Las tres cosas que hacen girar el mundo: Premios Eisner, Facebook y Coca-Cola.
Lo primero que te dicen los veteranos cuando se enteran de que vas a visitar la Comic Con de San Diego es, “joder, tío, aquello es enorme”. Y lo primero que uno piensa al traspasar sus puertas es, “joder, tío, esto es enorme”. A poco que uno no haya acertado a entrar por la puerta correcta, el segundo pensamiento, a eso de los 10 minutos de estar dando vueltas por el recinto, es, “¿dónde están los tebeos?”. Cinco minutos después ya casi te has olvidado de los tebeos y te preguntas si hay algún otro punto sobre la faz de la tierra donde pasados los 45 años sea socialmente aceptable embutirse en licra para emular a héroes y villanos de ficción. Da igual, allí no sólo es socialmente aceptable, sino que es incluso deseable.
La Comic Con de San Diego no es la gran fiesta del cómic, sino la venganza de los nerds.
Pero vamos por partes.
La Comic Con de San Diego es un evento grande, muy grande. San Diego es prácticamente una ciudad fantasma con un downtown que parece más un decorado impostado para obtener la categoría de ciudad que una auténtica urbe. De hecho, la Comic Con es un evento muy noticiable para la ciudad, y en estas fechas recibe una enorme cantidad de visitantes que llenan sus hoteles, sus calles, y que dejan jugosos dividendos en sus comercios. Y la ciudad se vuelca, claro. La fiesta se celebra en un pabellón de convenciones con una superficie descomunal dividida en tres plantas. La inferior alberga el espacio para los expositores y las superiores las salas de conferencias. Por si esto fuera poco, los hoteles contiguos al pabellón también dedican parte de sus instalaciones a distintas actividades. Pero la palabra enorme es relativa, así que hagamos una comparemos con algo conocido. Si el Salón del Còmic de Barcelona recibe anualmente 100.000 visitantes, la Comic Con de San Diego recibe cerca de 2.000.000. Si este año el programa del Salón del Còmic de Barcelona cabía en una hoja desplegable, el de su pariente californiana ocupa una revista de más de 180 páginas. ‘Nuff said!
Infinitesimal muestra del panorama. Gente a saco.
(Inciso 1: En la Comic Con se pasa frío. El aire acondicionado, en Estados Unidos, acojona.)
Pero… ¿dónde están los tebeos? Pues al fondo a la derecha, mayormente. O sea, el espacio de expositores se divide en varias áreas de distinto tamaño. En un extremo se sitúan los autores invitados por la organización y el Artist Alley, un espacio que se pagan los propios autores (en general no demasiado prestigiosos y no necesariamente autores de cómic) y donde venden láminas, libros e ilustraciones y aceptan commissions. Ciertamente, no es una de las zonas más transitadas del pabellón, y en ocasiones resulta un poco decepcionante pasearse por allí para ver a un Jerry Robinson solitario con la mirada perdida en el infinito. Algunos autores de más prestigio (Mike Mignola, Adam Hughes, Arthur Adams, Neal Adams o Geof Darrow, entre otros) tienen sus booths en lugares mejor situados y, con toda seguridad, más caros.
«Ja, ja, ja, mi stand se expande». -Neal Adams
Su cabeza también, por eso sale desenfocada.
A continuación uno se encuentra con el meollo, la olla, la movida, una gran tierra de nadie repleta de lo que parece realmente el leitmotiv de la Comic Con: stands de juguetes, series de televisión, películas, productoras, un jardín (ver foto), merchandising y cualquier otra cosa que a uno se le ocurra que tenga que ver con la cultura friki. Porque, como ya imaginaréis todos a estas alturas, la Comic Con es la celebración de lo friki (o, como se podía leer en las banderolas promocionales por toda la ciudad, la celebración «de las artes populares”).
El jardín.
Hoy en día es el gran rito comunitario de los hijos de Star Wars, esa camada multitudinaria que recibió la epifanía jedi en su adolescencia y que ahora, con más de 45 años, se disfraza sin sonrojo para comulgar junto a sus hermanos creyentes. No estamos hablando del aficionado al cómic esporádico que pasaba por allí, al padre de familia al que se le ocurre llevar a su hijo a “eso de los tebeos” o al dominguero despistado que piensa que la Comic Con es una buena forma de pasar la tarde. Los dos millones de visitantes han comprado sus entradas con meses de antelación a través de internet en apenas dos horas de lucha contra el colapso informático y la mayoría ha pagado además un viaje y un hotel en el que alojarse. Vienen a celebrar un Halloween ininterrumpido de cuatro días rodeados de jamonas y jamones disfrazados, de actores famosos y de pequeñas anclas a su infancia y adolescencia en forma de tebeos y derivados.
Tetas. En la Comic Con hay muchas tetas.
Porque lo importante no el el cómic. O al menos no para la mayoría de los asistentes.
Lo importante es el reconocimiento de ese algo especial que tenemos en común y que nos hace especiales, diferentes a los demás. Medio millón de seres únicos compartiendo cuatro días de licra, sudor y maquillaje, muñecos de Lego, figuritas Marvel y fotografías junto a los actores de la serie de moda (serie que, efectivamente, también es “muy friki”). Y ojo, que no me excluyo, que yo me he comprado mi primera figurita y que mi fin de fiesta, a última hora del último día, consistió en asistir a la proyección del capítulo musical de Buffy Cazavampiros en una sala con capacidad para 2.000 personas. Y bien emocionante que fue. Sí, las salas más grandes –y las colas más largas, de horas– quedan reservadas a las conferencias de las estrellas del cine y la televisión.
(Inciso 2: Un clásico. A la salida del pabellón de convenciones, tres tipos se turnan para recordarnos que si seguimos por el camino equivocado, nuestras almas arderán en el infierno. Lo juro. Bueno, lo prometo.)
Predicador.
Pero me he ido por las ramas. Como decía, a continuación de esa zona nebulosa donde la relación con los cómics sólo se intuye, llega la “auténtica” zona de los cómics, con los stands de las editoriales, desde Archaia, Bongo Comics y Boom, más pequeños, hasta Dark Horse, DC o Marvel, enormes. Es curioso como en el caso de las editoriales más grandes da la sensación de despilfarro faraónico. Mucho espacio, muy vacío, y con más presencia de elementos cinematográficos que comiqueros. Digamos que, a pesar de lo que se pudiera pensar, tampoco ahí se respira mucho cómic.
Se respira humo. El humo de la moto que nos quieren vender, la del Motorista Fantasma en este caso.
Y allá por la mitad del recinto, una pequeña aldea poblada por irreductibles galos… No, en serio, allá por la mitad del recinto se agrupa lo que la organización denomina “small press”, que vienen a ser las editoriales que acuden al evento a vender cómics, no licencias o derechos. Fantagraphics, Drawn & Quarterly, Top Shelf, Last Gasp, Pantheon, Oni Press, Sunday Press… Ya os hacéis una idea. Al igual que sucede en los salones españoles, estas editoriales aprovechan la convención para editar un buen número de novedades (20 o más por parte de Fantagraphics, creo que es una especie de record) y venderlas directamente a los aficionados, embolsándose la parte que habitualmente recaería en distribuidor y librero.
¿Cuántos ejemplares de Blankets esperaba vender Top Shelf?
También organizan sesiones de firmas con algunos de sus autores más punteros, y así los hermanos Hernández eran una imagen casi ineludible en el stand de Fangraphics, Anders Nilsen (grande, su Big Questions) y Chester Brown lo eran en el de Drawn & Quarterly, y Matt Kindt y Jeffrey Brown en el de Top Shelf. También se pudo ver a Craig Thompson con su tochazo debajo del brazo, Habibi. A destacar las preciosas páginas de periódico originales con sundays de multitud de series que estaban a la venta en el stand de Sunday Press. Nos las hubiéramos llevado todas, qué maravilla, por dios…
…pero Peter Maresca vigilaba agazapado tras las carpetas.
Continuando el recorrido encontramos la zona de tiendas de tebeos, por llamarla de alguna manera. Son habituales los descuentos del 50% en TPBs y también son muy asequibles los comic books de los años 80 en adelante. En general, muy poco cómic extranjero, y sorprende especialmente la casi total ausencia de manga. Ahora bien, la estrella auténtica de esta zona son las librerías de comic book antiguo (Silver Age y Golden Age). Con mucho dinero se pueden hacer compras increíbles, con poco dinero se pueden hacer compras muy apañadas. Personalmente, fue uno de los mayores alicientes a lo largo de los cuatro de días de convención, derrochando muchas horas en buscar tebeos memorables y descubrir otros desconocidos.
El paraíso era esto.
Y para terminar, una pequeña zona miscelánea con camisetas, más merchandising y otras cuatro cosillas raras. Y repito, porque por mucha descripción que haga siempre me quedaré corto. Aquello es grande, muy grande, y después de tres días pateándote el recinto puedes encontrarte de pronto con ese stand maravilloso que hasta entonces ni habías olido. Grande.
(Inciso 3: Al entrar te dan una bolsa de 1 x 1 m por lo menos para que la rellenes de compras. Es una bolsa… ¡Bingo!)
Por supuesto, las instalaciones cuentan con sus propias cafeterías, donde es posible intoxicarse a base de nachos con jalapeños o pizza recalentada (y poco más), y otros stands móviles de comida de sospechosa procedencia. Es aconsejable evitarlos, aunque cada minuto que se pase fuera del recinto es un minuto en el que uno se pierde algo. Porque en la Comic Con pasan muchas cosas al mismo tiempo. Mientras un stand reparte gratuitamente camisetas de promoción de una nueva serie o un nuevo cómic o algo (yo me traje cuatro sin comerlo ni beberlo), Jim Steranko (¡fotos no!) firma flyers de la reedición de Chandler: Red Tide. Mientras Mike Mignola te regala y te firma un comic book de Hellboy, Mark Evanier habla sobre Jack Kirby en la planta superior. Mientras Jaime Hernandez imparte una clase magistral, debuta en otra sala el tráiler de Los Vengadores (por decir algo). Al principio la sensación de impotencia es ineludible, pero pronto en cansancio se encarga de poner las cosas en su sitio y recordarte que ya estás haciendo muchas cosas que nunca hubieras imaginado y ya te lo estás pasando bien. A veces es incluso preferible perderse ese panel sobre cómics Marvel de los años 70 y emplear en cambio una hora en pasear por el recinto y empapárse del ambiente. Porque sí, porque es una experiencia religiosa (jedi).
Precisamente estar dentro de la Comic Con es la mejor forma de no enterarse ni de la décima parte de lo que está sucediendo. A nivel de información, he estado mucho mejor abastecido otros años desde mi casa a través de internet. A nivel personal, no hay color, claro. Sólo por haber tenido en mis manos un ejemplar de Fantastic Four #1, por haber conseguido tomar una foto de Gary Groth sonriendo y por haberle entregado mi tarjeta a Chester Brown, el viaje ya habría merecido la pena.
Cada vez que Gary Groth sonríe, Kim Thomson (al fondo) sacrifica un gatito.
Aparte de la inmersión pop, es evidente que uno de los mayores atractivos de la Comic Con son las charlas. Las exposiciones se reducen a una (y casi es más aconsejable visitar los impresionantes stands de venta de originales) y las firmas de actores secundarios, playmates y otras hierbas tampoco es que me maten. Lo que sí que podría haberme matado es la lucha con armas y armaduras medievales, pero preferí no meterme en tanto fregado.
(Inciso 4: Una palabra clave en la Comic Con, «organización». La organización, impecable, manejando a miles de personas con solvencia y rapidez, haciendo que las charlas comiencen y acaben a su hora, impidiendo que las colas no interrumpan el paso de otros visitantes, ayudando a la gente a encontrar un sitio donde sentarse, reservando asientos para minusválidos. Todo lo que se os pueda ocurrir que aquí hagamos mal, ellos lo hacen bien.)
Como decía, las charlas. Las charlas, en líneas generales presentan el aspecto de las charlas en España. Medio vacías. O tal vez es que escogí demasiadas charlas tirando a minoritarias, pero en general me dio la sensación de que la afluencia de público para escuchar a autores de cómic –que no sean estrellas mediáticas– no es excesiva, habida cuenta la cantidad de gente que reúne la Comic Con. La sala no se llenó ni hasta la mitad con la charla de los hermanos Hernández (Gilbert, Jaime y Mario), y tampoco lo hizo la clase magistral de Jaime en solitario. Fue curioso comprobar cómo Jaime no tenía ninguna dificultad en expresarse durante esta última, lápiz en mano y con la luz apagada, pero se mostraba retraído y dubitativo en la conferencia con sus hermanos mayores Mario y Gilbert, de personalidad arrolladora.
Hernandez, Hernandez y Hernandez.
La afluencia a la conferencia de Chester Brown también fue bastante moderada, y eso que el sexo estaba asegurado. Chester hizo una lectura de una de sus historias cortas inéditas y de las primeras páginas de su último libro, Paying for it que, en su boca, resultó muy divertida. Explicó también su proceso de trabajo así como alguna curiosidad referida a este libro y finalmente respondió a las preguntas de los asistentes. Hablaremos sobre todo ello en próximas entradas.
A pesar del enorme éxito del Joker cinematográfico, Jerry Robinson tampoco congregó a una cantidad de público demasiado importante. Con 89 años sobre sus espaldas, Robinson llegó a su sala en uno de esos carritos autopropulsados tan comunes en los Estados Unidos. Su forma de hablar, su ánimo y su buena memoria, sin embargo, desmintieron que su edad mental y anímica se correspondiera con la biológica. Al final, el Cartoon Art Museum le entregó un merecido –porque todos los que se le entreguen son pocos– premio Sparky que sacaron de una caja de cartón muy cutre. Al día siguiente fui testigo de uno de los momentos que más me emocionaron en toda la Comic Con, cuando un chaval de unos 16 años acompañado de sus padres se acercó a Robinson con el libro Jerry Robinson: Ambassador of Comics en la mano y se puso a hablar con el dibujante. Al momento Robinson señaló al chaval que se le sentase al lado y juntos fueron repasando y comentando páginas del libro. La cara de admiración y emoción del chaval no tenía precio. Seguro que la mía tampoco.
And here’s to you, Mr. Robinson, Jesus loves you more than you will know (wo, wo, wo)
Si Robinson no gozó de una avalancha de público en su conferencia, ya podéis imaginar el que recibió una charla en la que Kim Thompson y Gary Groth desgranaban 35 años de publicaciones con Fantagraphics. La charla sin embargo sí que resultó interesante, al describir una evolución paralela entre los formatos y las temáticas o el enfoque de los cómics editados. Historia del cómic viva. Al final anunciaron algunos de sus planes futuros, entre los que destacaron especialmente la reedición de la revista Zap, de Robert Crumb, y la del material clásico de EC agrupado por autores, a mi entender todo un bombazo si se decide respetar el color y el aspecto de las ediciones originales.
La proyección de algunos minutos del documental Better Things sobre la vida y obra de Jeff Jones y la posterior mesa redonda tuvo momentos bastante emotivos, pero la sala no estaba llena ni al 20% de su capacidad. No por esperable dejó de ser una pena. Eso sí, los asistentes fuimos recompensados al final con un espléndido póster de la película, que al parecer estará montada y lista para su exhibición en septiembre, aunque suponemos que no pasará del circuito de festivales de cine más minoritario.
La charla dedicada a los 25 años Watchmen, con Dave Gibbons, John Higgins y Len Wein sí que registró un lleno absoluto. Y es que Watchmen todavía tira mucho. Por si alguien lo dudaba, todos los invitados hablaron con respeto y admiración de Alan Moore, incluido Gibbons, que no hace demasiado se comió un buen rapapolvo en público por parte del barbas. Más divertida e informativa de lo esperado, la verdad.
Dave, tengo la sensación de que alguien te la tiene guardada desde hace 25 años.
Otra conferencia con llenazo hasta la bandera fue la de Jim Steranko. Aunque tal vez el mejor término para describirla no sea conferencia, sino show. El show de Steranko, eso es. Porque está el nivel fantasma y, varios pueblos más allá, el nivel Steranko. Fue algo realmente memorable y que esperamos poder transcribir en breve, aunque posiblemente la letra escrita no haga justicia a las pausas dramáticas y los gestos ensayados del este mago del suspense. De momento, que sepáis que sus nudillos son afilados como cuchillas de afeitar.
Podía haber escogido a un motorista barbudo, pero Steranko prefirió pedir a una bella señorita del público que comprobase lo afilado de sus nudillos. La Cruz Roja pudo salvarla in extremis de la hemorragia.
Y finalmente, la única conferencia para la que me tragué una cola de cerca de una hora, una cola que parecía una serpiente retorciéndose bajo el sol de justicia del mediodía para acceder a una de las salas más grandes de la Comic Con, en uno de los hoteles adyacentes. Pero el invitado merecía la pena. Era Frank Miller, claro. Su charla era en realidad la presentación de novedades de Legenday Comics –fundamentalmente el Holy Terror de Miller–, y por allí aparecieron por sorpresa Paul Pope y Matt Wagner, que sumarán obras al catálogo de la nueva editorial. Da igual, ni siquiera la rockstar del cómic que es Pope hizo palidecer el brillo del auténtico protagonista, un Miller tan serio como de costumbre, tocado con su ya típico sombrero y que cada vez que abría la boca escupía una sentencia. Por un momento llegamos a pensar que Miller venía disfrazado de Clint Eastwood, pero no, es que es así de duro de natural. A Miller no sólo le sobra talento, también le sobra carisma. Algo haremos con el audio que grabamos.
Inserta el comentario gracioso tú mismo, yo me he cagao.
Lo cierto es que podría seguir tecleando con estos dedazos detalles y curiosidades sobre la Comic Con hasta que se me saliese humo de las yemas, pero me temo que me interesan más a mí que a vosotros. Trataremos de redondear esta crónica chapucera con algunas grabaciones y fotos, y también hemos hecho algún contacto con autores que esperamos que dé frutos a medio plazo. Hace un rato me decían que, según Grant Morrison, visitar la Comic Con de San Diego es algo que hay que hacer al menos una vez en la vida. Y si lo dice él no voy a ser yo quien le lleve la contraria.
¡Snif!