, su mejor versión.

El trabajo de Marcos Prior tiene tres pilares, en mi opinión. El primero es el estudio y la documentación, la visión amplia y crítica de las cosas, la comprensión profunda de la realidad sociopolítica y económica —y la certeza de que están estrechamente unidas—; el segundo es el ritmo sincopado, la narrativa fragmentada, formada por pequeñas piezas y violentas elipsis; y el tercero es el componente transmedia, la mezcla de medios de comunicación, que obviamente es un artificio: siempre estamos ante un cómic en papel impreso. Pero Prior consigue que la acción avance mejor, y la información se transmite de un modo más eficaz si se replica un muro de Facebook, un vídeo de Youtube, una entrevista en un periódico o una tertulia televisiva.

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Todos estos puntos están relacionados entre sí, y en la fusión cada vez más perfecta de las tres cuestiones reside el éxito creativo de Marcos Prior. Tomemos el ejemplo que toca ahora mismo, Necrópolis. Es un libro relativamente breve, lo que obliga a concretar y sintetizar, a no ser excesivamente discursivo y mostrar a través de la acción. El trazo de Prior remite más claramente que nunca al Frank Miller de los ochenta: líneas rotas, formas angulosas, caras ligeramente caricaturizadas cuando el personaje la pide, viñetas horizontales, rejillas de cuatro por cuatro viñetas regulares para algunas secuencias… De Miller toma el recurso de las viñetas-televisor, también, aunque Prior lo lleve por otros derroteros. Desde el título, se nos sitúa en un escenario muy claro: una ciudad muerta, o habitada por muertos. New Poole, una ciudad ficticia, reflejo de todas las grandes urbes y al mismo tiempo ninguna en concreto, como sucede en muchos otros cómics de Prior, lo que le permite hablar de cuestiones universales. Los personajes que aparecen tampoco remiten exactamente a personas reales, pero tienen elementos reconocibles, a la manera del ¡García! (Astiberri, 2015) de Santiago García y Luis Bustos. Con esta obra también tiene en común la localización en un futuro cercano, distópico pero plausible.

Necrópolis comienza presentando esa ciudad por venir, sombría y fría, donde la gente ha olvidado la solidaridad y unos misteriosos apagones provocan una ola de asesinatos en los barrios más deprimidos. En esta necrópolis del futuro, las diferencias sociales se han acentuado hasta fragmentar radicalmente a la sociedad, y la gentrificación se ha desatado por completo. Una vez presentado el escenario, conocemos a la gente de New Poole, que gracias al dibujo de Prior y su puesta en escena —con esa plantilla uniforme de viñetas, que le permite una sucesión de primeros planos— se diferencia y evita la homogeneización de la masa. Vemos, en una secuencia muda magistral, cómo la violencia es común en las calles, donde las bandas rivales quedan para pelearse, la policía no hace gran cosa y los vecinos se organizan en patrullas de vigilantes que acaban liándola. Son secuencias en las que no falta un humor sutil, irónico, del que Prior nunca se desprende. Por ejemplo, es inevitable no sonreír al descubrir un programa de televisión presentado por una marioneta youtuber, evolución —por llamarlo algo— lógica de El hormiguero. O cuando, al hilo de los disturbios, el sargento de policía declara que las uniones ilegítimas y las familias monoparentales «provocan pobreza, TDAH y altas tasas de criminalidad» (p. 32). Brillante.

A partir del segundo tercio de Necrópolis, aproximadamente, se desarrolla su trama central: la campaña electoral a la alcaldía de la ciudad. Y aquí Prior despliega la artillería pesada, todo su inteligente análisis —porque Prior es ante todo un autor analítico— y su mala leche. En los cuatro candidatos y sus actos de campaña teatraliza las miserias de la política en la era de lo audiovisual, donde los mensajes y los programas quedan diluidos en una competición absurda por ver quién es el más majo o el que hace la tontería más campechana en prime time… y lo doloroso es que, por supuesto, funciona. Las políticas neoliberales, la nueva izquierda que intenta una regeneración democrática, el candidato que es más bien un gurú de la new age… Todo se mezcla de formas nada obvias —no es posible identificar totalmente a ningún partido con alguno de los existentes en España—, y queda claro qué es lo que prima en una campaña. Las técnicas comunicativas vacuas, los tiempos televisivos —esa moderadora pidiendo brevedad en unas intervenciones ya de por sí breves—, el márketing, los golpes de efecto cutres —el candidato ultraderechista fichando a un desgraciado que ha matado a cuatro atracadores en el metro—, las citas mal atribuidas —«como decía Einstein: “los fascistas del futuro llamarán fascistas a los políticos que se preocupen por la seguridad y el bienestar de sus conciudadanos”» (p. 96)… Es demasiado parecido a la política real para considerar todo eso ficción, y, de hecho, en la reciente campaña electoral hemos visto (no tan) sorprendentes paralelismos.

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Necrópolis tiene en su cercanía a la actualidad una virtud añadida, pero sería un error basar en ella todo su valor, porque, precisamente, éste se encuentra en la amplitud de miras. Las cuestiones que se están criticando van más allá de un proceso electoral concreto, y tienen que ver con problemas sistémicos, que están generando una sociedad nueva, donde las políticas neoliberales provocarán un abismo entre clases, que se plasmará en el modelo de ciudad al que urbes como Madrid se encaminan, y que este cómic refleja con una contundencia que sólo da la imagen sin palabras en sus páginas finales, en las que se recrean espacios urbanos degradados, abandonados por unas administración que al mismo tiempo ha permitido la creación de urbanizaciones blindadas en el extrarradio.

Es un futuro oscuro y cercano, demasiado cercano. Los cómics de Marcos Prior a veces han sido considerados como lecturas difíciles, porque no tienen una estructura narrativa clásica —por ejemplo: en Necrópolis no sabemos los resultados de las elecciones, porque dan exactamente igual—, pero en realidad si son difíciles es poque nos obligan a pensar sobre temas que normalmente mantenemos en un segundo plano. Cuando la ficción renuncia al escapismo y a la catarsis, difícilmente será mainstream. Eso no quita ni un ápice de valor a una de las trayectorias más coherentes y originales de la novela gráfica española contemporánea.