Si no es divertido, no merece la pena hacerlo

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«En 1997 acababa de terminar la escuela de arte y andaba ganduleando intentando pensar en qué hacer con una repentina licenciatura en bellas artes de aspecto ridículo. Mientras consideraba y trataba de pensar en cosas profundas que hacer que me pudieran poner «en el mapa» del mundo artístico del que había oído hablar, empecé a hacer dibujos de una tortuga tratando de llegar a la fiesta de cumpleaños de su hermana. Mi hermana pequeña iba a cumplir cinco años ese año, y decidí ocuparme, en parte, en hacerle un libro. Trabajé en él poco a poco y terminé la mitar a tiempo para su cumpleaños a finales de mayo. Ese verano me mudé a San Francisco y continué sopesando mi carrera, mi futuro, instalaciones de guerrilla en solares, skateboarding, las intrincadas diferencias entre pop punk y math rock… y continué con la historia de la tortuga, anticipándome al sexto cumpleaños de Ella el siguiente año. Todavía seguía haciendo versiones más desangeladas del trabajo que había estado haciendo en la escuela, grandes instalaciones utilizando clavos y recortes de revistas, haciendo solicitudes para exhibiciones y finalmente un máster, pero cuando me sentaba en mi escritorio en medio de todo esto, dibujando a una tortuga viviendo aventuras, podía oir una pequeña voz en mi cabeza diciendo «esto es lo que quiero hacer. Esto es divertido. Esto tiene sentido.» Le llevó otro año o dos a esa voz salir completamente a la luz, pero esa pieza única de libro ilustrado, para una audiencia de una persona, fue la pieza del puzzle más importante que me llevó a donde ahora estoy: haciendo dibujos y contando historias para ganarme la vida (más o menos), y concluir que si el trabajo no es divertido, no merece la pena hacerlo.»

Todo el texto superior es una traducción de parte de esta entrada en el blog de Anders Nilsen, donde también muestra algunas páginas del cuento de la tortuga al que hace referencia.