¡Cadáver en el Imjin! y otras historias bélicas de Harvey Kurtzman (Harvey Kurtzman y otros autores). Norma Editorial, 2014. Cartoné con sobrecubierta. 20 x 25 cm. 240 págs. B/N. 25 €
Si hay alguna duda respecto a si Harvey Kurtzman ha sido uno de la grandes genios del cómic americano, desde luego no la hay sobre que es uno de sus autores más influyentes y valorados por sus colegas. Quizás lo que más me ha interesado y atraído siempre de su figura es el concepto que tenía de su propio trabajo; lo mucho que se exigía y valoraba el medio del cómic. En ese sentido, la excelente entrevista que incluye este tomo, ¡Cadáver en el Imjin! y otras historias bélicas de Harvey Kurtzman, descubre a un verdadero artista preocupado por entregar el mejor trabajo posible, aunque implicara tardar más tiempo en una época en la que las editoriales de comic-books trabajaban a destajo para producir toneladas de papel de pulpa con las que abastecer los puntos de venta. Basta leer los comentarios de Kurtzman en esa entrevista sobre dibujantes tan valorados como Joe Kubert o Alex Toth para entender que la actitud de Harvey no era ni de lejos la más habitual.
Pero vamos a empezar, o por lo menos a continuar, por el principio. ¡Cadáver en el Imjin! y otras historias bélicas de Harvey Kurtzman es por parte de Norma una edición impecable en su reproducción del original de Fantagraphics, y eso implica algo bueno, la profusión de textos y portadas originales, y algo malo: la ausencia de colores. El dibujo de Kurtzman tiene sin ellos una fuerza primaria nada desdeñable, pero basta echar un vistazo en internet a páginas originales para darse cuenta de que también se pierde algo importante.
El volumen recopila varias historias de la extensión habitual en la EC Comics de temática bélica. Esto es importante porque, junto con el crimen, era el género que permitía una aproximación más directa a la realidad. Incluso con el filtro de las convenciones genéricas, Kurtzman se preocupó no sólo por documentarse minuciosamente para sus historias, sino de lograr que las experiencias personales de sus protagonistas fueran veraces y llegaran como tales a los lectores. Hay unos pocos relatos de corte histórico, ambientados en la guerra civil americana, la guerra de Cuba o las dos guerras mundiales, pero cuando Kurtzman se centra en la guerra de Corea, que estaba desarrollándose al mismo tiempo que él publicaba sus cómics, es cuando alcanza los mejores resultados, porque su visión de la guerra se recrudece y el alcance ético de su trabajo es más claro. «Si haces algo sobre la guerra de Corea, es periodismo», le dice John Benson a Kurtzman, y tiene, a mi modo de ver, bastante razón. Aunque el autor no se desplazara al frente y sus fuentes fueran de segunda mano, es inevitable pensar en Joe Sacco, aunque, por supuesto, haya muchas más cosas que los separen a ambos de las que los unen.
Harvey Kurtzman tenía que ceñirse a una extensión brevísima, y tenía que contar algo, una peripecia, un episodio de la guerra que decidiera tratar en cada momento. La libertad que le dieron sus editores, no obstante, le permitió encontrar la manera de superar las barreras comerciales centrándose en historias pequeñas, personales, que tenían lugar en medio del gran escenario de la batalla. Acercando el foco consiguió humanizar el conflicto, hacerlo real. Es un recurso efectivo y muy empleado, pero que entonces, en el cómic, no lo era: mostrar las pequeñas tragedias para plasmar mejor la gran magnitud de la guerra. Y eso sólo podía responder a la intención por parte de Kurtzman de criticar la naturaleza de la guerra y condenarla como el sinsentido atroz que es. No es una convicción que plasme con maneras panfletarias, y, de hecho, ni siquiera está presente en todas: historietas de corte histórico como «Conquista» o «Muerte a manos de los jíbaros» insisten más bien en la fatalidad a la que lleva la ambición desmedida, e incluso en alguna otra, como «¡Enemigo!»—que él mismo califica como «realmente mala»— o «¡Búnker!», llama a la unidad de las tropas y a creer en el «bien», concepto ingenuo y alejado totalmente de la línea crítica que vertebra la mayor parte de las historias. Kurtzman no puede ser patriota ni preocuparse por los motivos que justifican un conflicto bélico; no después de la segunda guerra mundial. No se trata ahora, como sucedía en los comic books de entonces, de levantar la moral de nuestros muchachos ni de ridiculizar al enemigo. Todos son seres humanos que sufren las consecuencias del terror más grande del que como especie somos capaces. La muerte llega sin gloria. No hay poses heroicas ni encuadres épicos, sino caídas violentas en el barro fruto de un tiro anónimo que mata súbitamente a alguien con nombre y con cara. Da lo mismo que lo acabemos de conocer: ése es el poder del dibujo. Basta ver en un par de viñetas a un joven soldado comiendo o arrastrándose por el fango para que empaticemos con él y sintamos su muerte.
Precisamente por eso, por el poder del dibujo, funcionan mucho mejor, vistas hoy, las historias dibujadas por Kurtzman. No me cabe duda de que otros de los dibujantes que aparecen en el tomo, el citado Kubert, Gene Colan o John Severin eran visto entonces como más virtuosos y mejores. Ellos se esmeraban en sus estilos (falsamente) naturalistas, derivados de las escuelas de Hal Foster o Milton Canniff según el caso —es muy evidente en la manera en la que un joven e irreconocible Colan se esforzaba por lograr expresiones faciales llamativas—, pero con ellos quedaron irremediablemente anclados a su momento, con la excepción de Alex Toth, que realiza un trabajo extraordinario y de tanteos casi abstractos con sus historias de luchas aéreas. Sin embargo Kurtzman es atemporal y universal en su expresionismo caricaturesco. Si me dicen que estas páginas alucinantes son de 2014 me lo creería sin dudarlo. Con sus tintas de pincel grueso, sus muecas desencajadas de puro cartoon y su sentido de la acción desbordante y dinámico, consigue mucho mejor que cualquiera de los demás por otro lado excelentes dibujantes del tomo plasmar aquello que busca: la humanidad, la miseria, el desastre de la guerra. Esa manera de entintar que mencionaba, unida a sus figuras y a la manera de moverlas hace que me recuerde al último Jack Kirby, el que hacía de la tosquedad un signo de honesta pureza. No es casual que la huella de Kurtzman se rastree con mucha más facilidad que la de los demás en el cómic adulto posterior, empezando por los underground y continuando por Eddie Campbell o Sacco. Hay una columna que vertebra esa búsqueda de la representación de lo que está más allá de lo visible: el mundo emocional e ideológico. Las figuras encorvadas de Kurtzman parecen animadas por una fuerza centrífuga cuando entran en acción, y es en los combates cuerpo a cuerpo, como el de «¡Matarás!» o el de «¡Cadáver en el Imjin!», que parece prácticamente una cita a la Riña a garrotazos goyesca, donde alcanza su mayor nivel. Ahí es donde deja claro que la violencia sólo engendra violencia, y que la destrucción del semejante es, en realidad, la destrucción de uno mismo.