El paraíso perdido de John Milton (Pablo Auladell)

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El paraíso perdido de John Milton (Pablo Auladell). Sexto Piso, 2015. Cartoné. 17 x 24 cm. 320 págs. Color. 27 €

Han pasado ya muchos años desde que El camino del titiritero me abriera los ojos, junto con otro puñado de obras, al cómic español contemporáneo. Quizá por eso lo tengo en alta estima y he procurado seguirle la pista a su autor, Pablo Auladell, que ha ido apareciendo sólo en momentos puntuales durante los últimos quince años, como si no terminara de engancharse a la reactivación del medio en España que aquella obra de juventud ayudó a empezar. Supongo que su fructífera carrera como ilustrador tiene que ver, pero, en cualquier caso, es una noticia feliz para mí encontrarme con un nuevo cómic de Auladell, que adapta, nada menos, El paraíso perdido de John Milton.

Auladell ha recorrido un camino artístico extraño: del dibujo anguloso y nervioso con toques de Dave McKean de aquel El camino del titiritero ha llegado a un estilo fuertemente influído por la ilustración contemporánea —con muchos puntos en común con gente como Ana Juan—, más pictórico. Más preocupado por cuestiones propias de la pintura como la mancha y la atmósfera que por otras más de dibujo, como el trazo. Eso no significa que no haya rasgos puntuales que permitan reconocer al mismo autor en ambos trabajos, pero la orientación es muy diferente. Las armas que escoge el autor no son casuales. Muy al contrario, marcan el tipo de adaptación que puede hacerse de un texto tan monumental como El paraíso perdido. Con un dibujo sobrio y deliberadamente monumental —y estático— como éste uno no está buscando la reinterpretación posmoderna ni la sátira, sino que trata más bien de ilustrar el original y dotarlo de una potencia ante todo estética, dado que el texto, previo recorte necesario, en realidad es bastante fiel. Ni siquiera se busca la crítica mediante la exposición literal del original, como, por ejemplo, pudiera hacer Robert Crumb con su Génesis, donde de hecho se trataban temas similares. El estilo de dibujo es esencial, y es parte del discurso.

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Lo que Pablo Auladell parece buscar tiene más que ver con la recreación del texto y la potenciación de su dimensión mítica. La historia no está tratada como se trata la historia sagrada, sino que tiene algo de pagano. En todo momento estamos leyendo una ficción, pero también una de las historias arquetípicas más importantes de la historia de la humanidad. Y un texto literario de primer orden. Ninguna de esas dos condiciones amilanan a un Auladell desatado y ambicioso, que maneja referentes artísticos poderosos —veo a Goya, por ejemplo, en la construcción de las atmósferas, y a El Greco en la manera en la que estira los cuerpos a veces— y da forma a una simbología que parte de los objetos y atributos divinos pero que también alcanza elementos narrativos como el color. Sólo me parece que chirría la inclusión de onomatopeyas muy convencionales y funcionales, que supongo que buscan subrayar la condición de cómic de este libro, pero que creo que entran en contradicción con el estilo. Sin embargo es un trabajo titánico, llevado a cabo durante años, en varias etapas, que se recrea en el poder de las imágenes y no se preocupa por la falta de densidad: a menudo las adaptaciones al cómic de obras literarias padecen de exceso de texto, pero El paraíso perdido es, paradójicamente, un cómic artístico, donde cada plancha cuenta y los textos no están nunca en primer plano. Basta ver páginas como la 70 y la 71, donde simplemente vemos cuatro viñetas de formas casi abstractas —menos la primera, donde se dibuja la silueta de un alma— acompañadas de unas pocas frases sobre los ríos del inframundo. En ningún momento tenemos la sensación de que Auladell esté desaprovechando cuatro páginas que podría emplear para introducir más información, más literalidad del original; el cómic no necesita subordinarse al adaptar. Y de hecho diría que éste es el único camino posible para que la adaptación alcance entidad propia y categoría artística independiente.

Hay más aspectos puramente estilísticos que nos están diciendo mucho de la obra. Los abundantes planos largos muestran un mundo de tinieblas y sombras, donde los cielos plomizos —magnífica, por ejemplo, la página 101 y su sutil cambio de tonalidad— y las atmósferas enrarecidas reflejan un mundo donde la luz de Dios no brilla como cabría esperar. El Edén es idílico, pero no es luminoso ni colorido, sino tan solo más pacífico que el resto del mundo al que las huestes celestiales rebeldes son exiliadas. De hecho a veces ni siquiera parecen tener formas esos abismos, como si fueran, más que un lugar, un estado mental, una proyección psicológica de nuestros temores. La oscura historia de Satán está siempre presente pero no monopoliza el relato, que bascula entre la guerra del Cielo, entre el stablishment de Dios y la rebelión de los ángeles seguidores de Satán —con espectaculares y sorprendentes secuencias de acción bélica—, y la tragedia de Adán y Eva, que acabarán expulsados del paraíso por su curiosidad. Aquí también juega a favor de Auladell su estética, por supuesto: las formas blandas y mutantes de los personajes —pienso por ejemplo en cómo cambian de tamaño o en cómo se les estiran las extremidades—, envueltos siempre en entornos maleables, evitan la concreción del relato y los dilemas morales que transporta y permiten que sean tan universales como lo son en el poema de Milton. Es una manera muy inteligente de evitar esa limitación que a veces tiene el dibujo —sobre todo el más academicista— con respecto al texto, por naturaleza más dado a la libre interpretación visual de lo que se cuenta.

A veces, este tipo de cómics acaban siendo una sucesión de estampas espectaculares y bonitas, pero sin mayor interés como historieta. No es el caso. El impresionante despliegue de Pablo Auladell se lee, no se mira sin más. Es un trabajo, tal vez, fuera de época, apartado de las tendencias de vanguardia —donde puede haber una fuerte influencia del arte, pero se materializa de formas muy diferentes—, que tiene más que ver con el relato ilustrado, sin serlo, y que en el cómic tuvo su momento durante los ochenta y después pareció marginada al ostracismo. Sin embargo El paraíso perdido demuestra que puede ser una vía válida para explorar cierto tipo de historias. Bajo la mirada de Auladell el mito adquiere un halo entre la realidad y el sueño, y en su magistral final se condensa el trágico destino de la humanidad, víctima colateral de las intrigas satánicas contra el reino de Dios, y condenada al trabajo y al dolor del parto en el caso de la mujer. En esa mirada hacia atrás de Adán y Eva, una de las citas artísticas más evidentes, está condensada la esencia del cristianismo.