El valor de la diferencia: las nuevas propuestas de la vieja Marvel

Algo está pasando en Marvel en los últimos años. No es sólo que al fin se haya materializado la vieja obsesión de Stan Lee de producir películas de alto presupuesto con los personajes de la editorial, lo que, al menos por el momento, parece que garantiza la pervivencia de la misma, sino que también han ido apareciendo poco a poco un puñado de series diferentes, por decirlo rápido y probablemente mal. Series que se apartan de la corriente principal que dicta la estética de la mayor parte de la producción y que, cada una desde su óptica, están insuflando aires nuevos a la misma. ¿Revitalizándola? Eso no lo tengo tan claro, pero de eso trata este artículo, que básicamente intenta responder a una pregunta: ¿por qué, después de prácticamente dejar de leer cómics de Marvel, me encuentro siguiendo más series de las que he seguido en siete años, por lo menos?

Marvel sigue molando.

Ése es el primer mensaje que creo que quiere darse desde estas series. Marvel quiere estar a la última, seguir siendo cool y vanguardista. Por supuesto, no lo consigue, ni lo puede conseguir ya. El cómic ha cambiado y evolucionado demasiado como para que Marvel pueda ser vanguardia del medio. Lo fue cuando éste era sinónimo de la industria del comic-book y la era Marvel irrumpió en ella causando un impacto jamás superado. Aquello lo cambió todo, y es irrepetible. Pero desde un punto de vista sociológico, su momento ha pasado. Las series de las que yo voy a escribir no tienen esa capacidad, porque ya no estamos en aquella coyuntura y porque el cómic de superhéroes ya no es el producto de masas que fue. Esto es, desde luego, mi opinión personal, pero creo que nada que a estas alturas salga de Marvel va a revolucionar el medio, ni mucho menos estas series pueden marcar la tendencia principal del mercado del comic-book tal y como está configurado hoy. Lo cual no significa que esas series no sean interesantes en lo artístico y no cumplan una función determinada dentro de la mecánica de la editorial.

Quizás su irrupción ha sorprendido porque hacía demasiado tiempo que Marvel no apostaba por este tipo de productos de manera decidida. Antes de esta nueva ola, encontramos un referente claro en el X-Force /  X-Statix de Peter Milligan y Mike Allred, y posiblemente algunas otras series de los primeros años de Joe Quesada como editor jefe puedan entrar en esta categoría. El Daredevil de B. M. Bendis y Alex Maleev, o incluso New X-Men de Grant Morrison, eran series raras. Pero tras ellas cuesta encontrar ejemplos hasta el reciente resurgir, y si echamos la vista atrás para encontrar una época que guarde alguna semejanza hay que irse a  la Marvel de los años setenta.

Cuando Marvel fue hippie.

Tras el fin de la década de los sesenta, Marvel había alcanzado su punto más alto en ventas. Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko, John Romita y muchos otros habían sentado las bases de una industria potente y saneada, y sus comic-books no sólo se vendían bien sino que significaron algo importante en la cultura de masas de su momento. Eran relevantes. Pero basta leer Marvel. La historia jamás contada, el fantástico libro de Sean Howe, para darse cuenta de manera casi dolorosa de que aquello sólo fue un daño colateral de algo que siempre fue concebido como un negocio. Y en aras del mismo Lee decidió apartarse de las laborales creativas y centrarse en las editoriales, sobre todo con el objetivo de vender las licencias de sus personajes a otros medios que proporcionasen más dinero, porque daba lo mismo cuántos comic-books se vendieran mensualmente: era un producto tan barato que el techo de crecimiento para la empresa no estaba demasiado alto.

De los nuevos y jóvenes guionistas, los hubo que asumieron pronto un rol de hombres de empresa, destinados a mantener el statu quo y seguir la senda de Stan Lee. Roy Thomas, y hasta cierto punto Gerry Conway, sobre todo. Pero también hubo otros que se convirtieron en notas discordantes, en autores con más conciencia de serlo, que eran fans de los personajes que iban a guionizar, pero que también traían ideas e influencias nuevas. Y lo mismo puede decirse de los dibujantes: los hubo que siguieron las pautas de John Romita, quizás el más imitable de los grandes dibujantes de la Marvel de los sesenta y el de estilo más universal —no por nada se convirtió en director artístico en 1973—, pero también hubo otros más expeditivos. De hecho hubo incluso autores completos, como Jim Starlin. Para que todos estos autores pudieran crear series arriesgadas y más personales también fue necesaria una situación editorial que lo propiciase, y la hubo: entre 1972 y 1978 hubo cuatro editores diferentes. Para contribuir más aún al caos, cada serie tenía su propio editor. Y aquel grupo de jóvenes melenudos encontró ahí el caldo de cultivo perfecto para sus ideas. Remito de nuevo al libro de Howe para apuntar como consiguieron editarse unos a otros como forma de relajar al máximo el celo editorial, y como algunos guionistas tomaron la costumbre de entregar su trabajo al límite de la fecha de entrega para que les exigieran los minimos cambios posibles.

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El resultado fue un puñado de series que aún hoy son consideradas de culto. La psicodelia cósmica de las series de Starlin, el Black Panther de Don McGregor o The Eternals del retornado Kirby fueron joyas en verdad raras; Howard the Duck de Steve Gerber y Gene Colan fue un auténtico milagro. Todo aquello —a lo que habría que sumarle todas las series de otros géneros que se publicaron durante la década— terminó con la llegada al poder de Jim Shooter, que tenía una idea bastante diferente de cómo tenían que funcionar las cosas. Pero al margen de lo que duró esa etapa no podemos olvidar que, en realidad, este puñado de series más arriesgadas, experimentales o personales —o todo a la vez— nunca fueron demasiado importantes en el volumen total de ventas. Por muchos personajes limítrofes o estrafalarios que nacieran entonces, los buques insignia de Marvel siguieron siendo Avengers, Fantastic Four o The Amazing Spider-Man, y por supuesto la reactivada The X-Men.

Hago un inciso que creo necesario: por supuesto, aquí no estamos hablando de calidad. Posiblemente ninguna de aquellas series peculiares superaron el trabajo de Conway con Ross Andru y Gil Kane en The Amazing Spider-Man o el de Chris Claremont y John Byrne en The X-Men. Hablamos de otra cosa; de un espíritu determinado, pero también, es evidente, de un papel que se cumple dentro de una máquina editorial descomunal.

Marvel ahora.

La situación actual tiene muchos puntos en común con la Marvel de los setenta, aunque por supuesto también haya muchas diferencias: simplificar el asunto y trazar una analogía simplista puede ser tentador, pero siempre será una mentira. Como entonces, existen unas cuantas series que se mantienen, en cuanto a ventas, por detrás de las más vendidas, y en las que los autores tienen más peso, e incluso es razonable pensar que la vida de esas series está ligada a la estancia de sus autores en ella. Hablar de cómic de autor para referirnos a cabeceras cuyos personajes no pertenecen a sus autores me parece claramente un error, pero sin duda son en ellas donde guionistas y dibujantes tienen más margen para introducir argumentos alocados, elementos humorísticos o metarreferenciales y experimentaciones gráficas bastante llamativas. Son también, lógicamente, series protagonizadas por personajes secundarios, como en los setenta, aunque ninguno es de reciente creación mientras que entonces sí hubo varios.

Pero existe una diferencia fundamental con los setenta: mientras que aquella situación fue en buena medida posible gracias al caos institucional y a la laxitud de los mecanismos de control, lo cual ampliaba los márgenes de acción de los autores, en la actualidad todo es un movimiento editorial perfectamente pensado y ejecutado desde arriba. En una empresa como la que hoy es Marvel, integrada en un emporio de proporciones bíblicas como The Walt Disney Company, no hay mucho margen para el romanticismo, y si se permite la libertad autoral y se da carta blanca a determinadas series se sabe muy bien lo que se está haciendo, y se hace porque interesa. Pero ¿por qué interesa precisamente ahora? Y a esa pregunta, perdonadme, contestaré tras hacer un repaso a las series a las que me llevo refiriendo en elipsis durante tres páginas.

Daredevil de Mark Waid, Marcos Martín, Paolo Rivera, Chris Samnee y otros.

En esta reciente tendencia no puedo obviar el papel que ha jugado Stephen Wacker, editor de muchas de ellas. Wacker fue fichado de DC Comics para ocuparse de la serie de Spider-Man, pero progresivamente se fue convirtiendo en algo parecido a un especialista en series arriesgadas. La primera de ellas y la que marca en gran medida el camino a seguir fue Daredevil, relanzada por enésima vez tras una etapa oscurísima en la que el personaje había pasado por un infierno. El veterano Mark Waid se encargaría de devolver al personaje un tono más optimista y festivo. Por supuesto, de Waid a estas alturas no podemos esperar una revolución: es el escritor de superhéroes conservador por excelencia, para lo bueno y para lo malo. Por eso tengo mis dudas sobre si de entrada se estaba buscando lo que se consiguió; si quieres hacer una serie rara no contratas a Waid. Pero la clave en Daredevil estuvo en los dibujantes que lo acompañaron. Paolo Rivera y Marcos Martín —con un excelente color de Javier Rodríguez y Muntsa Vicente— no se limitaban a ilustrar los guiones de Waid, sino que aportaron sus propias ideas y sobre todo demuestran que la forma es inseparable del contenido. La manera en la que diseñan sus páginas y eligen mostrar las diferentes escenas y poderes de Daredevil también es guionizar.

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Rivera y Martín aguantan muy poco tiempo en la serie, o en Marvel, ya puestos. Es normal: la inquietud que demostraban en su trabajo les lleva irremediablemente a querer hacer cosas nuevas y sobre todo cosas que sean suyas. Los palos de ciego que dan Wacker y Waid inmediatamente después son una nueva prueba de que no todo estaba tan claro: un cross-over con Punisher y Spider-Man, posiblemente impuesto desde arriba, los Vengadores apareciendo cada dos por tres como deus ex machina para resolver las tramas y el paso por la serie de dibujantes más que inadecuados al tono marcado casi dan al traste con el interés de Daredevil, pero el dibujante Chris Samnee salva los muebles y establece una química con Waid tan eficiente como la que atrajo en un primer momento tantas miradas sobre la serie.

Hawkeye de Matt Fraction, David Aja y Javier Pulido.

Aproximadamente un año más tarde, y al tiempo que volvía del revés la franquicia de Spider-Man junto a Dan Slott, Wacker se convierte en el editor de una de las series más innovadoras y refrescantes de los últimos años: Hawkeye. Coges al viejo Ojo de Halcón, le das un par de vueltas, le aplicas un realismo hasta el momento inédito en Marvel y te lanzas a contar las historias cotidianas de un tío normal y corriente que tiene puntería con el arco y sólo con eso tiene que codearse con dioses y mutantes. Y desde una óptica totalmente posmoderna, reflexionas con mucho vacile sobre sentirse fuera de sitio, el fracaso y la responsabilidad. Aja dota a cada número de un sentido como unidad, e intenta siempre hacer algo diferente al número anterior. Auna vanguardia —quizás es el único de los dibujantes, junto con Marcos Martín, que mira en serio a Chris Ware— con tradición y el resultado es demoledor. Pulido, jugando a otra cosa, lo ha hecho tan bien que le ha valido su propia serie.

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En Hawkeye Fraction y Aja trabajan codo con codo, y los tebeos resultantes no son fruto del famoso método Marvel, sino que es un tebeo pensado verdaderamente en equipo y producido como se produce hoy en día el cómic contemporáneo. Con todos los matices que debamos ponerle a esto dado que trabajan en una gran editorial, evidentemente. Pero los lectores de Hawkeye sabemos que un cross-over con otras series de los Vengadores, por ejemplo, es inconcebible, simplemente porque lo que leemos parece suceder en otro universo; la estética remite a otra época, el interesante color de Matt Hollingsworth, apagado y con una paleta muy pensada, lo aleja por completo de la aventura del género al uso. Por resumirlo de un modo claro, sin Fraction ni Aja no habría serie. Cuando se cansen, se acabó. Felizmente, añado yo.

Captain Marvel de Kelly Sue DeConnick y otros.

Al mismo tiempo que se lanzaba Hawkeye aparecía Captain Marvel, también editada por Wacker. Juega a algo distinto, pero sigue siendo una serie con una dirección clara. DeConnick asume el reto de tomar a Carol Danvers, un personaje secundario maltratadísimo pero con mucho potencial y la convierte en lo que siempre debió ser: una mujer real, alejada de la fantasía del lector masculino. La cuestión del género está siempre presente, y la construcción del personaje es minuciosa, y desde luego más pausada de lo que el ritmo frenético de las series más importantes permite. Sin embargo, como en Daredevil, las aventuras de la protagonista siguen siendo lo principal. No es una serie rompedora en lo gráfico, ni lo pretende, aunque el tono sí sea original. La lastra mucho, eso sí, el baile constante de dibujantes bastante irregulares en su mayoría, con la excepción de Emma Ríos, aunque por las páginas que he podido ver de David López, nuevo dibujante fijo de la serie, eso se ha terminado.

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FF de Matt Fraction, Mike Allred, Laura Allred y Lee Allred.

Unos meses después Fraction se unía al matrimonio Allred para crear la que, ahora que ha terminado, me atrevo a calificar como una de las mejores series de Marvel de los últimos diez o veinte años. Y de este grupo de series del que estoy escribiendo, mi favorita tras Hawkeye. Es una vuelta al pop original, lleno de personajes entrañables y un concepto de familia disfuncional impregnado de una idea clave: la defensa del derecho sagrado a la diferencia. Sin embargo es curioso constatar como Fraction, que en Hawkeye se deja llevar muy pronto y parece que se atreve a todo, en FF da la sensación de contenerse, de querer ponerse serio en algunos momentos e introducir tramas más tradicionales. En cualquier caso, el tramo final de la serie, ya con Lee Allred —hermano de Mike— como guionista, se entrega a la locura con alegría y remata la trama con brillantez y hasta con reflexiones metatextuales.

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Young Avengers de Kieron Gillen y Jamie McKelvie.

Ya en 2013, editada por Lauren Sankovitch, apareció el segundo volumen de Young Avengers. El primero presentaba un concepto muy interesante: un grupo de jóvenes héroes que parecían versiones adolescentes de los Vengadores o sus ayudantes, pero resultaban ser algo muy diferente. Durante su corta vida editorial sus historias estuvieron muy integradas en la familia de series de los Vengadores, pero este volumen, o por lo menos los seis primeros números, que son los que leí, va casi totalmente por libre y tiene un tono propio, y por eso he incluído aquí la serie. A pesar de que, la verdad, tampoco me ha parecido especialmente buena, pero ya decía antes que esto no trata estrictamente de calidad. McKelvie es buen dibujante, y en cada número introduce un par de páginas con un diseño experimental, pero mientras que en otras series la experimentación tiene un motivo y está bien integrada, aquí chirría, porque no tiene nada que ver con la narración completamente clásica del resto. Lo cual no significa que esas páginas, por sí mismas, no estén muy bien. En cuanto a los argumentos, hay cosas destacables: la naturalidad con la que se muestra la relación sentimental entre Wiccan y Hulkling, cierto humor costumbrista muy agradable… Es una serie, por tono y personajes, que parece muy pensada para un público adolescente: hasta incluyen a un Loki, tremendamente de moda gracias a las películas, convertido en un chaval.

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Yo me pregunto, sin embargo, hasta qué punto se habrá logrado su objetivo, en un mercado dominado por los coleccionistas adultos. ¿Realmente ha conseguido esta serie llegar a un público más joven? Ni idea, la verdad.

The Superior Foes of Spider-Man de Nick Spencer y Steve Lieber.

Esta serie es uno de los descubrimientos más sorprendentes y divertidos que he hecho últimamente, y al que seguramente no habría llegado sin la recomendación de Santiago García. No es la primera vez que se ha intentado mostrar el lado humano de los supervillanos, ni tampoco su lado patético, pero quizás nunca se había hecho tan bien. Spencer junta a un puñado de segundones sin demasiada personalidad —Boomerang, Demonio Veloz, Conmocionador…— y nos cuenta sus vanos intentos por convertirse en villanos de los importantes, de los que todo el mundo teme. Hay mucho humor, porque las situaciones son a menudo esperpénticas, pero también hay mucha humanidad. Nos reímos de los personajes pero también les tenemos cariño, y nos gustaría que triunfaran en sus aspiraciones a pesar de ser los malos de la historia. Como el resto de series de las que estoy escribiendo, ésta evoluciona bastante al margen de todo, y ni siquiera Spider-Man tiene mucha presencia.

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En realidad, leyendo The Superior Foes no puedo evitar pensar que no es algo novedoso, y que en el fondo está recuperando el tono de sátira que The Amazing Spider-Man tenía en sus primeros números con Lee y Ditko, y que a veces parece que quedó para la historia del medio en un segundo plano frente a otros hallazgos, aunque, al releerla, uno se da cuenta de que es fundamental en la serie. Como entonces, los protagonistas de The Superior Foes tienen que aguantar chistes sobre su atuendo o lo cutre de algunos de sus planes. Más allá de eso, Spencer sabe cuándo ponerse más serio, y retorcer las relaciones entre los miembros del grupo y otros villanos que aparecen por la serie, porque siguen siendo unos cabrones con un concepto de la amistad muy peculiar.

El dibujo de Lieber, que me recuerda mucho a algunos aspectos de Sean Phillips, no es tan apabullante como el de otros dibujantes de los que estoy hablando aquí, pero funciona perfectamente y acierta de pleno al caracterizar a los villanos, que son en cierta forma el reverso de la imagen arquetípica de los héroes.

La segunda oleada.

Hasta aquí las series que llevan suficientes números como para hablar de ellas con cierto conocimiento de causa. Pero la nueva jugada promocional de Marvel, la fase dos de Marvel Now!, ha puesto o va a poner en el mercado una buena ración de series que buscan desde el principio la diversificación y la identificación de las mismas con sus autores. Iron Fist, Black Widow o Shang Chi seguramente vayan a ser buenos ejemplos, al menos a priori, porque no los he leído. Sí lo he hecho con los números uno de She-Hulk y Moon Knight. La primera, obra de Charles Soule y un fantástico Javier Pulido, me ha parecido muy divertida en su caracterización de Hulka, que es un personaje abocado a protagonizar series de humor al que parece que aquí, sin renegar de él, se le va a dar más trasfondo. De hecho, hay una declaración de intenciones muy clara cuando se omite la única pelea del tebeo mediante una elipsis: eso ya lo hemos visto mil veces, ¿qué interés tiene verlo una más? Moon Knight es la vuelta de Warren Ellis a Marvel, después de marcharse a hacer sus cosas a Avatar. La última vez que colaboró con Marvel, si no recuerdo mal, fue con unos números de Secret Avengers. Ellis, que parece ya claramente interesado en otros campos, tira por derroteros tan apartados de la ortodoxia del género como Hawkeye, pero desde un enfoque muy diferente: el Caballero Luna, que nació, recordemos, como un nada disimulado émulo de Batman, aparece aquí como el chalado que debería ser a tenor de su personalidad múltiple y de todo lo que le ha pasado, y viste traje y corbata blanca, aunque en las —espectaculares— páginas del segundo número de Declan Shalvey que se han difundido le volvemos a ver con su traje de siempre. Pese a todo, la serie que espero con más ganas es la nueva de Silver Surfer, dibujada por Mike Allred y guionizada por Dan Slott, que seguro que le sigue el rollo a Allred y continúan con el despendole de FF.

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¿Pero qué pasa con el mercado del comic-book?

Retomo ahora la pregunta que planteaba antes de este repaso: ¿por qué ese interés de Marvel por este tipo de series? He leído a algunos aficionados afirmar críticamente que todo esto es una «maniobra comercial», y a eso sólo puedo contestar que, hombre, ¡evidentemente! Como si cualquier otra decisión editorial que tomaran los directivos de Disney / Marvel no lo fuera. O como si las múltiples series de los Vengadores o los X-Men no respondieran a una maniobra estudiadísima. Lo interesante no es señalar lo obvio, sino dilucidar los cómos y los porqués.

En estos momentos, y desde hace ya unos años, el mercado del comic-book no es que esté al borde del derrumbe, es que está derrumbado. O lo estaría sin el colchón del cine, que llegó justo en el momento adecuado. Ahora mismo me parece que mientras que los superhéroes sean rentables a sus propietarios —dos grandes multinacionales del entretenimiento con cientos de tentáculos— los comic-books seguirán existiendo. Incluso si fueran deficitarios. Cualquier pretensión de ser o volver a ser un medio masivo se ha desechado. Los comic-books mensuales cuestan ya cuatro dólares. Es un producto caro, tan caro como otros cómics u otros productos culturales, que ha encontrado en el núcleo duro de aficionados adultos la única tabla de salvación a la que agarrarse. El fandom. Mirando los primeros puestos de la tradicional tabla de ventas de la distribuidora Diamond, puede parecer que las ventas están estabilizadas en torno a los cien mil ejemplares del título más vendido, pero si bajamos la vista seremos conscientes de la fuga. Si tomamos como ejemplo el top de enero de este año, observaremos que el cómic que está en el puesto 17 ya vende sólo la mitad que el tebeo más vendido. El título que aparece en el puesto 100, nada menos que uno protagonizado por Spider-Man, vende menos de la quinta parte que el primero. Las cifras de venta que arrojan son incomparables con las de épocas pasadas, y, muy pobres si tenemos en cuenta la población total del país. En España, por supuesto, no tenemos una información tan detallada de las cifras de ventas, pero posiblemente no sea descabellado decir que, proporcionalmente, los cómics de Marvel no venden aquí mucho menos que allá.

Y todo parece dar igual, nada aumenta las ventas de forma estable, más allá de un evento que obligue a comprar más cómics a los compradores habituales. Porque ésa parece ser la batalla ahora: Marvel y DC compiten por arrebatarse compradores la una a la otra, y las editoriales más pequeñas absorben a los lectores aburridos de las dos grandes, o que simplemente quieren comprar otro tipo de tebeo además de los que han comprado siempre. Las películas tienen un efecto prácticamente imperceptible. Thor es ahora más popular que nunca, pero su serie deambula por la mitad de la tabla, y vende poco más de cuarenta mil ejemplares.

El mercado de Tradepaperbacks, graphic novels en la terminología de Diamond, es un suplemento para la supervivencia del tinglado. Las ventas de los tomos han ido aumentando en los últimos años, hasta el punto de que prácticamente todas las series son recopiladas, y algunas con mucha frecuencia: hay tomos de X-Factor, por ejemplo, que incluyen solamente cuatro comic-books. En enero, ahí si aparece Thor, por ejemplo, aunque las series más vendidas son The Walking Dead y Saga. Los TPB tienen presencia en puntos de venta diferentes a las librerías especializadas, y es bastante posible que el poco nuevo público que las películas, series o merchandising puedan estar atrayendo acudan antes a los tomos que a los comic-books. Pero, aun así, tampoco estamos hablando de ventas muy elevadas, aunque lógicamente —y esto es algo que demasiado a menudo no se tiene en cuenta al comparar cifras de unos y de otros—, un tomo genera un beneficio mucho mayor que el de un comic-book.

En este escenario, las expectativas han cambiado mucho. Cuando Disney compra Marvel está comprando su potencial para generar dinero en cine y televisión, y sabe cuál es el techo de ventas actual en el mercado del comic-book. Asumido eso, da la sensación de que no hay demasiadas exigencias. Durante años Marvel —y DC, claro— luchó por volver a las ventas del pasado, y ahí está la fiebre de los noventa para recordarlo. Hubo un momento en Marvel en el que cualquier serie por debajo de los 250.000 ejemplares vendidos era cancelada sin más. Hoy vender 20.000 ejemplares, cuando la serie más vendida de cada mes rara vez sobrepasa los 120.000, es asumible y sostenible. El mercado se ha replegado sobre sí mismo y las cifras ahora siempre son relativas; se trata de ocupar más cuota de mercado que el rival, de dominar lo poco que queda, de ser el gallo del gallinero, aunque éste sea pequeño.

Y ahí es donde entran en juego este grupo de series, que son posibles, creo, en parte porque Marvel se ha liberado de la presión de necesitar vender muchísimo, pero también, por supuesto, porque hubo un editor, Wacker, que apostó por este camino en primer lugar, aunque recientemente ha dejado de ser editor para trabajar en el desarrollo de series de animación. Lo cual dice bastante del lugar que ocupan los cómics en el conglomerado del ocio que es Disney; este movimiento no puede verse si no como un ascenso, una recompensa por el buen trabajo que ha realizado en un departamente menor. Habrá que ver si sus sucesores, o los editores que han apostado también por este tipo de series, están a la altura.

Pero todas estas series ¿quién las compra?

¿A quién buscan estas series, entonces? No creo que haya demasiados compradores ocasionales o ajenos a la cultura de los superhéroes, aunque seguramente los haya, especialmente si hablamos de los tomos. El aficionado de base, el coleccionista, puede comprarlos, por supuesto, pero tengo la sensación de que al menos una parte de ellos piensa que estas series son sosas, que no son fieles a los personajes —cosa que en el fondo muchas veces es cierto—, que son series para indies, hipsters, alternativos, gafapastas o culturetas —según en qué momento de los últimos veinte años se hayan quedado anclados—. Pero en realidad creo que es más sencillo que todo eso: son series para personas que no son ellos. Que no son coleccionistas, quiero decir.

Desde luego Marvel no hará ascos a cualquier lector de fuera que estas series puedan atraer, pero creo que el juego consiste sobre todo en arrebatarle lectores a otras editoriales. Hay un número limitado de lectores que se va moviendo de unas series a otras, y ahí es donde tiene sentido ampliar el enfoque de las diferentes series que forman la oferta editorial de Marvel. Y creo que hay un tipo de lector, sin ir más lejos yo mismo, que ya no tiene paciencia o interés para seguir un montón de series interrelacionadas entre sí, estar pendiente de los cross-overs o seguir una serie con fidelidad a prueba de bomba, la hagan quienes la hagan, pero siguen gustándole los superhéroes y puede interesarle seguir una o dos series sin complicarse más la vida. Es también, probablemente, una respuesta al progresivo enriquecimiento del panorama editorial que se ha dado en los últimos años, en el que han ido apareciendo series fuera de las dos grandes editoras que funcionan muy bien comercialmente, que son propiedad de sus autores y por tanto disfrutan de una libertad para experimentar o hacer lo que les dé la gana con los personajes mucho mayor. Ojo de Halcón es y siempre será propiedad de Marvel y parte de una franquicia cinematográfica de millones de dólares, pero leyendo Hawkeye parece que Fraction y Aja hacen y deshacen a su antojo. No es así del todo, claro, pero en la ilusión de que sí lo es, y en unos márgenes mayores reales y palpables al comparar con otras series, reside su atractivo.

En gran medida creo que también existe una cuestión de prestigio. Cada vez son más los creadores que abandonan Marvel o DC para producir series propias. La debacle del mercado ha igualado las cosas por abajo: realmente, hoy hace falta vender muy poco de una serie propia para superar las ganacias que proporcionaría una de un personaje de Marvel. Y si se tiene la suerte de que la industria del cine se interese por tu creación, mucho más. Muchos autores se han cansado de que sus historias y personajes sean llevados al cine o convertidos en figuras articuladas a cambio, en el mejor de los casos, de unas cantidades injustas. La industria lleva décadas dando demasiadas lecciones de cómo trata a sus creativos en los malos momentos, incluso aunque las cosas hoy no sean como en los sesenta. Mark Millar, Ed Brubaker o Frank Quitely no parecen ni remotamente dispuestos a volver a Marvel, pero otros autores pueden o podrían volver… en determinadas condiciones. Ni se les pasaría por la cabeza meterse en la vorágine de la familia de series de los Vengadores o X-Men y a los que no les motiva supeditar su voz autoral a la dirección editorial. Aunque hay otros, como Matt Fraction, que parecen moverse en los dos niveles sin problemas. Para todos esos casos, Marvel ofrece esta vía a la que como decía al principio no podemos llamar de autor, porque el personaje sigue llevando en la frente un bonito símbolo de trademark, pero sí que da una libertad mucho mayor, de manera que a un hombre curtido en mil batallas como Warren Ellis le puede tentar la idea de hacer una serie dentro de Marvel pero al margen de su corriente principal. Y todas estas series, en última instancia, no sólo alcanzan a sectores del público nuevos, sino que llaman la atención de la crítica y compiten con las mejores series de editoriales independientes por los premios que da la industria. En resumidas cuentas: prestigio.

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¿Iguales o diferentes?

He leído también con cierta frecuencia que estas series son demasiadas. Es llamativo que parezca no haber demasiados problemas con que existan seis o siete series protagonizadas por los Vengadores —cada una de ellas, supongo, bien diferenciada en la mente del fan— pero se debata sobre si hay o no demasiadas series diferentes. Y el otro tópico, claro, es que son «todas iguales», lo cual me asombra bastante, porque no puedo estar más en desacuerdo. No sé en qué se parece Hawkeye a FF o a She-Hulk, más allá de que ninguna de las tres se parece demasiado a The Mighty Avengers. Su diferencia respecto a la corriente principal es lo que las une, y lo que hace que esté hablando de ellas en el mismo artículo, pero en esa diferencia hay una heterogeneidad mayor que la que tienen entre sí la mayoría de las series tradicionales, mucho más uniformes. Llama la atención que en un medio que ha funcionado siempre aplicando la imitiación de cuatro hot-artists que en cada momento marcan las tendencias a seguir se diga que David Aja, Javier Pulido o Declan Shalvey dibujan igual, porque a mí no podrían parecerme más diferentes entre sí. Pero, en fin, es algo parecido a que se diga que estos autores son gafapastas, modernos, o vanguardistas, cuando precisamente su vanguardismo suele consistir en mirar al pasado, recuperar las raíces artísticas del género antes de que determinadas estéticas se convirtieran en las únicas que tenían cabida, y pasarlas por una mirada contemporánea, abierta, con influencias que van mucho más allá del género. Paolo Rivera mira bastante a Ditko o a Romita, David Aja, que sí  tiene una vena experimental muy desarrollada, mira tanto a Ware y sus coetáneos como a Miller, Steranko o Mazzucchelli para crear algo nuevo. Allred es el más original y talentoso de los —escasos— seguidores de Kirby. McKelvie homenajea constantemente a Romita y a los cómics románticos de los cincuenta y sesenta. Eso sí, que se perciban como más modernos que, por ejemplo, Greg Capullo o Stuart Immonen dice muchísimo sobre cómo funcionan los ciclos en el arte y los gustos de los aficionados.

Conste que tampoco estoy diciendo que estas series no tengan nada en común, que sí lo tienen. Pero no temática o argumentalmente, sino en su enfoque editorial, que es, como estoy defendiendo en estas páginas, lo que interesa a Marvel. Todas son series que pueden seguirse sin atender a ninguna otra. No participan en cross-overs, ni hacen demasiado hincapié en la continuidad, cuando no la ignoran, sin contradecirla, pero sin emplearla. La presentación de Hawkeye nos dice: «Clint Barton, alias Ojo de Halcón, se convirtió en el mejor arquero del mundo. Después se unió a los Vengadores. Esto es lo que hace cuando no es vengador. Eso es todo cuanto necesitas saber». Moon Knight n.º 1 comienza con un texto un poco más detallado pero similar. Es decir, que hay un interés especial por comunicar que estas series puede seguirlas cualquiera y todos los lectores partirán de cero. Casi todas tienen un tono muy cotidiano, alejado de las grandes aventuras, que para eso están ya las series de toda la vida. Muchas tienen cierto humor, en mayor o menor medida. En casi todas ellas, junto a sus dibujantes, destacan una serie de coloristas que realizan un trabajo artístico espectacular, con el que reniegan del acabado infográfico lleno de detalles y efectos que de manera uniforme se aplica en casi todas las series, para volver al color no naturalista, plano, cartoon, el colorido que era propio del comic-book en los tiempos de la cuatricomía pero con las posibilidades técnicas de 2014, y un sentido narrativo y artístico detrás. Si cada número de Hawkeye parte de un concepto, de una idea a desarrollar formalmente, el color de Hollingsworth lo secunda siempre y lleva ese concepto más allá, porque el sentido del color en el cómic no debería ser tapar carencias del dibujo, ni remedar a la fotografía o al cine, ni limitarse a ser mero adorno que atraiga a la vista. Y por último, y como ya dije antes, todas son series muy vinculadas a la iniciativa y personalidad de sus creadores. Insisto en no llamarlos cómics de autor porque no lo son, pero casi. Son lo más parecido que encontraremos en Marvel en mucho tiempo. Es pronto para decirlo, y por supuesto el éxito individual de cada una será decisivo en esto, pero creo que no tendría sentido un Hawkeye sin Aja y Fraction o Captain Marvel sin DeConnick. Cuando esos creadores decidan que han hecho todo lo que podían hacer y dejen sus series, lo mejor que puede pasar es que cierren, sería lo natural. Y eso no debería verse como algo negativo, al contrario.

¿Cuánto durará esta situación? ¿Hay mercado para todas estas series, o por el contrario pronto veremos cancelaciones? Es muy pronto para saberlo, dado que algunas llevan menos de seis números y otras ni siquiera han aparecido aún. Estoy convencido de que gente inquieta como David Aja tampoco se verá haciendo cincuenta números mensuales de la misma serie. Ya veremos qué pasa. ¿Significa todo esto que Marvel está empezando a cambiar el chip, a dar más importancia a los autores por encima de la franquicia y los grandes eventos? Soy demasiado cínico con ella a estas alturas para pensar así. Hoy se ha visto un nicho de mercado que cubrir con este tipo de producto; si mañana dejan de funcionar estas series, se acabará, con el mismo dilema moral que acabó con la explosión de creatividad subterránea de los setenta: absolutamente ninguno. Pero si tiene que servir para algo este momento y este conjunto de series es para darnos cuenta de que la clave de todo este tinglado son los autores. Ellos son los responsables primeros de todo lo bueno que hemos podido leer durante décadas. Y por eso yo siempre estaré de su parte, y reivindicaré siempre que se lleven la parte justa del pastel que ellos generan. Cada vez que un fan se pone de parte de esa máquina sin ojos ni oídos llamada Marvel, cada vez que uno mira hacia otro lado cuando un dibujante veterano languidece en la miseria, cada vez que uno maldice al autor que manda a paseo a Marvel y se marcha a crear su propia serie, me siento aún menos parte de todo esto.