Klezmer 4. ¡Trapecio volador! (Joann Sfar)

Klezmer 4

Klezmer 4. ¡Trapecio volador! (Joann Sfar). Norma Editorial, 2014. Cartoné. 17 x 24 cm. 120 págs. Color. 20 €

Si la obra de Joann Sfar simboliza la alegría por vivir, Klezmer es la fiesta del alma. Leer esta serie protagonizada por un grupo de desharrapados músicos en la Europa de principios del siglo XX es una experiencia casi puramente sensorial y rítmica, como un baile frenético y feliz.

Tal vez la errática cadencia de publicación haya impedido que Klezmer esté considerada entre lo mejor de Sfar. Pasaron cuatro años entre la publicación en Francia del tercer volumen y este cuarto, que aparece en España bajo el sello de Norma con otros tres de demora. Pero seguramente la propia naturaleza de la serie tenga mucho que ver con su menor éxito respecto a, pongamos por caso, Vampir o El gato del rabino. Porque si Sfar siempre dibuja con libertad y dejándose llevar, en Klezmer lleva esta seña de identidad a sus últimas consecuencias. Los dibujos apenas abocetados, los trazos libres y expresivos, los rellena con unas acuarelas livianas pero magníficas. En Klezmer es donde más cerca está Sfar de dibujar la música, de alcanzar la perfección en la sinestesia y concretar el sonido el formas y colores.

Por supuesto, al concentrarse en ello la historia no es tanto una historia como una sucesión de situaciones y conversaciones cuya importancia radica en lo emocional. Entre el mito y la historia, los encantadores personajes de la serie sobreviven a una situación terriblemente hostil, sin olvidarse nunca de ser felices, de disfrutar de la vida, que es en el fondo de lo que trata toda la obra de Joann Sfar: carpe diem. Incluso cuando vienen mal dadas.

Llegamos a este cuarto volumen, «¡Trapecio volador!», con un Sfar que ha cambiado, en cierta forma, su manera de ver la serie, para asumir aún con más convicción que ésta debe ser su campo de juegos. Sfar disfruta dibujando de una manera visceral. Se dice a menudo que es un contador de historias, y es cierto, pero no olvidemos que también es un dibujante compulsivo, que disfruta con esa relación íntima entre el lápiz y el papel. Y las acuarelas: el texto que escribió sobre ellas para el segundo volumen de Klezmer es fantástico. Pero estábamos con el cuarto, en el que Sfar se entrega a la improvisación sin complejos. La trama —usar la palabra trama aquí carece de sentido, en realidad— gira en torno al amor, pero lo importante es el dibujo y el color. Ya no le bastan las acuarelas y recurre a ceras, lápices de colores y hasta rotuladores, y mantiene siempre esquemas cromáticos orgánicos y no naturalistas, porque lo que pretende expresar no es la «realidad» sino el ambiente y los estados de ánimo. Cada página es un lienzo en blanco que llenar. Los marcos de las viñetas desaparecen, las ilustraciones a página completa abundan… De repente un tocho de texto nos hace detenernos un poco más en una página. He visto en este volumen registros de Sfar que no había visto nunca, sobre todo en lo que respecta a la caricatura y a la representación del cuerpo y el movimiento, aspecto para el que recurre sin tapujos a la vanguardia de la época que retrata. He disfrutado muchísimo porque nada hay más placentero que dejarse llevar y devorar con los sentidos un tebeo en el que Sfar se ha dejado llevar por completo.

Klezmer 4 interior

Y sin embargo hay que reconocer que en este tomo Sfar se muestra autocomplaciente y se gusta un poco de más. Pocas veces este autor que exhibe su enorme facilidad para parir páginas en todas sus obras ha parecido más relajado: da la sensación de que no se esfuerza, y eso algunos no lo perdonan. Pero si lo hiciera, si se esforzara en dibujar como mandan los cánones, no digo ya como mandan los cánones rancios e insoportables de los que entienden el dibujo con criterios dieciochescos, sino dibujar lo mejor que puede dibujar Sfar, Klezmer sería peor, porque a veces menos es más. Y este tebeo dibujado sin pensar, sin saber, seguramente, qué pasará en la siguiente viñeta, de la misma manera que los dos trapecistas no saben cuál será el siguiente salto mortal, necesita de este dibujo inmediato, realizado al ritmo de la música en tiempo real —estoy convencido de ello—, para alcanzar un grado superior de intimidad con el autor es al mismo tiempo el peor y el mejor de la serie hasta el momento. Porque lo más importante es que en Klezmer 4 Sfar juega a abrirnos su libreta de dibujo sin filtro, sin elaboraciones excesivas: lo que salga a la primera. Y eso equivale a decir que nos abre su mente y su corazón.