El héroe y la mazmorra

Esta misma semana, Neal Kirby, hijo de Jack Kirby, escribía un artículo para Hero Complex, blog dedicado al cómic albergado en la web del diario LA Times. Se ha escrito mucho sobre el papel de Jack Kirby en la autoría de los personajes Marvel más icónicos, sobre la batalla legal de su familia para recuperar los derechos sobre algunos de estos personajes, sobre las injusticias económicas y morales sufridas a lo largo de su vida, pero nunca habíamos leído un texto tan humano y emotivo.

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En 1969, yo era el chaval con más suerte de mi barrio… o tal vez de cualquier barrio. Mi padre trabajaba en casa. Los padres de todo el mundo tenían que conducir hasta Queens o Brooklyn, o tomar el tren hasta Manhattan. Y no era un trabajo aburrido, de escritorio; mi padre era Jack Kirby, el Rey del Cómic, y, aunque su humilde personalidad le habría hecho avergonzarse al escuchar esto, está considerado como el mayor artista y creador del cómic. De la historia. (Perdona, papá).

Por supuesto, en 1961, aunque estaba bien considerado en su campo, todavía no había sido coronado. Solo era Jack Kirby. «Papá» para mí, «Jack» para su esposa Roz, «Jacov» para su madre Rose y «Jankel» para su hermano Dave. Buscando una vida mejor para su familia (el tema central de su vida), nos montó en un Studebaker y dejó Brooklyn en pos de las verdes afueras de Long Island en 1949. Comró una casa en East Willinston, Nassau County, que fue nuestra casa durante los siguientes 20 años.

63 años después, todavía conservo recuerdos vívidos de aquella casa, pero lo que más recuerdo es el estudio de mi padre. Enterrada en el sótano, «La Mazmorra» era diminuta (3 metros de lado a lado) y las paredes que la separaban del resto del sótano estaban cubiertas de un manchado y nudoso pino machihembrado con un barniz brillante. La mesa de dibujo de papá miraba hacia un bonito armario de cerezo que contenía una televisión en blanco y negro de 10 pulgadas.

A la izquierda del armario había un ajado archivador de cuatro cajones lleno con el vasto archivo de imágenes de referencia para, bueno, todo. Yo podía sentarme horas y horas revisando mohosos archivos viejos con bayonetas, acorazados, armaduras medievales, sombreros de vaquero, rascacielos, satélites… incontables archivos sobre incontables temas. Y, muy poco acorde con la personalidad de mi padre, ese archivador de metal descansaba junto a la cabeza disecada de un ciervo. No recuerdo de dónde dijo que había sacado aquello, pero siempre estuvo allí. Las cosas que uno recuerda…

Finalmente, mi padre se hizo con su primera televisión en color en 1963. ¿El primer programa de televisión en color que vi en mi casa? El asesinato de Kennedy en Dallas me llegó, allí en La Mazmorra, y en más de un sentido el mundo ya nunca más fue en blanco y negro. Papá me pasó la televisión vieja para que pudiera abrirla e inspeccionarla. Escuché que algo se movía dentro del equipo cuando la dejé en el suelo del sótano más allá de la puerta de La Mazmorra. Destornillador en mano, no me llevó mucho tiempo encontrar la pieza suelta, pero se me cayó la mandíbula al suelo cuando estudié aquel pesado disco. Era una moneda romana de hace 2000 años. Papá, sabía que la televisión era vieja, pero…

Mi padre no podía parar de reír. Sobre su mesa de dibujo volaba mucha de la historia de los superhéroes por aquella época -recordad, septiembre de 1963 fue la fecha de los primeros números de Los Vengadores y X-Men– pero todo pasó a segundo plano aquel día para dar prioridad al misterioso retorno de César Augusto. Papá no tenía ni idea de cómo había llegado aquella moneda al interior de la televisión, pero sabía cómo había llegado a América. En 1944, me explicó, lo habían apartado del frente de combate debido a una peligrosa congelación de sus pies, y después lo enviaron a un hospital en Inglaterra. Los granjeros ingleses recogían monedas antiguas a docenas, y aunque se guardaban las de oro, regalaban las abolladas monedas de plomo a «los chicos de guardia» como recuerdo de Europa.

Los artefactos antiguos no parecía fuera de lugar en La Mazmorra, que era un poco como una cápsula del tiempo. Y, ahora que lo pienso, el cubículo apantallado de la oficina de papá no era mucho más grande que la Máquina del Tiempo del castillo del Doctor Muerte, que en un número de 1962 arrastró a Los 4 Fantásticos atrás en el tiempo hasta los tiempos de Barbanegra. Dos paredes de La Mazmorra estaban cubiertas por estanterías. Dickens, Shakespeare, Whitman, Conrad, eran nombres que recuerdo haber visto, y uno de sus favoritos, Damon Runyon.



Había baldas de misterio y mitología, y un montón de libros de ciencia que trataban de temas que iban desde las rocas a los cohetes, del oído interno al espacio exterior. La ciencia siempre fue una parte importante del trabajo de papá. Cuando trabajó en Sky Masters of the Space Force, por ejemplo, recuerdo que algunos de los devotos aficionados de aquella tira de prensa post-sputnik llevaban uniformes de las Fuerzas Aéreas e incluso le enviaban fotos de programas espaciales de finales de los aós 50 para dotar de autenticidad a la aventura sindicada de ciencia ficción.

Papá era miembro del Club del Libro de Ciencia Ficción, así que los robots, los extraterrestres y los cuentos futuristas abundaban. ¿De dónde sacaba el tiempo para leer? No tengo ni idea, pero la colección de La Mazmorra no era una biblioteca ornamental. Se había leído cada uno de los libros, y probablemente más de una vez.

La puerta del estudio de papá generalmente estaba cerrada. No era para evitar que entrasen ruidos, era para contener el humo dentro. Los puros que se fumaba mi padre eran legendarios, y cuando abrías la puerta de La Mazmorra te encontrabas con una gran nube de humo. No era tan malo si se estaba fumando algo bueno, como un Garcia Vega, y el olor era casi tolerable. Por desgracia, eso solo sucedía por su cumpleaños o el día del padre, cuando aparecían cajas de puros decentes con un lazo. Cuando los compraba papá, no se preocupaba por las marcas buenas. No le importaba si se trataba de repollo apestoso liado, para él un purito era un purito.



El estudio tenía una ventana a la altura de la cabeza que se abría a un pequeño patio junto al camino de entrada. La amenaza que la lluvia y la nieve suponían para el trabajo y la biblioteca de papá, mantenían aquella ventana cerrada en las estaciones húmedas, y la posición del marco de la ventana (sobre una estantería) hacía que raramente se tocase en otras estaciones. Recuerdo que yo cubrí esa ventana con contrachapado durante la crisis de los misiles de Cuba. Supongo que, por algún motivo, mi cerebro de 14 años pensó que nos portegería cuando lloviesen los misiles sobre Manhattan. Por supuesto, el mayor peligro de largo para el mundo de mi familia eran esos puritos con forma de misil del cenicero y, está claro, papá pagó su pasión fumadora con un cáncer de esófago al final de su vida.

En los cómics Marvel había muchos personajes mascando puros, y papá era uno de ellos. Él y otros guionistas y dibujantes aparecían de vez en cuando en las historias como estrafalaria marca registrada de la «Casa de las Ideas», como se la llamaba en los años 60. Partes personales de su vida a menudo se deslizaban también en su trabajo. Cuando recordaba la creación de Los 4 Fantásticos, por ejemplo, se reía confesando que el nombre de Sue Storm lo puso por mi hermana, Susan, y el «Storm» [Tormenta] podía considerarse como un pequeño comentario sobre su personalidad. Cuando vio la expresión de mi cara se disculpó apropiadamente por el hecho de no haber llamado Neal la Antorcha Humana, un Inhumano o aunque fuera un Skrull de poca categoría.

Las experiencias de la guerra de papá, que raramente discutía conmigo en la época de La Mazmorra, a veces afloraban en sus cómics. Foxhole, una serie de Mainline que comenzó en 1954, era mi favorita, y me sentaba a leer viejas copias que encontraba en las estanterías. Para Marvel, por supuesto, creó Sgt. Fury and his Howling Commandos, que dibujó en The Boy Commandos a partir de su trabajo en los años 40 y de sus experiencias en la infantería. El Sargento Furia era papá, un puro grande y mucha acción, siendo la única diferencia 20 centímetros de altura y 25 kilos de músculo. En aquella época existía la idea de que un demócrata liberal no podía ser fieramente patriótico, pero mi padre era exactamente eso. El Capitán América, el Sargento Furia, The Boy Commandos, Fighting American y Foxhole habían nacido todos ellos de ese poderoso amor por el país.



Me encantaba ver la televisión con papá. En los años 50 había tres programas en particular: las noticias con Edward R. Murrow, Groucho Marx y Victory at Sea. Mi padré era capaz de explicar la guerra del derecho y del revés. Pero, como he dicho, no escuché ninguna de sus historias de la guerra hasta que fui mayor. Tal vez pensaba que yo era demasiado joven o, más probablemente, los dolorosos recuerdos todavía estaban demasiado frescos. Además, ya teníamos mucho de lo que hablar con los Brooklyn Dodgers y el boxeo.

Mi madre protestaba porque decía que yo no deberías exponerme a tanta violencia, pero papá era un boxeador. Así es como te defendías en las calles, y mi padre era un producto del Lower East Side. De vez en cuando me daba una lección de boxeo usando uno de los maniquíes de costura de la abuela. Una bolsa de papel servía de cabeza, así que había un ruido fantástico cuando un directo separaba a mi rival de su cabeza.



Me pregunto si Miguel Ángel tendría a algún chaval viéndolo pintar. ¿Hubo un pequeño Luigi mirando al techo desde una tranquila esquina de la Capilla Sixtina? Tal vez sea un ejemplo extremo, pero la emoción habría sido la misma que yo experimentaba viendo a mi padre en el tablero de dibujo. Yo me tenía que poner a su izquierda, mirando sobre su hombro. Empezaba con un trozo limpio de papel Bristol, y primero dibujaba las líneas de las viñetas con una vieja escuadra de madera y plástico. Luego la página empezaba a cobrar vida. Me decía que una vez que la historia se había formado en su cabeza, podía empezar a dibujar por la mitad, luego volver al principio y después terminar. Todo parecía salirle con naturalidad. Ni siquiera necesitaba un compás para dibujar un círculo perfecto. Trabajaba rápido pero también con suavidad, sin movimientos inútiles ni dudas.

Verlo trabajar nos daba la oportunidad de hablar de ciencia e historia, temas que adoraba, pero también me daba una oportunidad de ver cómo se hacía historia. En primavera de 1962, por ejemplo, recuerdo estar frente al tablero de dibujo mientras papá creaba al auténtico héroe cósmico. Era un personaje nuevo, pero me sentí confundido cuando escuché su nombre. ¿Thor? La historia era The Stone Men from Saturn. Mi primera reacción, antes de abrir la boca, fue, «¿Por qué diablos hay un dios nórdico peleando contra unos extraterrestres de piedra?». Papá me explicó todo el origen de la historia y cómo en el futuro trabajaría con todo el panteón de deidades nórdicas. Habiendo leído, o al menos hojeado todos los libros de su biblioteca, me creí muy listo cuando me burlé preguntándole cómo podía Thor siquiera mantener la cabeza erguida con dos grandes alas de hierro pegadas al casco. «No lo olvides», me dijo papá señalando con un movimiento de cabeza a su creación, «Superhéroe».



El tiempo que pasamos juntos estuvo lleno de momentos como este. Los priemros años 60 fueron la época de los monstruos atómicos y el miedo a la bomba, así que surgió Hulk. Para papá, la ciencia del hombre-monstruo se movía en el terreno del «tal vez». ¿Se podía crear genéticamente un monstruo de Jeckyll y Hyde? Jack Kirby creía que sí. Recordad que la estructura del ADN se había descubierto tan solo 5 años atrás, y su funcionamiento todavía era un misterio.

Todo lo que había en la mente, el corazón y el alma de papá acababa en las viñetas de aquellas páginas. Pero mi contribución al Universo Marvel se limitó a un solo coche volador. Nick Furia había sido soldado en la 2ª Guerra Mundial, pero los años 60 lo condujo a una carrera en S.H.I.E.L.D (que eran las siglas de Supreme Headquarters, International Espionage, Law-Enforcement Division, y donde había más que una pequeña influencia de The Man from U.N.C.L.E.), y papá necesitaba un coche al estilo de James Bond y recurrió a mí (en aquel momento de mi vida, yo estaba más interesado en los coches que en las chicas). Rebuscando un poco en mi pila de revistas de Road and Track encontré el coche perfecto, un Porsche 904D de carreras. Sabíamos que necesitábamos ir un paso más allá de las ametralladoras escondidas en los faros, así que metimos unos misiles en los guardabarros y, por supuesto, ruedas que giraban e impulsaban el coche por el aire.

A mediados de los 60 yo entré en el instituto, y cada vez pasaba menos tiempo en el estudio. Tenía más deberes, era miembro de una incipiente banda de rock (llamada 2+2) y, por supuesto, estaban las chicas. Sin embargo, siempre me esforcé en pasar algo de tiempo en La Mazmorra, al menos una vez a la semana, y cuando papá «salía a tomar el aire» a por café y pastel sobre las 11 cada noche, intentaba encontrarme con él en la cocina.

En septiembre de 1966 me fui a la Universidad de Siracusa, y en diciembre de 1968 mis padres dieron un paso adelante y se mudaron a California. Se acabó La Mazmorra, pero el tablero de dibujo, la mesa, la silla y el taburete se vinieron al oeste y acabaron en una habitación de tamaño decente en su casa de Thousand Oaks. Todo se quedó allí, junto y en su sitio, incluso cuando papá murió en 1994, pero después de que muriera mi madre en 1998, el inventario de aquella habitación mágica salió en diferentes direcciones.

El tablero de dibujo y el pequeño taburete ahora residen en mi guarida y me traen cálidos recuerdos y la base para historias para los biznietos de Jack. Me gustaría que hubiese alguna manera de poder tomar prestada la Máquina del Tiempo de Victor Von Muerte y llevar a los niños de visita al cuartel secreto de la imaginación de mi padre, ese bunker de tinta con paneles lleno de humo, conversación, estanterías, creatividad y amor. Soy profesor y vivo en California, y últimamente pienso mucho en papá, especialmente cuando veo a Thor, al Capitán América, a Magneto o a Hulk en el cartel de una película. Mi padre dibujó cómics durante 6 décadas y lleno los cielos de nuestra imaginación colectiva con héroes, dioses, monstruos, robots y extraterrestres. Muchos de los realmente icónicos provienen de la primera mitad de los años 60, cuando entregaba obras maestras cada mes. Guardo como un tesoro el hecho de haber tenido un asiento preferente para ese evento cósmico. La gente siempre me pregunta cómo es posible que un solo hombre soñase y dibujase tanto. La mejor respuesta que les puedo ofrecer es una que escuché hace 50 años: «no lo olvidéis: superhéroe».

– Neal Kirby