Jacques Tardi, la memoria del pueblo (IX) Un grito de rabia

Viene de:
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (I) Introducción
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (II) Aprendiendo a contar
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (III) Libertad, al fin
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (IV) Blanc-Sec, Adèle Blanc-Sec
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (V) Burma, detective en la bruma
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VI) Las manos manchadas
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VII) New York, mi amor
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VIII) Negro y social

Si hasta ahora habíamos podido etiquetar todas las obras de Tardi como folletín, noir o bélico, en 2001 llega un trabajo que comparte elementos de todos estos géneros pero no es ninguno de ellos estrictamente. Si acaso, se situaría mayormente en el área del folletín, pero alejado de la revisión irónica del folletín emprendida por el dibujante en Adèle Blanc-Sec, El Demonio de los Hielos o las historias de Brindavoine. Esta obra es El grito del pueblo, uno de los trabajos más ambiciosos del dibujante, publicado en cuatro tomos de formato cuadrado entre 2001 y 2004 y basado en la novela homónima de Jean Vautrin. La génesis de este proyecto fue realmente simple. Vautrin escribió su novela y la envió a su amigo Tardi preguntándole si le gustaría dibujar la portada. Este la leyó y le propuso al escritor, directamente, traducirla por completo al lenguaje del cómic. No es de extrañar la decisión del dibujante, ya que el libro trata prácticamente todos los temas que le interesan y casi se diría que está escrito pensando en él como posible ilustrador. Por una parte, tanto la trama como el estilo destilan un importante tono folletinesco, con multitud de personajes de todas las extracciones sociales que interaccionan entre sí como en un hormiguero, con situaciones complejas y peligrosas, con misterio, aventura y violencia. Por otra parte, la trama principal es de un fuerte cariz político, ya que se desarrolla durante la instauración de la Comuna de París, una revuelta popular que abolió la guillotina y devolvió el poder al pueblo durante unos pocos meses de 1871, implantando la democracia directa. La Comuna terminó de forma trágica, con al menos 20.000 muertos y el retorno al anterior régimen, cortando de raíz las aspiraciones de autogestión de las clases más bajas.

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Dps viñetas de El grito del pueblo.

Evidentemente, Tardi se identifica con esta ideología precursora del anarquismo, y de hecho una de las señas de identidad de la serie es la combinación de negro y rojo en las portadas. En sus propias palabras: “No considero un descrédito que se me considere anarquista. Al final de El grito del pueblo, alguien grita “¡Ni dios, ni amo!”. No creo en la representatividad. He votado en dos ocasiones, para frenar al Frente Nacional”. No son palabras vacías las que pronuncia Tardi. El 2 de enero de 2013, en un acto de coherencia consigo mismo, el dibujante francés era noticia en todos los medios de comunicación al rechazar la Legión de Honor, la máxima distinción concedida por la República Francesa. En sus declaraciones, Tardi afirmó rechazar el galardón para poder “seguir siendo un hombre libre y no ser rehén del poder”, y añadió: “Ferozmente apegado a mi libertad de pensamiento y creatividad, no quiero recibir nada, ni de este gobierno ni de ningún otro tipo de poder político. Por tanto, rechazo esta medalla con la mayor determinación. No me interesa, no pido nada ni he pedido nunca nada. Uno no tiene por qué estar forzosamente contento de ser reconocido por la gente que no quiere”.

Pero retomemos el hilo. Además de un folletín y un alegato político, El grito del pueblo también es el relato de una guerra, una pequeña guerra civil en la que lo que está en juego es poco más que una ciudad. Así pues, la novela lo tiene todo, al menos desde el punto de vista de Tardi. Aunque la obra se publicó originalmente en forma de cuatro tomos de unas 80 páginas cada uno, existe también un tomo recopilatorio donde se recoge la historia completa en unas 350 páginas, con la contrapartida de que se pierden las portadas originales –una de las pocas ocasiones en que las portadas de Tardi están realmente trabajadas y merecen la pena como ilustración– y la exquisitez en la presentación, ya que cada uno de los tomos venía rodeado de una funda de cartón ilustrada.

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Un ex-libris para El grito del pueblo.

En esta ocasión, Tardi se encontró con un problema respecto a sus otras adaptaciones. La información sobre la época de la Comuna era escasa, y más escasa incluso en lo que se refiere a referencias visuales. Gran parte del esfuerzo del dibujante recayó en la necesidad de reproducir de forma creíble el ambiente de la época y, como suele suceder con Tardi, el resultado final fue sobresaliente. Además, la historia presenta una enorme cantidad de personajes, obligando al dibujante a esmerarse en sus diseños para hacerlos reconocibles. Según él mismo, parte de su inspiración provino de la película de Jacques Becker París, bajos fondos (1951), ya que El grito del pueblo comparte con ésta el protagonismo de unos bajos fondos poblados por putas y truhanes.

A pesar de que, evidentemente la intención última de El grito del pueblo es recordar un evento importante en la historia de Francia muy a menudo silenciado, conviene resaltar que la historia trata de alejarse del didactismo histórico o el panfleto enfocando los dramas humanos individuales. Así lo explica Tardi: “Yo funciono con la amargura, con la indignación. Durante mucho tiempo, casi quince años, había planeado hacer algo al respecto de la Comuna. (…) No quería hacer “la historia de la Comuna en cómic”, como tampoco quería hacer “la 1ª Guerra Mundial en cómic”. Hubiera sido mortalmente aburrido. Uno se encuentra con las mismas dificultades que el que quiere adaptar al cine el desembarco en Omaha Beach. Ni siquiera se puede contar la historia de un regimiento. Fíjate en Salvar al soldado Ryan. Muy rápidamente, Spielberg se centra en un pequeño grupo de soldados. Así tienes más posibilidades de retener la atención del lector, no se trata de abordar un tema, sino de contar una historia. Una historia de venganza que comienza el 18 de marzo de 1871. El camino de estos personajes va a chocar contra los hechos reales, históricos, sin reducir la Comuna a un simple decorado. Así, tengo más posibilidades de hacer comprender lo que fue este período que si me limito a las fechas que no dicen nada. Igual que entendemos mejor lo que fueron las trincheras en la guerra de 1914 a través de la historia de un soldado francés que nos cuenta cómo la artillería francesa bombardea a sus propias tropas para que no se retiren”.

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Dos páginas de El grito del pueblo.

En varias ocasiones vamos a encontrar en la obra momentos de “tensión artificial”, como por ejemplo la trama referida a unos ojos de cristal con los que una organización criminal firma sus asesinatos, o escenas como aquella del tercer tomo en la que seguimos por París durante dos páginas a un personaje desconocido –se sitúa siempre de espaldas al lector– sin que la subsiguiente revelación de su identidad tenga trascendencia alguna… más allá de hacer interesantes, por enigmáticas, un par de páginas. Bien sea por la intención de transportar al lector a una época pasada o por imitar los usos del folletín, El grito del pueblo queda envuelto en un halo irreal que se hace muy patente en los diálogos teatrales de los personajes. No es muy distinto en este sentido de Adèle Blanc-Sec, con su encadenado de múltiples situaciones protagonizadas por distintos actores que se entrecruzan casi aleatoriamente y con esos finales en cada tomo en los que el autor planeta preguntas sobre el destino de sus héroes y villanos.

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Fin de capítulo de El grito del pueblo.

No es extraño, habida cuenta la bibliografía previa de Tardi, el modo en que se comportan los personajes de El grito del pueblo en función de su extracción social y su ocupación. Así, los policías son traicioneros y corruptos, los burgueses son mezquinos y los religiosos ocultan tendencias sadomasoquistas, mientras que los hampones se rigen por un código de honor y ladrones y prostitutas son lo representantes de los valores éticos más elevados. Digamos que la visión de la vida de Vautrin y Tardi es opuesta a la visión institucional y burguesa, pero igualmente maniquea, y no ocultan en ningún momento de qué lado están sus simpatías. A medida que avanza la obra y comienza la lucha por defender la Comuna, el cómic se transforma en una auténtica carnicería. De manera simbólica, desde que comienza esta batalla entre los amotinados y el ejército, en el escondite de uno de los protagonistas vemos un reloj con la figura tallada de un esqueleto tocando el tambor, como una premonición de las cercanía y la inevitabilidad de la muerte. Y esa muerte llega de forma cruda y violenta. El dibujante siempre ha sido partidario de mostrar la fealdad, el horror, lo inhumano de la violencia extrema ejercida sobre el cuerpo humano, y aquí no faltan ni los niños de pecho alcanzados por las bombas, ni los miembros cercenados volando por los aires, las mandíbulas arrancadas o las cabezas en llamas. El conjunto de El grito del pueblo no deja de resultar interesante, especialmente a nivel gráfico y como documento, pero hasta cierto punto escritor y dibujante naufragan en su intento de contar una historia que interese al lector. Las constantes derivas argumentales, la casualidad que rige los pasos de los personajes, las plúmbeas referencias a los hechos políticos, con abundancia de detalles poco clarificadores, generan gran confusión y cierto hastío. En cualquier caso, los cuatro años dedicados a su realización convierten a El grito del pueblo en una obra monumental dentro de la carrera del dibujante no exenta de momentos brillantes.

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