Las nuevas aventuras de Emilia y Mauricio (Manel Fontdevila)

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Las nuevas aventuras de Emilia y Mauricio (Manel Fontdevila). Debolsillo, 2016. Rústica. 21×16 cm. 2 libros, 144 págs. c.u. Color. 12,95 € c.u.

Ha pasado mucho tiempo desde que a Manel Fontdevila se le ocurriera que una joven Emilia se hiciera pasar por chico y acompañara a Emilio a la mili, en las páginas de Puta mili, precisamente. Desde entonces, han pasado muchas cosas; los personajes se refugiaron desde 1995 en las páginas de una de las pocas revistas que quedaron en el mercado, El Jueves, y bajo el nombre de La parejita vivieron años de aventuras domésticas, envejeciendo y madurando —que no tienen por qué ser la misma cosa—, mudándose a vivir juntos, y teniendo descendencia: el pequeño Óscar, que se convirtió en la mayor novedad de la serie. Como lector ocasional de la revista, mi contacto con los personajes durante todo este tiempo ha sido ocasional: de vez en cuando caía en mis manos un número de El Jueves, o algún recopilatorio, y así podía enterarme de cómo les iba, pero me era imposible reconstruir sus biografías o saber en qué momento de sus vidas sucedía lo que estaba leyendo (en el blog de Fontdevila se encuentra un extenso relato de la vida editorial de la serie).

Quien más y quien menos, casi todos los autores que pasan por El Jueves realizando series de larga duración comentan la dificultad de no repetirse y mantener la frescura y la ilusión por lo que se está haciendo, sobre todo porque hablamos de una revista que exige una página semanal, y a menudo es un trabajo que hay que compaginar con otros. De modo que cuando Fontdevila abandonó el semanario en 2014, en las circunstancias que todos conocemos, de entrada decidió dejar ahí a los personajes, en el limbo. Eran muchos años dibujándolos, y aunque había empezado a incluir de tanto en tanto algún experimento narrativo, resultaba complicado encontrar nuevas cosas que contar.

Sin embargo, no tardó en rescatarlos e iniciar una nueva etapa en Orgullo y Satisfacción, la revista digital que cofundó junto con un nutrido grupo de dibujantes que abandonaron El Jueves junto a él. Había descubierto que los echaba de menos. Y que para encontrar nuevas cosas que contar con ellos quizá sólo había que liberarse de la presión de tenerlo que hacer por narices.

Tal vez por eso la frescura que demuestra en estas páginas —en parte prepublicadas en OyS y en parte inéditas— no concuerda con la longevidad de la serie. La libertad en el formato, en el número de páginas y en la composición de las mismas, la usa Fontdevila para emplear nuevos recursos, como diagramas y esquemas. Se trata de una de las muchas aplicaciones que tienen sus descubrimientos de los últimos años, puestos a punto en Super puta (Glénat, 2007). Puede parecer arriesgado conectar ambas obras, pero eso se debe a la versatilidad de Fontdevila. En estos dos libros, además, se libera de la tiranía del chiste final, y construye piezas muy variadas: gags de una página-viñeta, ilustraciones inspiradas en dibujos eróticos japoneses, imaginaciones de Mauricio en clave de género negro —maravillosas—, historias que se extienden durante varias páginas… Lo que haga falta.

En este renacimiento de la serie, Fontdevila afina el tono costumbrista, nada autocomplaciente, y enriquece a sus personajes, que ya no tienen que ser además de personajes disparadores de un gag. El humor se vuelve más situacional, y aunque siga habiendo chistes y golpes de efecto muy graciosos, me parece que ahora el principal valor es otro: el retrato de una generación más cerca de los cuarente que de los treinta, que convive en pareja, que tiene su primera descendencia, que se siente joven pero que, ay, empieza a ser mayor. Especialmente en el caso de Mauricio, la crisis permanente en la que vive se debe a la tensión entre los recuerdos de juventud y todo el mundo semiadolescente —la juerga nocturna, la música, el ligoteo— y su vida actual, que le gusta, pero… No hay mensajes moralizantes ni llamadas a la seguridad del hogar, como en otras ficciones en las que el mensaje último tras el desmelene rebelde ante la madurez, es que, precisamente, hay que abrazarla para ser feliz. Es más complicado que eso, porque no se trata tanto de alcanzar una felicidad abstracta tal y como a menudo nos la venden —absoluta, sin matices, de sonrisa beatífica perpetua de anuncio de margarina—, sino de estar a gusto con la vida que se tiene. Que no es, ni mucho menos, poca cosa.

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En esa lucha diaria están implicados muchos factores. El segundo libro, ¿Estáis haciendo el amor? Fontdevila se centra en las relaciones sexuales a partir de cierta edad, no sólo de los padres, sino del hijo: Óscar ha oído campanas y no sabe dónde, pero está decidido a descubrir de qué va eso del sexo. Pero en lugar de dar pie a escenas tiernas y encantadoras de esas que dan cosicas, la inocencia infantil sirve para construir un running gag brillante, con vueltas de tuerca de cierta mala leche. No es lo único que aporta Óscar para enriquecer la serie: sus juegos infantiles se representan de un modo que los hermana con Calvin y Hobbes de Bill Watterson, y el intento de Mauricio por participar en ellos es divertidísimo, aunque también escueza un poquito si se tiene cierta edad.

El gran logro de Manel Fontdevila es haber creado personas, que actúan con una humanidad totalmente verosímil. Emilia y Mauricio son unos desastres, pero en ellos nos vemos reflejados, y sus vivencias son las de todos, aunque afiladas por los diálogos del autor; Fontdevila tiene algo escribiendo que sólo puede definirse como «chispa». Huye de lo relamido, tiene ingenio y la ironía que desliza en sus textos es tan sutil que logra punzar sin entrar en el terreno de la superioridad moral y el sabelotodismo que a veces afecta al humor crítico. Es una actitud de duda permanente que Fontdevila mantiene siempre en su trabajo en prensa, y que aquí se resume en que, lejos de ser un misántropo, es un amante de la vida y las pequeñas cosas que la endulzan.

Manel Fontdevila lleva años trabajando y produciendo muchísimas páginas, pero quizá no es hasta los últimos años que la crítica lo está situando en su justo lugar —y me incluyo—. Se trata de uno de nuestros autores más importantes y mejores, un dibujante brutal —no lo he dicho, pero creo que en estos dos libros demuestra que está en su mejor momento—, con discurso crítico y brillantez en la exposición. Entre el Fontdevila de Superputa, apreciado por unos pocos con gusto por lo más extraño y experimental, y el Fontdevila humorista político conocido por el gran público, queda aún espacio para otro más: el costumbrista, el observador de lo cotidiano, creador de personajes y situaciones memorables.