Yo fui el “negro” de la editorial



En la última semana, distintas vías nos han conducido al mismo destino: Ramón Casanyes, el que tal vez haya sido el «negro» más famoso de Francisco Ibáñez, o mejor dicho, como él mismo bien explica, de Bruguera.

IBAÑEZ Y YO

De hecho, este título carece de sentido, porque a Ibañez nunca le conocí.

Por simple agotamiento o falta de estímulo, puede que mis dibujos de Mortadelo tuvieran altibajos, pero no creo que su creador haya tenido que agachar demasiado la cabeza por causa de mis historias.

(…) Yo fui el “negro” de la editorial, no de Ibañez. Nunca hubo por mi parte ningún resentimiento hacia él; ni guiños, ni mensajes subliminales en ninguna de mis historias. Cualquier cosa sospechosa, es pura coincidencia. Cuando le hice protagonista de una historieta, le situé en el papel de víctima frente a la editorial, tal como me sentía yo. E imaginé que sería indulgente y lo juzgaría con simpatía. Ambos somos ácidos e irónicos en nuestro trabajo. Tal vez tengamos en común lumbagos crónicos, cervicales cascadas, pulmones corroídos y la sensación de que nos hemos perdido la infancia de nuestros hijos. ¿Quién sabe?… Pero nadie debe pensar que “Casanyes lo dibujó todo”, porque no es cierto. Por encargo de Bruguera, de mi estudio salieron unas dos mil y pico de páginas y unas cuantas portadas. Con ayudantes o sin ellos, Ibañez es un dibujante enorme y genuino, con una capacidad de trabajo increíble. Sus personajes nos han hecho reír a todos, y a unos pocos nos han dado de comer. Sólo me cabe estarle agradecido.

Todo esto lo cuenta el propio Casanyes en un documento que proyecta una sombra estremecedora sobre la labor del «autor industrial» e incluye pasajes tan duros como este:

Como había vivido peligrosamente al día, después de Bruguera, tuve que abandonar mi casa y encontrar un alquiler barato. Durante cuatro años habité un piso de unos 40 metros que no tenia ducha, ni agua caliente. El piso aún conservaba la cocina de carbón y el retrete estaba en un rellano del patio de luces. Allí hacía un frío de mil demonios. Demasiadas manos de pintura, complicaban el cierre hermético de puertas y ventanas. Tuve que cubrir algunas con toallas de playa que a veces se ahuecaban por la corriente. Bajo la mesa de dibujo tenía un cajón con mantas en el que metía los pies cuando iba corto de butano. A veces, cuando la cosa se ponía cruda de verdad, dibujaba y entintaba usando guantes con los dedos recortados. Por descontado que mis hijos de dos y siete años, tuvieron que instalarse en casa de mis padres. Al poco tiempo mi mujer y yo nos separamos.

Enlaces de interés

Cartas de Casanyes
Paco Tecla y Lafayette
La parodia erótica de Mortadelo y Filemón
Casanyes en 13, Rúe Bruguera