Pax Americana (Grant Morrison y Frank Quitely)

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Pax Americana (Grant Morrison y Frank Quitely). ECC, 2015. Rústica. 25,5 x 16,7 cm. 48 págs. Color. 3,50 €

Tras leer Pax Americana tres veces, sigo igual de desconcertado que la primera vez. Quiero decir, ¿esto qué es? ¿Qué buscan sus autores, qué quieren conseguir? No poder responder a estas preguntas no tiene por qué ser necesariamente negativo, pero dado que este cómic se inserta en una serie, Multiversity, y que juega con los personajes que un día pertenecieron a Charlton y que sirvieron de punto de partida de Watchmen (Alan Moore, Dave Gibbons y John Higgins, 1986), me parece evidente que sus autores quieren algo.

Pese a mis problemas con Pax Americana, lo primero que se hace evidente es que Grant Morrison y Frank Quitely admiten hoy por hoy muy pocas comparaciones en el mainstream de los superhéroes. Para bien y para mal, claro: que el guionista más destacado del negocio sea uno que debutó en los años ochenta, que ninguno de los escritores que vinieron después sigan en él o sean capaces de aportar algo significativo, no deja de ser bastante triste. En cuanto a Quitely, sencillamente ninguno de sus colegas puede o quiere llegar a donde llega él. No merece la pena; el propio mainstream no lo exige y las fechas de entrega son las que son; por eso Quitely hace años que no trabaja en una serie mensual. Sin embargo, incluso cuando se apresura o pone el piloto automático, lo hace bajo sus propios estándares de calidad: un Quitely al 75% sigue siendo mejor que la mayoría de los dibujantes que aún trabajan para Marvel o DC.

Aunque en este tebeo, desde luego, tenemos su mejor versión, la más osada, la más experimental. Por supuesto esto también es en parte mérito de Morrison, cuyas ideas encajan a la perfección con la visión de Quitely. Juntos son tremendos, incluso en ejercicios de estilo tan barrocos como Pax Americana. No quiero dar la impresión de que es un cómic vacío, al contrario; tiene tantas ideas que se embrolla, se atropella, se mete en un diálogo oscuro tras otro, interrumpido por una estructura sincopada que busca comprimir demasiados conceptos y que no le da el espacio que necesita a ninguno. Pirueta narrativa tras pirueta narrativa, avanza a trompicones, recreando una historia similar a Watchmen pero situada en nuestra época, protagonizada por los héroes originales de la Charlton: Question, Blue Beetle, Capitán Átomo, el Pacificador… Hay un asesinato que Question —inspiración de Rorschach— intenta resolver, una conspiración tras la cual hay un hombre inteligente y poderoso, un superhombre omnisciente, un héroe a sueldo del gobierno que descubre que todo es una gran broma… Pero todo está comprimido y desordenado en 42 páginas, seguramente demasiado escasas para todo lo que Morrison, más críptico que nunca, quiere incluir.

Claro, cuando uno ve secuencias como la que abre el cómic, que muestra el asesinato del presidente hacia atrás con unos encuadres y el nivel de detalle más espectacular que puede concebirse, se siente inclinado a perdonarlo todo. El trabajo de Quitely y Morrison en la composición de página, en los juegos de espejo —tan de Watchmen— y en la elaboración de símbolos que relacionan las escenas —el más abundante, el símbolo del infinito que se repite como se repetía el smiley en la obra de Moore y Gibbons— es digno de todos los halagos… pero es excesivo. Me ha recordado al reciente trabajo de J.H. Williams III en The Sandman Overture, aunque en esta obra el barroco se vuelve rococó superfluo muy rápidamente. Al final, abruma, y el amasijo de ideas de Morrison se vuelve demasiado pegajoso como para sacar algo en claro. Al menos ha sido ésa mi experiencia lectora, por supuesto.

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Quizás merece la pena ahondar en la condición de artefacto metarreferencial de Pax Americana, porque me parece muy significativo. Es evidente que en esa relectura de Watchmen hay tanto de homenaje como de soterrada mala leche, especialmente en puntos como el tratamiento de Question o del Doctor Átomo. No es ningún secreto que Morrison y Moore no casan muy bien. Pero además de eso se aprecia —se aprecia demasiado, diría— el esfuerzo por rizar el rizo, por hacer Watchmen más y mejor, y en menos espacio, por condensar Watchmen, y no sé si anularlo, en cierta forma. Pero, claro, las cosas tienen su momento y su lugar. Watchmen en 1986 era necesario, en una industria en crisis, porque se precisaba de obras que convencieran a la gente de que los superhéroes podían ser adultos. Y también hacía falta demostrar todo lo que podía hacerse a nivel formal con el medio. Pero si Watchmen salió del nicho de los aficionados a los superhéroes y llegó al público generalista, desde luego no fue únicamente por sus recursos formales, sino porque trataba cuestiones complejas y presentaba temas que rara vez —tal vez nunca— se habían visto en un cómic. Pax Americana no explora esa vertiente, pero, aunque lo hiciera, en 2015 no podría tener la misma relevancia. Pero es indiferente, porque, en el fondo, el principal problema que aprecio en este cómic es que sólo mira hacia adentro. En su paroxismo metarreferencial hunde su discurso en la endogamia de un medio que ha renunciado a los lectores no iniciados. Dudo mucho que alguien que no conozca toda la intrahistoria de Pax Americana encuentre en él más recompensa que flipar con el trabajo gráfico de Quitely. Y yo —y esto obviamente es una postura personal— estoy algo cansado de estas obras que no paran de darle al lector experto codazos cómplices y le hace sentirse muy inteligente con cada guiño que caza en su lectura obsesiva. Precisamente eso, la obsesión, quizás sea el problema de Grant Morrison, un guionista increíblemente inteligente al que cada vez le preocupa menos el lector, y que vive obsesionado con la esencia de los superhéroes y su simbología, y que, como el presidente de los EE. UU. en Pax Americana no puede parar de pensar en ellos y dar una y otra vez vueltas a su alrededor, en un eterno retorno agónico.

Pax Americana, con todo, seguramente sea uno de los mejores comic-books que generará la industria este año. Si lo analizamos como producto dirigido al fandom, y lo comparamos con los estándares del género a día de hoy, es sobresaliente. Pese a todos sus problemas. Lo que sucede es que me parece un claro síntoma del estado de las cosas, y una obra que explica por qué los cómics de superhéroes han dejado de ser relevantes en el contexto cultural.