Rosario y los inagotables (Marcos Prior y Artur Laperla)

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Rosario y los inagotables (Marcos Prior y Artur Laperla). La Cúpula, 2014. Rústica. 21,2×28 cm. 180 págs. B/N. 18,90€

Marcos Prior es uno de los autores de cómic más interesantes y a la vez esquivos de la actualidad. Desafía cualquier adscrición a tendencias, escuelas o corrientes, como dibujante tanto como guionistaen colaboración y viene desarrollando desde hace años una obra original, coherente, personal y compleja. Prior no es fácil ni lo pretende, o ésa es la sensación que me dan sus tebeos, frutos siempre de la reflexión y el estudio de la realidad social, política y económica de nuestros días. No hay mejores cómics para entender de verdad la crisis de Occidente, que no empieza en 2007 ni en 2008. Pero mucho antes de Fagocitosis, El año de los cuatro emperadores o Potlatch Prior fue un veinteañero que firmaba como «Kominski» y que fue miembro fundador de Producciones Peligrosas, parte de una generación que empezó a profesionalizarse en el peor de los momentos, cuando todo el entramado industrial del país se estaba viniendo abajo. Sin embargo junto a su compañero Artur Laperla inició en 2000 para El Víbora la serie que ahora ha recopilado en un solo tomo La Cúpula: Rosario y los inagotables.

Hay que empezar alabando el excelente prólogo que ha escrito Daniel Ausente para el libro, aunque, por otra parte, la verdad es que me pone en una situación muy difícil porque ya da con todas las claves de la serie. Prior y Laperla —buen dibujante, suelto e inquieto— arrancan con una especie de comedia de situación protagonizada por Rosario y su grupo de amigos y familiares, a los que les van pasando cosas raras, impregnadas de cierto realismo mágico contemporáneo y mucha mala leche. Hay mucho, siendo sinceros, demasiado al principio, de los Hermanos Hernandez, como ya advierte Ausente en el prólogo. Tarda en formarse su propia personalidad, sobre todo porque las historias son de cuatro páginas y eso sólo da para una evolución lenta y una caracterización de personajes limitada. Se nota el tanteo, el ensayo y error, y la búsqueda de algo que contar más allá de una situación más o menos divertida. Pero ya están ahí el buen uso de los textos de apoyo para vertebrar todo el relato —Prior escribe francamente bien, y entonces ya lo hacía—, el inteligente uso de las elipsis, y el humor tan particular y fino que han tenido siempre sus cómics.

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Conforme va matizando a los personajes —algunos fantásticos— y ambos, guionista y dibujante, se acomodan, Rosario y los inagotables empieza a mejorar. La sombra de los Hernandez, sobre todo de Jaime, nunca se retirará del todo, pero ya no es tan evidente, no anula sus propias virtudes.

Hacia la mitad de la serie, coincidiendo con los atentados del 11-S, todo empieza a cambiar. Quién sabe si casualmente o animado por ese shock que marcó de facto el inicio de otra era, el verdadero año cero del siglo XXI, Prior empieza a introducir temas en Rosario… que nos son familiares porque son los que luego desarrollará en sus obras. La crítica, aún poco articulada, al sistema financiero, el mundo de la publicidad, las encuestas, la superficialidad de la autoayuda neocon que hicieron pasar por profunda filosofía, o el empleo precario que ya entonces —por eso decía que la crisis no es de hace dos días— padecían muchos trabajadores.

Siempre inteligente, huyendo de la demagogia y del panfleto fácil, pero también del ensayo puro, Marcos Prior siguió, una vez cerrada esta etapa, ahondando en las cuestiones que le preocupan. A medida que crecían sus referencias y —sospecho— sus lecturas, la crítica y el análisis del capitalismo, el neoliberalismo o el papel de los medios en la sociedad del simulacro fue haciéndose más certero, y sus cómics, enriquecidos por un experimentalismo formal que no es simple alarde, sino que tiene siempre una razón de ser dentro de su tesis. Porque, en el fondo, pocas obras son más «de tesis» que las que Marcos Prior ha realizado en solitario, junto a Danide o junto a Laperla, en el caso de Rosario…, que tiene interés no sólo como arqueología del conjunto de su producción y como forma de ver qué se estaba gestando en su cabeza, sino también como lectura divertida pese a la irregularidad del primer tramo de la serie, y llena de personajes atractivos y chispazos del genio que explotaría pocos años después. Y, claro, también sirve como testimonio del final de una época que murió definitivamente con El Víbora en 2004, a la que le siguió otra diferente, la que estamos viviendo aún ahora, en la que, creo, no por casualidad Marcos Prior ha podido desarrollar todo su talento e ideario. Pero eso es otra historia, para otro momento.