¿Puedo salvar el mundo?



Hemos traducido las siguientes declaraciones de Jeff Jones del libro The Art of Jeffrey Jones, editado por Cathy Fenner y Arnie Fenner (Underwood Books, 2002).

———oOo———


Mi pasión era y es mi arte. Sin embargo, hubo un momento en que me di cuenta de que podía estar perdiéndolo. Había usado mi habilidad dibujando para comprar la aprobación de mis compañeros de infancia, así que entré en el mundo real con ese as en la manga. Ansiaba tanto ser publicado, que al principio acepté un montón de trabajo que detestaba. Ah, pero tal vez un millón de personas lo verían y me amarían. Vivía asustado. ¿Qué pasó? Me di cuenta de que cuanto más me acercaba al tablero de dibujo o al caballete para hacer un trabajo que detestaba, menos quería acercarme. Estaba perdiendo mi alegría, y al final me di cuenta de que mi alegría era más importante que la aprobación. Empecé a ser alguien “difícil de tratar” y empecé a perder trabajos. Decidí, bueno, no tanto “hacerlo a mi manera” como hacer trabajos que me gustasen. No es tan fácil perseguir, o incluso saber, cuáles son los deseos de tu corazón. Como seres humanos, tenemos distintas historias, pero todos somos iguales en el sentido de que identificamos los mismos sentimientos en todos y cada uno de nosotros. El miedo es probablemente el más básico. Todo lo demás se construye sobre el miedo.

———oOo———


Considero la ilustración comercial inmoral por la misma razón por la que los vídeos musicales son inmorales. Es un robo. Roba al lector su imaginación bien mostrándole antes de tiempo el aspecto que va a tener algo –y por tanto no permitiendo que su imaginación vague libre– o bien compitiendo con su imaginación si ya se ha formado una opinión antes de llegar al dibujo. Después tiene que pelear con el arte.

Hablo sobre la ilustración de un libro que no necesita ilustraciones y que no fue escrito para ser ilustrado. (…) En muchos de los libros de tapa dura que ilustré, intenté no dibujar algo que el autor hubiera escrito. Podía ser un dibujo de un personaje o podía ser un dibujo atmosférico de un lugar en el que se encontrase el personaje. Normalmente, la figura hacía algo lo suficientemente ambiguo como para no robarle al lector su imaginación. Lo hacía adrede, porque no quería decirle a nadie cuál debía ser el aspecto. No quería que ninguna de mis ideas reemplazase la imaginación del autor o del lector.

———oOo———


Como dije en el anverso de una de mis cartas ilustradas, “con suerte, todos mis éxitos permanecerán olvidados hasta el final”. Esto es, por supuesto, extremo, pero lo último que necesito es pensar que he hecho algo grande. Lo siguiente que menos necesito es que el mundo me jalee como genial. Soy un artista del entretenimiento. Hago dibujos con historias (aunque a veces puedan ser oblicuas). ¿Te has sentado alguna vez y te has dicho, “hoy voy a hacer algo genial, hoy voy a hacer auténtico arte”? No funciona. La grandeza o la mediocridad o el “¿quién?” sólo puede juzgarlos la historia. La mayor parte de los artistas vivos que hoy son considerados como genios, serán olvidados por la historia. Sí, me alegro cuando a la gente le gusta mi trabajo, porque quiero haber aportado algo a este mundo o a lo que sea que me ha dado la vida, en lugar de solo recibir. Cada trabajo, con suerte, me dejará insatisfecho. Eso me lleva al siguiente. En el momento en que crea que he hecho algo genial, todo habrá terminado. Y tampoco estoy seguro de creer en el talento.

En realidad, soy apolítico, filosóficamente libertario como mucho. Nunca he votado, nunca me he manifestado, nunca he protestado. Sería, creo, presuntuoso por mi parte pensar que sé qué es lo mejor para el desarrollo de la Tierra. ¿Puedo salvar el mundo? Sólo a través de arte moral y mi trabajo diario.

———oOo———


Cuando a la mente de algún remoto ancestro nuestro se le ocurrió arañar una marca profunda en la dura y fría roca de la pared de su cueva, fue un intento de decir, “yo estuve aquí”. Cuando hizo dos marcas, fue para decir, “…y esto es lo que vi”.

Cuando se coloca una línea junto a otra, sucede algo inevitable. Entre ellas ya no hay simplemente un espacio, sino una súbita existencia. Podemos “ver entre las líneas”. Y si las líneas están situadas con sensibilidad, no sólo están juntas, sino que son una sola. Cuando son una sola, es un dibujo.

Siempre es el que mira, el observador, quien ve entre las líneas, quien crea ahí para sí mismo la vida. Un dibujo no tiene espectadores.

Desde que recuerdo, he estado enamorado del dibujo. Adoro la línea gris plateada que surge del final de un lápiz. Adoro el sonido que hace el lápiz sobre la hoja de papel. Adoro la sensación de madera pintada en mis dedos.

Cuando dibujo, “sueño” el dibujo. Lo que quiero decir con esto es que se despliega ante parte a parte. Un drama. Raramente tengo una idea del resultado. Si esto es deliberado o no, no lo sé, pero sé que ser consciente del final elimina la dicha de un dibujo.

Uso “sueño” en el sentido del diccionario: “imagen posible”. La imagen se vuelve posible para mí y las cosas que hay en la imagen me cuentan su historia. Y a cambio yo hablo con el lápiz. La imagen y yo nos compenetramos y se llega a algo, con suerte sin un excesivo control desde de ninguna de las partes. Esta es la sensación de soñar un dibujo, y no al revés.

Así que lo que se imaginó como posible, ahora existe. Con suerte, con algo interesante entre las líneas.