Fútbol. La novela gráfica (Santiago García y Pablo Ríos)

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Fútbol. La novela gráfica (Santiago García y Pablo Ríos). Astiberri, 2014. Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 160 págs. Color. 16 €

Fútbol. La novela gráfica —a partir de ahora simplemente Fútbol— no es un cómic cualquiera para mí. Es obra de dos amigos, Santiago García y Pablo Ríos, que son además dos autores cuyo trabajo anterior admiro mucho, y por eso tenía muchas expectativas con respecto a Fútbol. Eso no sé si es bueno o malo; simplemente es, y no puedo evitarlo. Uno no puede librarse de sus prejuicios —entendidos en su significado más literal: juicios a priori—, y por eso entre otras cosas no creo en la objetividad en las ciencias sociales y por extensión en la crítica. Creo en la sinceridad y en el análisis, y a ambos me entrego a partir de aquí.

Responder a la pregunta «¿de qué va Fútbol?» puede parecer fácil en un principio dado que exhibe un título tan aparentemente obvio, pero ése es el primer juego de manos de García y Ríos. Tras Fútbol, tras el fútbol, hay mucho más, múltiples niveles de lectura, temas que se cruzan y que dialogan entre sí. Pero hay, en primer lugar, una implicación personal sin la que es muy complicado alumbrar una obra grande de verdad. Uno puede ser un grandísimo profesional, pero hay que dejarse un poco de uno mismo en lo que se hace para que sea memorable, para que haya al menos una parte de esa verdad que hay oculta en el arte cuando éste quiere explicar al ser humano: o mejor dicho, cuando el ser humano quiere explicarse a sí mismo a través del arte.

Pablo Ríos venía de hacer su primera obra larga, Azul y pálido (Entrecomics Comics, 2012), y resulta admirable el salto que hay entre una y otra. Ríos ha evolucionado mucho en tan sólo dos libros, y supongo que se debe a que no es lo mismo hacer tus dos primeros cómics con veintitantos que con treinta y tantos; uno reflexiona más, tiene las cosas más claras, y el método de ensayo y error se concentra en el tiempo; el proceso de encontrarse a uno mismo se acelera, y de hecho en las propias páginas de Fútbol puede verse cómo progresa y se encuentra cada vez más cómodo. Como les ha pasado a otros dibujantes de su generación, Ríos ha encontrado su evolución y ha mejorado a fuerza de despojar su dibujo en lugar de añadirle elementos. Más suelto que en Azul y pálido, dibuja ligero, con las líneas justas y ni una más, y dándose a veces toda la libertad de los dibujos rápidos que en ocasiones hace por puro gusto. Ésa es la clave: ¿para qué dibuja uno? Para disfrutar. Y si disfruta el dibujante, lo notamos los lectores, y disfrutamos a nuestra vez. Sabe además cuándo y cómo hacerlo. Su habilidad para el retrato realista y la expresión facial se enriquece con los giros bruscos, osados, a la caricatura con ramalazos a lo Ramón Boldú. Otro grande, Joann Sfar, me viene a la cabeza cuando veo cómo el dibujo fluye entre estilos sin reglas fijas, de una viñeta a otra, según lo que necesite en cada momento, enfatizando cada escena, porque el poder del dibujo no es, ni nunca lo fue, reproducir la realidad visible, sino lo que hay detrás. Y hay que destacar también el uso del color, donde ha dado un salto igual de significativo: el color como elemento narrativo de primer orden, como parte imprescindible del dibujo, y como transmisor de información más allá de su uso naturalista. La paleta de cada página y cada secuencia está muy pensada teniendo eso en cuenta, y se nota, como en el trazo, que con cada página que pasa Ríos se atreve a más, hasta llegar a la historia de Koldo y Aitor, impresionante en en este apartado.

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García lleva una temporada en la que no para de publicar tebeos, y en cada trabajo se percibe su determinación y su implicación en ellos. Es quizás su guión más complejo en cuanto a temas tratados y exposición de los mismos, pero además hay mucho ímpetu personal y mucha pasión en él. La decisión de Ríos de dibujar al narrador de Fútbol con el aspecto de Santiago lo motivó a llevar el guión un poco más allá, como él mismo ha manifestado, de manera que un guión inteligente y lúcido, fino en su análisis y en sus tesis, se convierte también en un trabajo personal —entendiendo el adjetivo en un sentido convencional— en el que Santiago echa el resto. Hay también mucha sorna, mucha ironía subterránea, que se beneficia de la química que tiene con Ríos. Santiago García tiene un sentido del humor nada evidente, pero que está ahí siempre, unido a una mala leche a la que dio rienda suelta en Tengo hambre (¡Caramba!, 2014) o El fin del mundo (¡Caramba!, 2014). En Fútbol el tono es otro, pero también hace aparición esa flema que por momentos recuerda al Eddie Campbell autobiográfico. No es lo único que tiene en común con él, como veremos.

Pero antes conviene situar un poco el argumento, de qué va todo esto. Fútbol es una sucesión de historias enganchadas entre sí sin cortes abruptos, sin capítulos, lo que favorece que las veamos como parte de un solo discurso en el que caben el amor, el miedo, la amistad, la ambición… Fútbol trata temas poco comunes —homosexualidad en el deporte, por ejemplo— y en el fondo trata de todo, porque, como reza la contraportada, «el fútbol es TODO». Puede parecer exagerado, pero en realidad si lo pensamos desde cierto punto de vista, toda actividad humana contiene nuestra esencia y nuestras claves como sociedad. Cada micromundo —el de la política, el del cómic, el de la cría de caracoles— es una reproducción en miniatura de toda nuestra civilización, y el deporte no es una excepción. Muy al contrario, es de hecho la gran representación social del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. El gran simulacro, y aquí quiero retomar algo que escribí en un artículo sobre Captain Tsubasa: «el deporte se ha empleado como escenario para dirimir simbólicamente cuestiones políticas y económicas siempre; es un simulacro donde de manera ritualizada los conflictos que tenemos en la vida real». Hablar de simulacro nos lleva indefectiblemente a Baudrillard y a la posmodernidad, pero no necesito entrar en eso en profundidad para apuntar la idea de que, en un mundo en el que el fútbol es un espectáculo global, su relevancia ha trascendido el simple juego. El fútbol, por mucho que algunos insistan en que no se mezcle con la política, ES política. Y en Fútbol es mucho más: es metáfora y escenario al mismo tiempo de la vida, del ser humano, de nuestras pasiones. El deporte es una forma de ficción. Y por eso examinar las diferentes capas de esta novela gráfica me ha resultado tan revelador.

Todo empieza y acaba con la teoría de juegos, una compleja y oscura —para alguien de letras como yo— materia que, quizás, pueda predecir todos los resultados de la interacción humana. Más o menos. Tiene que ver con la estadística y —esto es interpretación mía—, con la connotación que la visión humana da a los ítems de «ganador» y «perdedor» en una situación dada; el dilema del prisionero, por ejemplo. En Fútbol me parece que se expresa de una manera muy sencilla: «Ganar es perder. Perder es ganar». La teoría de juegos va mucho más allá de un partido de fútbol, y de hecho cuando el entrenador Gerardo Muñoz se dio cuenta abandonó el fútbol para intentar explicar… la vida.

A partir de ahí el narrador nos cuenta historias que vivió en primera persona, algunas gracias a su vinculación con el mundo de la parapsicología — especialmente en una historia en la que parece buscarse un hilo que vincule Fútbol con Azul y pálido—, y otras se nos cuentan sin su implicación directa. La sucesión de historias corre paralela a la escalada dramática y a su intensidad: Fútbol es, en cuanto a su ritmo, un pulso al lector, al que se va llevando hasta un clímax perfecto. Y en nombre de ese objetivo se renuncia a darle a más espacio a historias a las que podrían haberle sacado más partido, recrearse más en ellas. Pero esto no es exactamente una recopilación de historias y ninguna de ellas vale más que la suma de todas. Se intuye, además, que el orden fue pensado para manipular la suspensión de incredulidad del lector y que éste perciba como posibles todas las historias del libro, o, por lo menos, como historias que podrían haber pasado.

Y aquí llego a lo que es, para mí, el corazón de Fútbol y su verdadera razón de ser. Recapitulemos: fútbol como simulacro, fútbol como ficción, fútbol reflejando la vida, la vida reflejando el fútbol… La maraña se enreda tanto que, paradójicamente, acaba por difuminarse. Caen las barreras entre deporte y vida hasta ser una misma cosa, y exactamente lo mismo pasa con la ficción y la realidad. Fútbol es muchas cosas, pero sobre todo es una reflexión brillante sobre la relación entre ambas y el efecto que tienen en nosotros, que llevamos desde que somos seres humanos empleando el pensamiento mítico y la capacidad de representación para explicar el mundo. ¿Realmente importa, en última instancia, que esas historias míticas sobre las que fundamos nuestra civilización sean ciertas en un sentido convencional? ¿La verdad es lo que pasó o lo que recordamos que pasó?

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Muchas preguntas, lo sé. Fútbol da algunas respuestas, pero lo hace de forma lateral, empleando recursos totalmente posmodernos como la falsa autobiografía, algo que a mí personalmente me interesa mucho y cuyas posibilidades han explorado en  el cómic autores como Seth y Eddie Campbell, a quien mencionaba arriba como una influencia de García. Como en Alec (Astiberri, 2010) o especialmente El destino del artista (Astiberri, 2010), García también juega a confundir lo veraz con lo verosímil, a presentar como verdaderos hechos que pasan como tales porque se presentan mediante recursos que hemos aprendido a interpretar en clave de verdad. Si de repente leemos unas páginas en las que el autor aparece de niño, instintivamente asumimos que eso pasó. No es casual que el recurso aparezca en la historia más inverosímil de todas. Pero pronto el propio tebeo nos pone en guardia y nos insinúa que todo debe ser cuestionado. Para empezar, la identidad del narrador. ¿Por qué asumimos que es Santiago García? Se parece, pero no es él… es un dibujo. Y puede hacer lo que le dé la gana. Ésas son las reglas de un tebeo. ¿Qué hay del Santiago guionista en ese narrador del que, no por casualidad, nunca llega a decirse el nombre? La historia de su padre, porque a él le dedica el cómic. Más allá de eso, nada es seguro. En su historia hay una permanente tensión, como también la hay entre el mundo real y el mundo del fútbol, donde los personajes viven sus mayores triunfos y sus mayores fracasos. La tensión entre realidad y ficción aparece en la historia de Aitor y Koldo, que se ven obligados a fingir como jugadores de fútbol y personajes públicos mientras llevan, en privado, una vida real muy diferente. Esta idea se lleva más allá, hasta sus últimas consecuencias, en la historia de Julia, que para poder jugar al fútbol se ve obligada a vivir dos vidas paralelas, como si fuera dos personas diferentes, en realidad. ¿Cuál es la verdadera? ¿No lo son ambas, en realidad, según a quien le preguntes? La duda no queda ahí, porque, en un plano superior del relato, toda la historia de Julia podría ser mentira, una invención del narrador, que admite, con una media sonrisa, que todo se lo ha inventado, sólo para conseguir que su interlocutor le cuente, a su vez, una historia que tampoco ha pasado nunca. Un ejemplo más: la historia del artista contemporáneo, Chuliá —que se beneficia de todos los conocimientos de García en este campo—, plantea que una obra de arte, un gigantesco simulacro, puede superponerse a lo real y suplantarlo, aunque genere tensiones: hay partidos amistosos fantásticos que nadie puede grabar ni difundir, y por lo tanto, no existen, mientras que los partidos oficiales, los difundidos por los medios de comunicación y por lo tanto reales, son los que preocupan a los aficionados y donde el artista realiza sus expeditivos experimentos.

Ése es el juego de espejos que proponen García y Ríos. Por el camino hay una colección de historias sobre seres humanos, reales o no, que trascienden lo particular y llegan a lo universal. Y por eso, sobra decirlo ya, Fútbol puede gustar a cualquiera. Pero al final eso no importa. Lo que importa es que la historia termina con un principio, porque nada termina nunca de veras. Y todas las pequeñas historias que hemos leído lo demuestran.  Y sobre la dicotomía entre la ficción y la realidad, bueno, admito la tentación de cerrar con alguna frase guay del tipo «como el diablo, García y Ríos mezclan verdades y mentiras para confundirnos». Pero aunque es verdad que hay historias reales y otras ficticias, la intención no es confundirnos, sino todo lo contrario: la tensión entre ambos extremos se resuelve mostrando que no son tales. Que la respuesta a esa pregunta carece de toda importancia, porque lo importante de veras nada tiene que ver con eso. Es una revelación. De eso trata Fútbol: de lo esencial, de la verdad profunda que hay detrás de las historias. De la vida, en definitiva.