Entrevista con René Parra, editor de El Nadir Gráfica

En poco menos de un lustro, el sello valenciano El Nadir se ha convertido en un referente para todos aquellos interesados en bucear por los orígenes inmediatos de la historieta europea. Figuras como las de Rodolphe Töpffer, Caran d’Ache o Gustave Doré empiezan a ser (re)conocidas entre nosotros gracias al empeño de su editor, René Parra. Si esta no fuera excusa suficiente para conversar con él, se da la circunstancia de que Parra es también dibujante de cómics y miembro fundador del colectivo Inefable.

Me gustaría que me hablaras sobre el origen de la editorial. Según creo, los primeros libros aparecen en 1996.

¿1996? De eso hace… veinte años ¿no? Sí, puede ser. Pero aquel era otro Nadir. Yo, entonces, era muy pequeño, así que pocas cosas te puedo contar.

Claro, tú naciste en 1989.

Efectivamente… El primer Nadir nació como una asociación cultural. Estaban Blas Parra, Carmen Botello, Alberto Sala y más gente, escritores de aquí. La fundaron con el objetivo de promocionar autores valencianos. Por desgracia aquello no acabó bien y posteriormente surgió el embrión de lo que hoy es El Nadir, que en realidad es El Nadir Tres en su razón social, para diferenciarlo de aquel. De eso hace ya 11 años. Y ese fue ya el germen del catálogo actual.

Vamos a centrarnos en una de las colecciones, que es la que nos interesa, El Nadir Gráfica, de la que tú te ocupas.

Sí, yo entré en El Nadir hace tres años. Que es cuando damos inicio a esa colección.

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Da la sensación que esa línea nace a partir de tu paso por Angulema con una beca Erasmus.

Es cierto. Yo estuve en el último año de la carrera. Allí, dando clase, hay  profesores como Thierry Smolderen o Thierry Groensteen, pesos pesados, grandes estudiosos. Ellos hacen mucho hincapié en Töpffer, en defender su figura y darla a conocer a los alumnos del máster de cómic. Y para mí fue un descubrimiento, me di cuenta de que había mucho que escarbar. Evidentemente, había oído hablar de Töpffer, pero de pasada. De hecho, en castellano no había nada publicado, sólo ediciones muy antiguas de alguna de sus novelas.

No, aquí habíamos leído alguna historieta suya en la enciclopedia de la Historia del cómic de Toutain, y poca cosa más.

Yo quería, precisamente, que dejara de ser una nota a pie de página, por decirlo de alguna manera. Aunque era una referencia continua en textos de divulgación, su obra permanecía inaccesible. Una paradoja habitual: artículos que analizan una obra que nadie, más allá de quienes los firman, ha leído.

¿Y fue fácil acceder al material para editarlo?

Fue mediante David Kunzle, un tío encantador, un apasionado. Contactamos por mail para preguntarle a qué edición debíamos acudir. Él es profesor en la Universidad de California, en Los Ángeles. Bueno, era profesor, porque ahora ya debe haberse jubilado. Había hecho la primera gran edición en inglés de la obra de Töpffer, la más completa, mucho más completa que cualquier edición francesa, ya que incluye hasta las historietas inacabadas. Había, además, escrito un segundo volumen, un ensayo teórico imprescindible sobre su figura. Nuestra edición se basa en una parte de la suya; recoge dos de las siete historias. Es curioso, pero nos cedió los archivos sin ninguna contrapartida económica, sólo con la intención de divulgarlo. En otro título del catálogo (Los pioneros del cómic), recogemos otro texto suyo. Nunca ha querido cobrar nada.

Monsieur Crépin / Monsieur Pencil fue vuestro debut con El Nadir Gráfica.

Entonces no se incluyó en esa colección, que no existía, pero en cierto modo la inauguró. Al crecer el catálogo de cómic, surgió la necesidad de crear una nueva colección, que fue así bautizada.

Y recibió el premio al cómic mejor editado de 2012 por parte de la Generalitat Valenciana. Entiendo que significó una recompensa al esfuerzo.

Sí, claro, el premio estuvo bien. Pero a este premio, en realidad, hay pocos que se postulen, porque editoriales valencianas de cómic hay muy pocas. Además, y no sé si esto lo debería decir (risas), la edición que hicimos de Töpffer, aunque es muy correcta, no es extraordinaria, ni mucho menos.

Supongo que, a la hora de conceder ese reconocimiento, no sólo se tiene en cuenta la presentación sino también el interés del contenido.

Me imagino que sí, y que se buscará además, como ha sido el caso de este año, promocionar a los autores locales.

Y a partir de ahí, hasta llegar a Copra, de la que ya hablaremos, habéis seguido una línea de reivindicación de autores o movimientos de finales del siglo XIX y principios del XX. Que o bien eran poco o mal conocidos en España, cuando no directamente desconocidos. ¿Qué criterios seguís a la hora de plantearos el material a editar?

En primer lugar la calidad; después valoramos hasta qué punto es una locura hacerlo. Todo lo que hemos hecho es bastante loco. Pero hay cosas peores, te puedo asegurar que nos hemos contenido bastante (risas). También hay un par de títulos que han tenido una ayuda; entonces no dudas, lo sacas. Aunque creo que si no las hubiéramos obtenido, los habríamos hecho igual.

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Yo por ejemplo a Oskar Andersson no lo conocía.

Ves, ese libro (El hombre que hace lo que le viene en gana) no tuvo ninguna ayuda, ni nada de nada. Y es el que peor ha funcionado, con diferencia, porque a nadie le suena de nada. Puedes estar convencido de que un material es buenísimo, pero al final lo que funciona es lo que a la gente le suena de algo, y no solo al público, sino también a los periodistas. Supongo que hay que hacer una mayor labor de difusión. El problema, al final, es que hay mucho, se edita mucho. Aunque es verdad que de esto se edita muy poco; por eso precisamente me parece muy interesante lo que hacemos.

Andersson, ahora que lo nombras, me parece un autor fascinante. Lo conocí hace dos o tres años, a través de las ediciones suecas, porque sólo hay ediciones suecas. Es un ejemplo de lo que pasa con el humor gráfico y el cómic: es muy difícil que salga de sus fronteras. Determinados autores franceses, norteamericanos o japoneses llegan al resto de los mercados, pero son muchos más los que desconocemos.

Y eso que ahora estamos viviendo, y sólo puedo hablar como lector, un buen momento.

Si, desde luego, hemos avanzado mucho.

Y llegamos a Caran d’Ache.

Sí, valía la pena que Caran d’Ache dejara de ser también una nota a pie de página. Como caricaturista que colaboraba todas las semanas en Le Figaro, era muy influyente en la opinión pública de su momento. Personalmente me gusta mucho la Historia y trato de que los títulos que aparecen en la colección, además de poder leerse como mero entretenimiento, incluyan un estudio de contexto que enriquezca la obra en cuestión. Todos los libros que hemos publicado participan de ese enfoque, nos cuentan muchas cosas de una época determinada.

Como es el caso, también, de El manga de los cuatro inmigrantes.

El hecho de que exista ese cómic ya me parece fascinante. No tiene nada que ver con los cómics de prensa de su época, destinados a un público familiar, que trataban solo tangencialmente asuntos de temática social. Que, a principios del siglo XX, un emigrante japonés decida realizar un cómic sobre su experiencia en los EE.UU. suena increíble. Además, plasma muy bien el paso del tiempo. Empieza cuando llega, muy joven, a San Francisco, y se acaba unos veinte años después cuando vuelve a su país. Eso no se había visto nunca antes.

A mí sólo me viene a la mente las tiras de Frank King en Gasoline Alley.

Sí, es cierto, aunque la visión de King es mucho más conservadora. En Kiyama es genial la perspicacia con que analiza la sociedad. No da puntada sin hilo. Critica no sólo el racismo de los norteamericanos, sino también los prejuicios de los japoneses. Es muy clarividente. Por otra parte, el dibujo es muy espontáneo, un estilo japonés que trata de adaptarse a los parámetros del cartoon.

¿Y cómo lo conociste?

No me acuerdo (risas). Kiyama lo concibió para ser publicado en la prensa, aunque no fue aceptado por los editores del momento, y tuvo que autopublicárselo, con una distribución muy limitada. Frederik L. Schodt, el autor del prólogo, que es un gran entendido en manga, lo redescubrió y  sacó a la luz. Es una demostración palpable de que seguimos descubriendo cosas. Y es también un cómic que mezcla biografía y crónica política, muchos años antes de Persépolis de Satrapi o de El árabe del futuro de Sattouf.

Y con Copra rompéis, en cierto modo, la homogeneidad de la colección.

Bueno, Copra en realidad es una coedición con Inefable [grupo que aúna al propio Parra, César Sebastián y Adrián Bago]. A Michel Fiffe me lo descubrió César Sebastián, que además de ser un ilustrador magnífico y un gran amante del cómic, es quien se ha encargado de diseñar la mayoría de las cubiertas de la colección. Vimos que teníamos muchas similitudes con él, porque, como nosotros, él empezó autoeditándose. Además, reconozco que en ese momento me apetecía cambiar de registro, hacer algo más actual. Y lo hicimos.

¿Es una excepción o vais a alternar cómics clásicos y contemporáneos?

Creo que se va a quedar como una excepción. Fiffe sigue sacando números y, de momento, vamos a continuar publicándolo. Llegaremos hasta el final del primer arco argumental, pero no creo que mucho más allá, no soy tan ambicioso. Supongo que tiene un público limitado. Aunque sea un tebeo de superhéroes, no es como la mayoría del mainstream.

Es un intento, parece, de renovar el género.

Sí, es verdad. Él no inventa nada nuevo, sino que aporta una mirada diferente. Según avanza se hace más entretenido, y, gráficamente, más espectacular.

El dibujo, en estos primeros números, me recordaba a un Miller primerizo.

Está claro que el Miller de los ochenta es un referente para él.

Además de coordinar El Nadir Gráfica, también has ilustrado algunos de los libros de las otras dos colecciones de la editorial como Historias de un amor turbio, de Horacio Quiroga, o Memorias de un desmemoriado, de Benito Pérez Galdós.

Eso fue hace algún tiempo. Esa faceta ahora la cultivo menos. Aquellos trabajos los considero pecados de juventud (risas), los veo con desconfianza. Soy muy maniático con mi trabajo como dibujante, nunca estoy contento, así que me cuesta mucho acabar las cosas y me he prodigado poco. Lo que sí que he hecho para la colección de narrativa son, sobre todo, labores de traducción.

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De hecho como historietista has publicado muy pocas cosas. El primer trabajo tuyo que he localizado son algunas páginas inéditas que dibujaste en Angulema, y que están basadas en tu experiencia allí. Las vi muy originales, y con un aire a los historietistas americanos de los años veinte, a lo Segar o Billy De Beck.

¿Ah, sí? Bueno… son cosas muy primerizas. Si alguna vez hago algo bueno, todavía está por venir (risas).

Nos pidieron, entonces, como alumnos, que dibujáramos una historieta corta para una exposición, que luego viajó a Bruselas y a Mont-Rouge, al lado de París. A mí se me ocurrió describir mi día a día en Angulema. Ten en cuenta que Angulema es muy aburrida, es una ciudad de 40.000 habitantes, y hay poco que hacer. Se anima muchísimo durante el festival, que es algo que hay que ver, pero el resto del año, sobre todo en invierno, está muerta. No hay vida.

Pero supongo que académicamente sería otra cosa.

Sí, los profesores, en general, son muy buenos, hay mucho nivel. También montan seminarios con autores y teóricos extranjeros. Trajeron a gente como Paul Gravett o Paul Karasik.

¿Y el festival?

Yo he estado un par de veces. La primera, cuando estaba como estudiante, no me enteré de mucho porque estaba enfermo, así que fui una segunda. Es un acontecimiento. La ciudad se llena, y hay muchas actividades culturales. Pero espero que con el tiempo cambien la política de entrega de dossiers a los editores, porque es algo que está muy mal organizado. Deberían hacerlo como se hace, desde hace unos años, en Barcelona. Cada uno entrega su trabajo y a partir de ahí hacen una criba y seleccionan a los que les interesan, citándolos para otro día. Allí no. Allí, desde las nueve de la mañana, hay gente haciendo cola, y pueden estar perfectamente cuatro o cinco horas esperando, para que después, además, les despachen de muy mala manera. Claro, llega a un punto en que los editores están hasta las narices y ya casi ni miran lo que les traen, sólo lo que les llama mucho la atención. No está bien planteado.

Si hablamos de trabajos  publicados, el primero es “Mafiosi Falleri” para la antología Valentia, editada por Norma. Es una historieta, muy divertida, por cierto, con guión de Richar Vilbor, que junto con Santi Selvi firman la mayoría de los guiones. ¿Partió de ellos  el proyecto?

Bueno, no exactamente, fue una idea de Santi con Alberto Sanz. Ellos se encargaron de buscar a la gente. Intentaban agrupar dibujantes que estábamos empezando con firmas ya consolidadas, como Paco Roca o Víctor Santos. Hicieron una gran labor de coordinación y lo propusieron a Norma con la condición de que tenían que aceptar el paquete entero (no era cuestión de dejar a gente fuera). Y la editorial aceptó. Creo que ha funcionado bastante bien, porque, entre otras cosas, apela a un público que no es lector habitual de cómic.

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¿Y desde entonces hasta la salida de Obscuro no has sacado nada más?

He dibujado mucho, pero no he publicado demasiado, es verdad. Es de nuevo lo que te digo, soy muy obsesivo. Todo son borradores en carpetas. A ver si le pongo remedio.

Obscuro es una antología de cuatro historietas de terror, en la que, desde mi punto de vista, tu colaboración [“La soga”, que adapta un relato corto de Charles Baudelaire], que es la más alejada de los parámetros de ese género, resulta, a la postre, la más desasosegante.

Es mérito de Baudelaire (risas).

Cierto, pero también tendrá que ver la adaptación.

La idea de hacer un tebeo de terror no partió de mí, sino del resto de integrantes de Inefable. A mí, en principio, no me motivaba, pero acepté el reto. Para entonces ya conocía el cuento y decidí adaptarlo. Es un relato muy extraño y el final es casi incomprensible, causa perplejidad.

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Y hace relativamente poco, habéis sacado Vida de los más excelentes historietistas, donde firmas dos historietas, tras las que hay, nuevamente, la intención de reivindicar la figura de determinados dibujante de cómics, pero también el medio en sí.

Ahí me hice cargo del prólogo [“Una nueva clase de caricatura”], que es más corto, y de una de las cuatro historias que componen el libro. No es casual que ambas historias tengan que ver directamente con mi tarea como editor. En el prólogo abordo la recepción que Goethe hizo de la obra de Töpffer, una anécdota verídica, pero que yo en cierto modo he exagerado. No fue realmente así, es decir, Töpffer no se decidió a publicar sus historietas solo porque Goethe le animara a ello. Hay más factores que le empujan a hacerlo y desde que le envía los primeros álbumes manuscritos hasta que éstos finalmente ven la luz transcurre un lapso de tiempo, de uno o dos años, no recuerdo bien. Toda la documentación la he tomado de Kunzle, que ha estudiado el asunto con detalle. Para cuando Goethe trabó contacto con Töpffer, ya era anciano. De hecho, la  tercera remesa de cuadernos que Töpffer le envió no llegó a tiempo: había muerto.

Y aquí firmas también una historieta más extensa sobre Méndez Álvarez [“M.A.: el dibujante salvaje”], semidesconocido artista que colaboró en el semanario La Traca, lo cual viene a coincidir, más o menos, con la publicación, por vuestra parte, de la biografía de Vicente M. Carceller, propietario, precisamente, de aquella cabecera.

Exacto. Cuando conocí a Antonio Laguna, que es el autor del libro, se daba la coincidencia de que yo ya estaba interesado en Carceller y en los dibujantes de La Traca. Él, por su parte, llevaba años trabajando sobre el tema y estaba finalizando su ensayo. El resultado ha sido el primer libro que aborda seriamente la figura de Carceller, alrededor del cual siempre ha habido mucha desinformación, y mucha información manoseada.

Yo, en este caso, me he limitado estrictamente a tareas de edición, corrección y selección de imágenes.

Y supongo que de ese proyecto nace tu idea de hacer algo sobre Méndez Álvarez.

Sí. De La Traca hay dos etapas claramente diferenciadas, la primera, la valenciana, que va desde 1912 hasta la Dictadura de Primo de Rivera, casi me la sé de memoria. La consulté en la Hemeroteca Municipal de Valencia, donde la tienen encuadernada por años (también está digitalizada). Es genial, y está repleta de dibujantes por descubrir: Muro, Mechó, Tono cuando empieza. Número a número puedes apreciar cómo evolucionan sus estilos. Son muy originales y muy graciosos. Tal vez por eso le tengo un poco de manía a Pertegás (risas). Él sí ha sido objeto de algún monográfico, y parece ser que en su momento fue un ilustrador muy bien posicionado, sin embargo, es mucho más convencional.

De la etapa republicana se conservan menos números, y aunque tiene un tono mucho más reivindicativo, menos espontáneo, también es apasionante. Ahí es donde aparece Méndez Álvarez Este hombre es un enigma, no se sabe prácticamente nada sobre él. Cuando estaba dibujando la historieta me daba cuenta de que me estaba metiendo en un jardín, que era una tarea quijotesca, porque estaba escribiendo sobre una persona totalmente escurridiza, incluso para aquellos que se han dedicado a investigarlo, que reconocen que no dan con nada. De eso precisamente hablo en mi historia, de quién pudo ser, o de cómo fue su triste final, que es otra especulación. Siempre se ha dicho que le pasó lo mismo que a Carceller, o a Bluff [también dibujante de La Traca], y que fue fusilado al terminar la guerra civil.

Si te parece, vamos a ir cerrando con la pregunta obligada de todas las entrevistas, y que es puro interés personal: ¿tenéis ya en marcha los próximos proyectos?

Bueno, en lo referente a Inefables, vamos a seguir con Copra, eso seguro. Respecto a dibujar, tenemos en mente alguna idea, pero nada definitivo. Y en El Nadir Gráfica está ya casi lista la edición de La Santa Rusia de Gustave Doré, que aparecerá este mismo año.

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 De Doré ya sacasteis algo en el álbum de Los pioneros del cómic.

Sí, allí incluimos “Los doce trabajos de Hércules”, que dibujó con apenas 16 años. Él debutó con esa historia y con sus caricaturas para Le Journal pour rire, el popular periódico editado por Charles Philipon. Después hizo un par de obras cortas más, y su cuarto trabajo ya es una historia más ambiciosa: La Santa Rusia. Editado en plena Guerra de Crimea [1854], funciona en parte como un panfleto anti-ruso, pero trasciende ampliamente dicha condición, destilando un humor y una inventiva gráfica que sorprenden todavía hoy. Se ha afirmado también que es el proto-cómic más largo del siglo XIX.

Hay varias ediciones en Francia, y también hay edición americana, alemana e italiana, casi que sólo faltaba la española. Con Doré se da el caso que conocemos toda su obra excepto sus inicios como caricaturista. Esta era posiblemente su única obra larga que quedaba por editar en castellano. Tras ella abandonó la caricatura y se centró en la ilustración, que le reportaba más dinero y más prestigio, aunque su gran ambición fue triunfar como pintor, algo que nunca consiguió.

Bueno, René, a la espera de esa nueva locura, felicitarte por la tarea que estáis realizando y agradecerte tu atención.

De nada. Gracias a ti.

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