Preciosa oscuridad (Fabien Vehlmann y Kerascoët)

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Preciosa oscuridad (Fabien Vehlmann y Kerascoët). Spaceman Books, 2015. Cartoné. 22×29 cm. Color. 96 págs. 22 €

A principios de año, el sello literario Impedimenta publicó, con nueva traducción de Alicia Frieyro, Lo que dijo Harriet, la primera novela de la malograda escritora inglesa Beryl Bainbridge. Publicada en inglés en 1972, después de que el manuscrito permaneciera más de una década en un cajón, el libro tomaba como referencia el llamado caso Parker-Hulme, aquel conocido asesinato, acaecido a mediados de la década de los cincuenta, de una ama de casa neozelandesa a manos de su hija y de una amiga de ésta (la, con posterioridad, popular novelista Anne Perry). Pero dicho suceso, que sirvió de inspiración también a Frances Walsh y Peter Jackson para el guión de Criaturas celestiales, era sólo una excusa en manos de Bainbridge quien, añadiendo aspectos de su propia biografía y creando un espacio ad hoc, buscaba reflexionar acerca del reverso del candor, de los tabúes sociales de la Inglaterra de su infancia y de la capacidad manipulativa del ser humano. Estos aspectos, así como la relación entre ficción y realidad, eran la esencia de un relato tachado de obsceno desde su misma concepción, incomprendido durante mucho tiempo, aunque certero en su búsqueda del “lado monstruoso de la inocencia”, en acertada expresión de Marta Sanz en su reseña para el suplemento Babelia.

Esa última sentencia se podría utilizar, sin cambiar ni una sola palabra, para definir la intencionalidad de Fabien Vehlmann, Sébastien Cosset y Marie Pommepuy (integrantes, estos dos últimos, marido y mujer, del dúo artístico llamado Kerascoët) en Preciosa oscuridad. A partir de una premisa sumamente turbadora, que recuerda en su elección de exteriores, y de ingredientes, a la película El cebo, de Ladislao Vajda, los autores pretenden explicar, en un arriesgado y cruel ejercicio, qué se esconde tras la ingenuidad de la mente infantil, o cómo son en realidad los héroes, o las heroínas, que nacen de la imaginación de los niños. Para ello dejan salir a sus criaturas, al modo de William Golding en El señor de las moscas, del cascarón donde hasta entonces habían vivido seguros, abandonándolos en una naturaleza inhóspita, y para ellos desconocida. Comienza entonces un juego sorprendente en el que los actores se hallan tan perdidos como el propio lector, con el que Cosset, Pommepuy y Vehlmann no tienen ningún tipo de consideración, empezando por dejar sin explicación el hecho que desencadenará toda la trama. Su objetivo, queda claro desde muy pronto, no es descubrir por qué ha ocurrido, logrando aportar de ese modo mayores dosis de desconcierto a la lectura, sino que están mucho más interesados en elucubrar alrededor de una idea bien sencilla: si nuestra cotidianidad se desmoronara, literalmente, ¿cómo reaccionaríamos? ¿Quienes tendrían las agallas de asumir el papel de líderes? ¿Quienes se quedarían por el camino? ¿Qué sucedería con los más débiles? ¿Alguien se apiadaría de ellos?

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El título parece apuntar ya una paradoja (esas “bonitas tinieblas” si tradujéramos literalmente del original francés), que crece y se descontrola en el interior. La narración se sitúa en un escenario idílico, un bosque típico de los cuentos de Beatrix Potter, por ejemplo, poblado de personajes maravillosos (príncipes, animales, muñecas, duendecillos), de rostro angelical, en apariencia puros y honestos, que, sin embargo, se desvirtuaran con el paso de las páginas. Lo que acontecerá se contradice totalmente con el espíritu de los cuentos y las fábulas al que parecía remitir la historia en un principio. Nada es lo que parece y todo se vuelve cada vez más impredecible. Y en ese aspecto es una enorme ventaja contar con Kerascoët. El dueto sale muy bien librado, mostrándose capaz de retratar con dulzura los elementos más bucólicos, para, a renglón seguido, desgarrarlos con un mandoble. Tras abandonar , como ya pudimos apreciar en La virgen del burdel (una tetralogía recogida aquí parcialmente por Planeta), la imitación impuesta en la serie de La Mazmorra: Crepúsculo, donde existía una estética determinada que debían respetar, se mueven aquí entre un detallado realismo y una simplificación caricaturesca en apariencia antagónicas, que, no obstante, vienen a subrayar la discordancia general de la que hablamos. Igualmente Vehlmann, curtido en géneros diversos (desde la ciencia-ficción a la aventura romántica) y conocedor de los resortes del gran mercado (ha lidiado con Spirou, entre otros popes), alinea aquí sus mejores bazas, y al modo de Green Manor,  esconde con brillantez sus cartas. Su guión es a un tiempo sutil y cruel, moviéndose, en ocasiones, con golpes de efecto totalmente justificados. Nos ahorra sorpresas gratuitas pues tiene suficiente con darle forma a una espiral cada vez más oscura.

Dupuis lanzó el álbum en 2009, siendo seleccionado en los esenciales del Festival de Angouleme de 2010, y obteniendo algún otro galardón del mercado francófono. Aún así ninguna editorial española se había decidido a traérnoslo hasta que  la buena aceptación en Estados Unidos, donde apareció el año pasado bajo el sello de Drawn & Qaurterly, ha acabado convenciendo a ECC. Precisamente en la ficha que aparece en su página web se lee: “Una obra exquisita y multipremiada que tarda en olvidarse y que obliga a ser releída para comprobar que de verdad has leído eso”.  Y creo que por primera vez estoy de acuerdo con un texto promocional.