Una vida en familia tan agradable (Antoine Marchalot). Fulgencio Pimentel, 2016. Rústica con sobrecubierta. 25 x 19 cm. 112 págs. B/N. 18,05€
Antoine Marchalot ha sido uno de los descubrimientos más recientes que he podido hacer, gracias a la edición por parte de Fulgencio Pimentel de su Una vida en familia tan agradable, una recopilacion apaisada de páginas en blanco y negro presididas por un humor profundamente personal y desconcertante.
Marchalot parece formar parte de la penúltima generación de autores franceses, poco interesada en narraciones largas o en la narrativa convencional, que incluso han superado la experimentación que caracterizó a L’Association para ir un poco más allá. Me ha recordado a algunos de los dibujantes que pueden leerse en las publicaciones de Misma, pero también al humor marciano de Nicholas Gurewitch, al absurdo poético de Bendik Kaltenborn o a la improvisación lúdica de Nacho García. Pero este name dropingfacilón en realidad no termina de explicar qué es Una vida en familia tan agradable.
El estilo gráfico de Marchalot se basa en la línea, más o menos limpia según el caso, con la que construye personajes antropomórficos pero extraños, aparentemente improvisados, que generan una sensación de extrañamiento inmediata, que nos aleja de la empatía. En cada historia, siempre formada por dos tiras de tres viñetas regulares, empezamos de cero: es decir, los personajes sólo existen en cada página, y después de ésta no aparecen más. No sabemos si forman todos parte de un mismo mundo coherente, o simplemente son artefactos para contar una pequeña historia, anécdota o poesía visual. En la tradición del nonsense, Marchalot construye su humor mediante le desconcierto, que se refuerza por la falta de referentes. Si convencionalmente el humor se ha basado en el reconocimiento de las situaciones y la identificación con los personajes, Marchalot juega a lo contrario: a traspasar una y otra vez los límites de lo lógico y lo esperable. Por supuesto, cuando uno corre riesgos, no siempre acierta, pero el hecho de correrlos ya es un valor en sí mismo: es evidente que Garfield no va a fallar nunca en lo que hace. El equilibrio que intenta mantener Marchalot es complicado. Pero cuando atina, los resultados son tremendos, graciosos de verdad. El hombre invisible okupa, la mujer que se llama Vainilla, el tipo del futuro con un gnomo implantado en el brazo,el águila que se lleva volando a un pequeño, el camello con cabeza de Julia Roberts… Son tiras perfectas, en las que el ritmo está muy estudiado y el remate siempre es inesperado, sin faltar alguna vuelta de tuerca que añade chispa y desconcierto. Hay incluso alguna tira en la que Marchalot juega con el metalenguaje con resultado brillantes: por ejemplo la página en la que la imagen de cada viñeta se va revelando como parte de un cuadro o cómic en la siguiente, hasta el final.
Son piruetas efectuadas sin subrayados, dentro de un contexto lúdico y algo macarra: de hecho, el trazo de Marchalot casi parece una respuesta beligerante al perfeccionismo sintético de tantas tiras humorísticas comerciales que se basan en un diseño mono y vistoso, con una economía de recursos que facilite la absorción rápida del mensaje. En lugar de eso, este libro está lleno de detalles, de personajes feos, amorfos, y de una variedad de planos y perspectivas que lo aleja de la repetición propia del género. Y sin embargo, paradójicamente, no renuncia nunca a la plantilla de viñetas que ha escogido, lo cual obliga a una concisión y planificación a las que no suele enfrentarse este tipo de autores, y pienso cuando digo esto en Kaltenborn, que se deja llevar sin más en su maravillosa locura.
Con Una vida en familia tan agradable Fulgencio Pimentel nos descubre, una vez más, uno de esos autores que están haciendo cosas dignas de atención, aunque las hagan desde los márgenes. Este humor no es para todos los públicos, pero confio que sí sea para suficiente gente como para seguir viendo obras de Marchalot publicadass por aquí.