El azote del terror: CAU (Benjamin Marra)

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El azote del terror: CAU (Benjamin Marra). Autsaider Cómics, 2014. Rústica. 112 págs. Color. 16 €

Benjamin Marra ha sido una de las sensaciones del cómic independiente —no sé si la etiqueta tiene aún sentido, pero nos entendemos— en España durante 2015. Como Johnny Ryan o Simon Hanselmann, ha conectado con un tipo de público joven, al que tal vez le interesan más este tipo de subversiones de lo pop —me refiero aquí a Marra y Ryan— que las novelas gráficas serias y literarias. Los cómics que posmodernamente reivindican la basura tenían que llegar, como han llegado antes el revival de las novelas pulp, o las películas de falsa serie Z. Ante esta coyuntura y la aceptación de Marra entre el público español, con muy buen ojo Autsaider Cómics ha editado un par de títulos más del autor: El azote del terror: CAU es el más extenso de ellos.

Cuando analizamos las intenciones de Marra es difícil saber hasta qué punto hay una sinceridad total en su discurso anti intelectual. Ya escribí, a propósito de Sangre americana que « Hay en su trabajo, aunque lo rechace, una intelectualización a través de la cual puede acceder a esa apariencia de pureza, y por esos sus cómics son genuinos, más allá de cualquier copia que pudiera hacerse de aquellos tebeos basura», y El azote del terror: CAU me hace reafirmarme en esa idea. Lo que hace Marra es reelaborar códigos, volver a un tiempo anterior a la novela gráfica e imaginar cómo podría ser hoy un cómic basura si esa tradición no hubiera quedado interrumpida y se hubiera podido librar de la censura.

Roberto Bartual acierta en su crítica de esta obra al afirmar que «los tebeos de Marra no conocen la ironía, el arte de sugerir al lector con elegancia un discurso diferente por debajo de lo que las palabras y los dibujos parecen querer decir. No, lo que Marra domina es el sarcasmo». Por eso no hay subtexto en esta historia: lo que ves es lo que hay, pero lo que hay va mucho más allá de la broma privada o el homenaje más o menos amoroso.

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Si South Park es el ataque a América de los más listos de la clase, El azote del terror es la bomba que suelta el más macarra, el macho alfa que con la testosterona a rebosar se pone a dibujar sobre todo lo que mola sin ningún filtro, pero que también está siendo crítico con un sistema. Lo que sucede con este macarra es que no puede saberse hasta qué punto esa actitud de fiera brava, que diría David Rubín, que muestra en sus impagables fotografías, es totalmente sincera. Sea como sea, el macarra es más listo de lo que parece. Primer misil a la línea de flotación: para hablar de los EE UU post 11-S y de la administración Bush recurre a la estética y narrativa del cine de acción de la era Reagan. Has ganado antes de empezar, Marra.

Si en las historias contenidas en Sangre americana el autor ofrecía ficticios capítulos de series inexistentes, en El azote del terror: CAU entrega una historia larga y completa. Aunque, por supuesto, eso no significa que tenga más sentido el argumento. Todo es tan primario como la cuatricomía que emplea Marra, y, básicamente, consiste en seguir las peripecias de un agente especial, el más duro e implacable de su agencia, en su lucha con los terroristas. Un tipo monolítico e inexpresivo, de chistes lacónicos y poca paciencia con la burocracia, con un tatuaje de motero en el pecho y unas gafas de espejo perennes en la cara, dispuesto a defender la libertad a hostias, con violencia extrema, sin respetar ningún tipo de derecho. La estrategia narrativa de Marra, basada en la exageración y la estilización de la violencia evita cualquier tipo de acusación de fascismo que pudiera hacerse a esta obra, que muestra a unos terroristas que son, sin ningún género de dudas, malos. Ni siquiera sabemos de dónde salen, aunque están vinculados con, nada menos, que un consejo de reptilianos.

La abierta frontalidad con la que una historia así nos golpea está reforzada por un recurso narrativo que también tiene su origen en uno del antiguo cómic comercial, llevado a sus últimas consecuencias: los personajes nos informan constantemente de lo que están haciendo. Lacónicamente declaran sus acciones mientras las llevan a cabo: «Y ahora te he roto la cara». Mucha broma, pero no deja de ser algo bastante parecido a lo que pasaba en los cómics guionizados por Stan Lee, o incluso los de Chris Claremont. Marra le sabe dar un giro de tuerca necesario para no aburrir y lo lleva a un nuevo nivel cuando lo aplica a las escenas de sexo: «Estoy eyaculando en tu interior».

Esto también refuerza el vínculo estrecho que se establece entre muerte y sexo. El agente contra el terror administra ambos con la misma actitud, y ambos son fruto de su desmedido nivel de testosterona. Por supuesto, el hecho de que sea tan tan tan macho que se folle a hombres no es en absoluto inocente; con él Marra está cuestionando muchas cosas sobre la sexualidad heteronormativa y el estereotipo de macho que puebla las ficciones que le fascinan.

El argumento de El azote del terror, obviamente, no se sostiene, ni lo pretende. Es una sucesión de disparates y escenas de acción que hacia su ecuador empieza a ser demasiado repetitivo. Justo cuando nos estamos preguntando si no se habrá pasado de extensión para el jugo que se le puede sacar a la idea, se saca de la manga una jugada maestra (atención: spoiler): en el último capítulo, tras derrotar a un ejército de terroristas que conquista EE UU, nuestro héroe se casa con el líder de los malos, que se cambia de sexo y se convierte en una amante esposa que le da un hijo —con su mismo pelo y sus mismas gafas—. Y entonces se convierte en un oficinista padre de familia y la obra gira a la sátira cruel del modo de vida americano, y por primera vez entrevemos una segunda intención en Marra. La última escena, el clímax, consiste en una lucha por encontrar aparcamiento en el párking del supermercado. Ésa es la consagración del sueño americano.

Esa forma de darle un nuevo impulso a una historia justo cuando está a punto de caer denota inteligencia. Marra sabe lo que está haciendo y, por el momento, hasta en sus obras más macarras —Acero y láser, por ejemplo— ha sabido mantener el interés. Pero me parece muy válida la duda de Roberto Bartual, que lo compara con Johnny Ryan y se pregunta « ¿Cuánto tiempo pasará hasta que sus lectores digan: vale, ya lo he pillado. Y ahora, qué?». Dicho de otra forma: ¿Es Benjamin Marra un one trick pony? ¿Sabrá innovar y evitar la repetición sin traicionar su compromiso con lo trash? Puede hacerlo, tiene las herramientas para ello; otra cuestión es si querrá hacerlo, o si todo consiste en pasárselo bien mientras se dibuja. Que no es poca cosa, desde luego.