La Visión (Tom King y Gabriel Hernández Walta. Panini, 2016. Rústica con solapas. 17 x 26 cm. 144 págs. Color. 13,50 €
La mítica revista U, auténtico referente de la prensa sobre cómics hecha en España, dedicó su séptimo número -aparecido con fecha de noviembre de 1997- al rico universo de los superhéroes. Entre los contenidos, se incluían, por ejemplo, entrevistas con Mark Waid y Carlos Pacheco, un recorrido por la historia del género de la mano de Santiago García, firmando como Trajano Bermúdez, y una breve, aunque muy aprovechable, guía de lectura de las principales sagas de la Marvel clásica, seleccionada por Enrique Vela. Desde Los cuatro fantásticos hasta Daredevil, se repasaban los ciclos míticos que otorgaron entidad propia a las principales series del popular sello estadounidense, a excepción, por extraño que parezca, de la de Spiderman. En ese recorrido, cuando le llegaba el turno a Los Vengadores, Vela no dudaba y destacaba, por encima de todas, la historia de la génesis de la Visión, y de su incorporación al grupo, comprendida más o menos entre los números 57 y 68, realizados por un joven Roy Thomas, el más fiel discípulo de Stan Lee, junto a algunos de los más talentosos ilustradores de la casa (los hermanos Buscema, Gene Colan o Barry Windsor Smith).
Aquel nuevo personaje, se convertiría paulatinamente, y más allá de su debut, en uno de los ejes dramáticos de la mejor etapa de la colección, la que llega, más o menos, hasta la guerra Kree-Skrull. Su naturaleza robótica, incompatible a priori con cualquier sentimiento humano, dio mucho juego a lo largo de capítulos inolvidables: la rebelión contra su creador, Ultrón; su romance con la Bruja Escarlata, o las consecuencias derivadas del peculiar origen de sus pautas cerebrales. Todo un rosario de teatrales episodios que dotaron a la cabecera vengadora de su tradicional y encantador carácter de culebrón, dicho con la mejor de las intenciones. Con el tiempo, la Visión se fue desvirtuando dentro del grupo, convirtiéndose en un gregario más del pelotón, tal vez un escalón por encima del Caballero Negro, Dragón Lunar o el Doctor Druida, pero siempre por debajo de los héroes con serie propia. En este sentido, cuando se le brindó la ocasión de actuar en solitario, tampoco la aprovechó. Las dos mini-series que protagonizó (una entre 1985 y 1986, junto a su entonces esposa, y otra ya divorciado, en 1994), resultaron totalmente olvidables, además de aportar bien poco a su bagaje personal.
Afortunadamente, las cosas cambian, y la actual Marvel está deseosa de brindar a sus creaciones nuevas oportunidades, más todavía si forman parte de alguna exitosa franquicia cinematográfica. Para ello era necesario renunciar a ese carácter de deus ex machina, capaz de provocar los peores desastres (y de servir como excusa para resolver argumentos que no se sabía muy bien cómo cerrar), con el que se le había dotado en los últimos años, para apostar por una modulación menos trascendente. Una línea, ésta, marcada con anterioridad por series tan destacables como Hulka, Ms. Marvel u Ojo de Halcón. Una de las muchas virtudes de estas cabeceras, precisamente, ha sido la de despojar a los héroes de su monolitismo, destacando en cada uno de ellos algún aspecto clave de su carácter, más allá de los súper-poderosos atributos. En Hulka fue su trabajo como abogada, en Ms. Marvel su condición de musulmana adolescente, y en el caso de Clint Barton ese carácter de segundón, de perdedor, de mediocre. Ese recurso parece ahora mucho más difícil de explotar con, por ejemplo, Thor, Iron Man o el Capitán América, pero no porque ellos no puedan soportar que se husmee en sus vidas, ya lo han hecho con anterioridad algunos autores con buen tino, sino porque su estatus icónico lo complica. Con otros personajes, que se mueven por los márgenes de los grandes acontecimientos, resulta en principio más sencillo. Para la Visión, por ejemplo, se ha apostado por la familia, por una nueva familia creada por él mismo.
El arranque de la nueva colección recuerda, con esa presentación de los nuevos y extraños vecinos, a los de las comedias televisivas, pero el tono amable es pura apariencia. Desde el mismo prólogo, Tom King, el guionista, deja las cosas bien claras: esto no es (sólo) lo que parece. Y, a partir de ese mismo punto, se inicia un crescendo argumental continuo, meritoriamente sostenido, en el que todos los detalles son importantes y van desvelando, de acuerdo con el tono general de la historieta, segundas lecturas. Como en Arlington Road, como en Juegos secretos, o si nos ponemos más serios, como en Terciopelo azul (por extraño que parezca, todos los referentes que me vienen a la cabeza son cinematográficos), la tranquila vida de los suburbios esconde una realidad menos complaciente. Pero no es únicamente un juego de misterio, de sorpresas, sino que se plantean temas de calado. La búsqueda de la identidad, la aceptación por parte de los demás, las relaciones conyugales basadas más en la convivencia, la conveniencia o la obligación que en el amor, el grado de humanidad de la inteligencia artificial (hay que destacar aquí los brillantes diálogos entre el matrimonio Visión acerca de las contradicciones de las sociedades humanas y los dobles sentidos de nuestro lenguaje cotidiano). Toda una serie de cuestiones peliagudas, examinadas sin engolar nunca la voz.
Si bien es cierto, como se ha debatido en las redes, que no es necesario ser un conocedor del universo Marvel para disfrutar de este cómic, ni para entender qué está pasando, y que la lectura es totalmente autónoma, el guion abraza con convicción el pasado de estos personajes, y lo aprovecha para enriquecer todavía más la historia. No en vano, en 2018 Visión cumplirá medio siglo de existencia, demasiado tiempo como para obviarlo. Se echa mano de antiguos escenarios, de recuerdos, de aventuras ya lejanas, utilizándolas con habilidad -no con presuntuosidad- en el desarrollo del relato, y no como excusa para alargar un tebeo sin chicha. Reaparecen actores ya conocidos, siempre con alguna buena razón para hacerlo, y no como invitados especiales preocupados por lucir palmito.
Pese a que está feo analizar la labor del escritor y del dibujante por separado, como si trabajara cada uno por su cuenta, creo que, lo que se suele llamar “apartado gráfico” (y reconozco que en este último párrafo estoy tirando, peligrosamente, de demasiados tópicos), merece una mención aparte. Tanto las páginas de Gabriel Hernández Walta y Jordie Bellaire, como las portadas de Mike del Mundo, están entre lo mejorcito que se ha producido últimamente en el panorama súper-heroico de este año, al menos, de lo que se ha publicado en castellano. Han sabido captar desde el principio el contraste entre la frialdad de los protagonistas, su condición fantacientífica, y el costumbrismo de clase media. Todo un mérito.