La canción de Apolo (Osamu Tezuka)

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La canción de Apolo (Osamu Tezuka). ECC, 2014. Rústica. 21 x 14,5 cm. 544 págs. B/N. 25 €

Es bastante probable que dentro de diez años, puede que veinte, todavía sigan publicándose en España obras inéditas de Osamu Tezuka. No es, aunque parezca increíble, el japonés que dibujó más páginas en su vida —murió relativamente joven— pero seguramente fue el que más páginas relevantes produjo. El nivel medio de Tezuka no tiene comparación posible con casi ningún otro artista del cómic internacional. Y sin embargo… ¿es posible hablar de «obras mayores» y «menores» de Osamu Tezuka?

La canción de Apolo es contemporánea de El libro de los insectos humanos (Astiberri, 2013), y por eso además de por su formato y extensión creo que tiene sentido histórico compararlas, aunque cada una de ellas tenga su propia personalidad independiente. Pero ambas pertenecen a la época en la que Tezuka, abiertamente influido por el gekiga, estaba dibujando obras más adultas, saliendo poco a poco del ámbito juvenil cuya consolidación él mismo había capitaneado. En el epílogo de la edición de ECC el mismo Tezuka señala al gekiga y además lo vincula con la situación del país en aquellos años para explicar su éxito y su interés como autor en adoptar ese tono. No sólo eso, sino que admite la influencia directa de sus (malas) circunstancias personales en el carácter oscuro de La canción de Apolo: «Es por eso por lo que sobre ella planea un ambiente aún más lúgubre y pesimista del que planeé darle». Es decir, que Tezuka, puede que sin racionalizarlo aún demasiado, estaba ya haciendo verdadera obra de autor, si no semejante a lo que hoy entendemos por ella, sí claramente precursora de la misma.

Por otro lado, si Tezuka es precursor de algo, bajo mi punto de vista lo es sobre todo del concepto de cómic como obra unitaria y cerrada, en contraposición con la serie de larga duración. Las obras de Tezuka de esta época, por su estructura, son verdaderas «novelas», entendidas a la manera clásica. Es más, siempre me han parecido algo muy cercano a los grandes novelones del siglo XIX, incluso con la influencia folletinesca. De hecho, afino más y digo que está muy cerca de los grandes realistas, a pesar de que Tezuka siempre incluya elementos fantásticos, porque, en mi opinión, lo que define aquella corriente no es la verosimilitud de lo que cuenta, sino la profundidad de la etopeya o retrato moral de los personajes.

Como en tantas ocasiones, el punto de partida es una condición médica o una enfermedad rara del protagonista —recordemos que Tezuka tenía estudios de medicina—. Shôgo se presenta como un niño más o menos normal que sin embargo pierde el control cuando observa cualquier gesto de amor, incluso en animales, por un fuerte trauma que arrastra desde su nacimiento. A partir de ese concepto y del deseo de un psiquiatra por curarlo, se desata una historia monumental con todos los elementos propios de esta etapa de Tezuka: grandes amores y grandes tragedias, peripecias constantes, personajes que aparecen y desaparecen… Shôgo recibe una maldición por sus acciones y es condenado a sufrir por amor una y otra vez, a lo largo de diferentes reencarnaciones, aunque algunas historias de las que vive parecen fruto de su mente más que de una reencarnación real. Sea como sea, esto le permite a Tezuka moverse por diferentes ambientaciones e integrar historias más breves dentro de la trama central que tiene lugar en el presente del protagonista: una historia bélica, otra ambientada en una isla habitada por animales que viven en armonía, y la mejor, para mí: una historia situada en un futuro distópico en el que los humanos sintéticos han tomado el control y empujado a los humanos originales a la esclavitud o la marginalidad.

En sus historias se convierte, por decisión propia, en un moralista y humanista que despieza la naturaleza humana, y eso no es poca cosa. La miseria de nuestros defectos se expone sin ambages, pero en las obras de un humanista siempre habrá espacio para la esperanza: en el caso concreto de La canción de Apolo, la esperanza es el amor, que nos redime y se convierte, para el patriarca japonés, en el motor del mundo y de la historia.

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Las obras de Osamu Tezuka siempre son increíblemente ambiciosas, y ésta no es una excepción, y por eso el juicio inevitablemente será más duro que con otros autores, lo cual, posiblemente, no sea justo, pero es así. Esto me lleva a la cuestión que planeaba al principio. Si uno compara este tomo con El libro de los insectos humanos que mencionaba, u Oda a Kirihito (Mangaland, 2004), otro cómic de la misma época, se encuentra con una trama más deslabazada, menos rotunda. Se notan un poco las costuras, no demasiado, pero sí más que en aquéllas donde el pulso de Tezuka era capaz de todo. Los secundarios no ayudan demasiado, aunque la arrolladora personalidad del protagonista  y la habilidad como narrador de Tezuka pueden con todo. Quiero decir que no es que no se lea con interés y de forma tan absorbente como otras obras suyas, pero sí que se hace también con la sensación de medio gas, de premisa tan potente como siempre que no se desarrolla todo lo que podría. Es una cuestión de ritmo, seguramente, la que impide que nos traguemos situaciones y giros argumentales que en otros mangas de Tezuka no son menos inverosímiles, pero ésa es la sensación que me ha dejado. Por ejemplo, la manera en la que una joven intenta convertir a Shôgo en una máquina de correr maratones.

Por supuesto, incluso con todo eso La canción de Apolo merece la pena. No lo digo por rebajar la crítica o darle equidistancia, lo siento así. La facilidad para dibujar bien e inventarse cosas nuevas a cada poco de Tezuka siempre está ahí, aunque no arriesgue tanto. El cómic es divertido y está lleno de escenas magníficas. Bien por esa mala racha que él mismo comenta, bien porque otras obras contemporáneas le exigieran más, este libro es el primero del autor que he leído y me ha dejado con la sensación de que podría haber sido más de lo que es. Sin embargo, comprobar que el dios del manga es humano es muy positivo, aunque no lo parezca.