Entrevista con Ernán Cirianni

Ernán Cirianni nació en 1976 en Argentina, pero a los pocos meses se mudó a Méjico. Su trabajo comenzó a cobrar notoriedad al publicar en el blog de webcómics semanales Historietas Reales su cómic “De cómo me hice rico y famoso”. Su primer libro, Grosso Mal, fue publicado en 2009 por la editorial LocoRabia (Argentina), y su trabajo más reciente es Algo imposible (Ediciones Noviembre). Es además editor de la antología La Cábula, y co-editor del sello Burlesque.

Los días de Cirianni se adivinan caóticos, desordenados, un vaivén entre el orden y el descontrol, la desesperación y la hilaridad, y si hay algo que me hace admirarlo y desear entrevistarlo, no es sólo el hecho de que cada vez que nos cruzamos en persona él era la única persona que iba más borracha que yo, sino que además en su trabajo eso se deja notar. En épocas en donde la expresividad del trazo se ve cada vez más y más homologada, Wacom mediante, Ciranni hace gala de una línea salvaje, parkinsoneana y despiadada. Por esto, a pesar de que su obra pertenece casi exclusivamente al género autobiográfico, para mí la autoreferencia en sus páginas pasa menos por su contenido (falseable, ficcionalizable, si lo que se busca es mayor sinceridad) que por sus procesos: la mano de Cirianni no está detrás de sus cómics, sino en ellos, algo de lo que hablé en su momento en mi libro Playground. Gran parte de la experiencia de leer a Cirianni es poder asistir al desarrollo de su hacer mientras se lee: tachones, faltas ortográficas, textos que se tuercen para ganarse un espacio dentro de los globos de diálogo, viñetas mal ordenadas y emparchadas con flechas que indican el orden de lectura, lápices sin borrar. Quizá sólo así pueden hacerse 64 páginas en siete días de borrachera, como lo Cirianni lo hizo para su libro Grosso Mal (comparaciones con Dios, o Jack Kerouac, en 3…2…1…).

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Quizá, ya que estamos en un medio español y no muchos te conocen, habría que comenzar por tus inicios, los cuales, como los de la mayoría de los historietistas de nuestra generación, se remontan a los años ‘90. En esa época la movida de los fanzines en Argentina giraba en gran parte alrededor de la A.H.I (Asociación de Historietistas Independientes). ¿Llegaste a formar parte de esa especie de “sindicato”? ¿Qué hacías en esa época?

Me acerqué a la A.H.I cuando ya se estaba terminando, así que hacía revistillas por mi cuenta, con mi amiga Denise Turu. Éramos los niños que hacían revistas en el taller de Pablo Sapia.

¿Quiénes eran tus compañeros de curso?

Liniers, que todavía firmaba Ricardo Siri, un tal Pablo Cabrera, e [Ignacio] Minaverry, que era un otaku, o algo parecido. Sapia tenía el taller en el estudio de Elenio Pico, por donde pasaban todo el tiempo historietistas que admirábamos, como Fabio Zimbres, o Lucas Nine. Cuando terminamos el curso de Sapia, seguimos yendo al taller de Elenio Pico, que a su vez se mudó al estudio de [Sergio] Langer.

Entonces convengamos que te codeabas con quienes hoy se los considera la crême del humor gráfico argentino contemporáneo. ¿Sentís que eso te influenció a la hora de optar por el humor gráfico?

En el curso, cuando me preguntaron qué quería dibujar, respondí: “no sé, historietas… Batman” (risas). Pero mi hermano era amigo de Lucas Nine, habían estudiado cine juntos, y un día viene a mi casa, y me dice que él también hace historietas, y me muestra lo que estaba haciendo, unas historietas circulares, como si fueran un disco de vinilo. Me invitó a participar, y ahí fue la primera vez que dibujé algo con mi «estilo». Salió horrible, nunca se publicó, pero lo divertido fue que cuando me habló de su papá [Carlos Nine], ¡yo no tenía idea de quien era! Porque yo de historieta argentina no sabía nada. De historieta europea, menos. A mí me daban algo gringo, super-héroes, y me aburrían, así que sólo leía la MAD, y [Sergio] Aragonés. Entonces quizá por eso todo cerró por ahí, por el lado del humor. Después empecé a publicar la antología La Cábula, y antes de eso una revista que se llamaba Yo no fui, y otra que se llamaba Ciudad Paraíso. Incluso hubo una época en que no hice historieta, me fui a Europa a ver que pasaba por allá, y también me fui a vivir a Chiapas, a ver si me metía en la guerrilla, y me enamoré de una chica con esquizofrenia. Estudié animación, escenografía y arquitectura. No terminé ninguna de las tres.

Podría decirse que llegaste al blog colectivo Historietas Reales con experiencias algo más interesantes que las de otros de sus autores, como lo mal que te caen los homosexuales, o que el viento te haya levantado la falda en plena calle y todo el mundo te haya visto el culo.

HR me sirvió para superar etapas. Era un desconocido en el ambiente, y por eso mismo, quizá, podía decir lo que quisiera. Al principio la gente me tiraba mierda por mi dibujo, pero creo que cuando vieron que aquel dibujo que no les gustaba iba acompañado de un texto que tampoco les gustaba, así juntos sí que les gustaron. Y así fui entrando al mundillo, que aún hoy me sigue dando una profunda pereza, con gente llena de resentimiento. Aunque quizá lo veo así porque tengo una increíble capacidad para sentir envidia profesional, lo que hace que nunca jamás quiera volver a compartir esos espacios demasiado desde adentro.

A mí lo que me siempre me llamó la atención es que unos cuantos autores de HR encontraron su puestito en el supuesto panteón que es la revista Fierro, o en la sección de tiras del periódico La Nación, o en la revista Barcelona, pero vos no. ¿Por qué pensás que nunca «diste el salto» a la profesionalidad? ¿Es por política personal? ¿Te interesa más permanecer en el “under”?

“[Fierro] es la única revista masiva de historieta, ¡hay que defenderla!”… es un argumento tonto. Hay miles de cosas increíbles circulando por otro lado. Además, puede que yo no sea serio en mi trabajo, pero ellos tampoco lo son. Por ejemplo, me piden material y nunca lo publican, ¿es porque no les gusta? Nunca lo sabré, porque nunca me respondieron. Cuando sí me publicaron, fueron cosas que se dieron por «amistad», o eso creo.

Amistad es una palabra muy grande. Mejor llamémosle “amiguismo”. Pero volviendo al tema, me refería a que ya sea por tu ritmo de producción, o por sus propios atributos, tranquilamente podrías publicar en un medio masivo, de manera más o menos regular y a cambio de dinero, y sin embargo… no ocurre.

No quiero estar en un medio que tarde o temprano te obligará a hacer cosas que no te gustan del todo… No sé, ya dos veces me ofrecieron publicar en un periódico, mandé mis tiras y al final nunca me llamaron. Quizás quedé traumado. Me siento cómodo haciendo mis revistas, mis libros, publicando a gente que me gusta, y mira, no pierdo dinero, recupero lo suficiente como para hacer más libros y me doy el gusto de beber en las ferias a las que voy a venderlos. Eso es un salario digno. Una revista mensual me gustaría más, o incluso una semanal, que te permita crear una historia, y que si te ves obligado a cambiarla, el lector se dé cuenta de que algo está pasando. Un tira diaria por internet sí que me gustaría, y blasfemar a gusto, sin que nadie te diga nada.

Lo que acabas de decir me recuerda inevitablemente a dos casos de censura que hicieron ruido en ámbitos locales, el argentino y el español respectivamente. El primero es el caso de Gustavo Sala y su chiste sobre el holocausto, publicado en Página/12, por el cual debió disculparse públicamente. El otro, más reciente, fue la portada de la revista El Jueves, sobre la abdicación del rey, que culminó en la dimisión de sus autores clave.

Lo de Gustavo Sala me pareció una vergüenza. Él trabaja justamente para un medio en el cual su tira debe resultar polémica, ese es casualmente su rol, pero ni bien surgió una polémica, el editor, en vez de defenderlo, le exigió que pidiera perdón, lo cual es un insulto a todos nosotros. En el caso de El Jueves, los autores dimitieron y al menos hubo una reacción de parte del público. No tengo cifras, pero me cuentan que las ventas de la revista bajaron bastante. Acá en cambio hicimos un reclamo, y a lo mucho fue a parar a una carpeta de spam. En El jueves el editor no defendió a los autores porque él mismo se hace cargo de la censura. En Página/12, en cambio, el editor nunca dijo nada.

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Que cómo autor te interesa más publicar de forma independiente quedó claro en tus respuestas anteriores. En una entrevista que me hizo Pablo Turnes yo dije que en un medio como el de la historieta independiente, si se quiere tener un verdadero impacto no alcanza con ser historietista solamente, o sólo editor, o sólo crítico, sino que hoy más que nunca es necesario que todo camine a la par. Vos sos otro ejemplo de un historietista que además, como co-editor de Editorial Burlesque, publica a otros autores. Incluso en una entrevista pasada diste a entender que el rol de editor se «comió» al del historietista. Como autor a veces es difícil decir «este es mi objetivo», porque uno trabaja medio a ciegas. Pero como editor, ¿cuál dirías que es tu meta, o al menos qué pensás que solamente vos podés brindar al panorama editorial?

Yo me muevo muy caprichosamente. De manera no planeada se fueron dando distintas cosas, no solo con Burlesque, antes fue la antología La Cábula, una especie de revista de experimentación narrativa, en donde convivían autores «independientes» de varios países, que sin embargo sentía que se podían leer como similares. También probé distintas maneras de editar, formatos como el reviposter, con tamaños pequeños, muy grandes y medianos (el odio de todo fan que conserva las publicaciones en bolsitas, jeje). La colección «Burlesquitas» ya es algo más pretencioso, pequeñas novelitas gráficas de 20 páginas, pero que mantienen un estilo «under», en formato fanzine, impreso en fotocopias robadas en el trabajo, con autores que van desde una chica, a una una joven promesa, un extranjero, y un talento ya conocido, con una tirada de 200 copias, y que paga algo simbólico a los autores, al menos para los cigarrillos y el trago (o sea, somos under, pero pagamos, ¡ja!). Funcionó, y ahora nos permitió sacar dos libros de mayor formato, y pronto un tercero. Invertimos de entrada unos 500 pesos y ya nunca más pusimos una moneda. No somos Rupert Murdoch, pero pueden empezar a temblar. Y por último el zine Invasor, algo que siempre quise hacer, mezclar historietas con ilustraciones. El historietista es más sencillo de aceptar publicarse en fotocopias, pero los ilustradores-artistas-del-dibujo-contemporáneo tienen sus mañas, y sin embargo ya van dos números, y en los dos conviven de lujo.

¿Y Ernán el autor en dónde quedó? ¿Estás trabajando en algún cómic ahora mismo?

Estoy haciendo, desde hace un tiempo, una especie de “Elige tu propia aventura”, con múltiples comienzos y finales: el políticamente correcto, el marxista, el evangelista, el militarista. Trata sobre un señor que tiene un estigma en la cabeza del pene, como un sello, y dependiendo del comienzo que elijas, al limpiarse la sangre el estigma tiene la forma exacta del Che Guevara, o de la Virgen de Guadalupe, o de Bill Gates, y al embarazar mujeres, éstas gestan a los próximos Che Guevaras, o Vírgenes de Guadalupe o etc. Quiero que sea un “Elige tu propia aventura” para que las historias se mezclen, que nazcan Che Guevaras que en su adolescencia se crucen con Vírgenes de Guadalupe, que a su vez engendrarían a jóvenes yuppies ecologistas del parlamento europeo. Será algo que hará que la gente diga: «se le acabaron las ideas, quizás se suicide pronto».

¿Quedarte sin ideas equivale al suicidio, entonces?

Siempre deberíamos tener ideas, el dia que no las tengamos, ya fue, para qué seguir robando. Yo cuando tengo esos bloqueos de creación, o como se llamen, sufro mucho en verdad.

¿Tenés algún método para salir de esos bloqueos, o te sentás a esperar?

Quizás suene mal, pero a mí beber me saca de aprietes, me hace producir mucho. Quizás después queda mucha basura, pero sale tanto que algo siempre queda.

Cuando hablábamos del caso Gustavo Sala, dijiste que la censura fue “un insulto para todos nosotros”. Es difícil no sentir que podría haberte tocado a vos, ¿cierto? Porque tus historietas, convengamos, meten el dedo en la llaga terriblemente, aunque de forma mucho más sutil, y por eso mismo más interesante. He leído una historia tuya en la que dos ladrones entran a una casa y violan a la dueña después de muerta, cuando los medios de comunicación no hacían otra cosa que hablar de “secuestros express” y personajes de la farándula a quienes les entraban a robar a sus casas en country-clubs, y otra en la que un hombre queda embarazado en el pie, cuando por esas fechas se discutía la ley de aborto. Tu trabajo está muy anclado en la realidad cotidiana, y más aún al publicarse en un sitio como Historietas Reales, cuya premisa era precisamente esa. Para vos ¿el humor tiene un límite?

Creo que el humor no debería tener límites, sino darle duro a todo, todo el tiempo y en cualquier contexto. Siempre va estar el pendejo que crea que es terrible hablar del aborto, o la Pamela David que considere indignante que Linterna Verde sea gay. Solo el avance cultural de una sociedad entera conseguirá que se deje de lado esa ignorancia que genera tanto odio. Es como si la gente no pudiera satisfacer sus grises vidas, entonces le interesa arruinar al otro, hablar mal, juzgar… Igual muchas veces creo que mis historietas no son humorísticas, que más bien son críticas, o incluso intimistas… pero a la gente le causa gracia mi crítica social. Allá ellos. Decirles «fijate que acá hablo pestes de la moral de clase media», es como explicarle un chiste de Condorito a quien no lo entendió por sí mismo a la primera.

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Es verdad, más que humor yo leo tus cómics como una sátira (social, o incluso auto-sátira) que además, genialmente, rara vez cae en el cinismo. En tus cómics el cinismo en todo caso es más bien un trampolín hacia una lucha por seguir creyendo en algo. A veces parece que hicieras una lista de posibles salvaciones, de la que vas tachando: por el lado de la religión no, como lo expresas en tu libro Grosso Mal, por el lado del individualismo burgués tampoco (algo de eso hay en en tu libro más reciente, Algo Imposible), por el lado del concepto clásico de revolución, menos que menos (convengamos eliminás esta posibilidad al ridiculizarla desde adentro). Lo que diferencia a tu trabajo del de otros humoristas gráficos es que si bien, como decís, el humor no debería tener límites, no abusás de ello para caer en la tendencia más bien moderna de caer el cinismo fácil que ridiculiza a quienes ya están siendo oprimidos o lo fueron en el pasado, como peligroso proceso de aceptación, sino que usás el humor como arma para cuestionar a aquellos en el poder, o como mínimo en una posición cómoda, algo que quizá a algunos les resulte anacrónico. Sea como sea, eso es lo que yo entiendo por un humor subversivo, al contrario de aquel que busca causar gracia como un fin en sí mismo.

El cinismo es la manera más fácil de hacer una crítica sin que la masa (ya sea de derechas o de izquierdas) te quiera prender fuego. Molestar para reírse, molestar al otro para reirme de él: eso es lo difícil. O, no sé si difícil, pero es en donde me siento a gusto, haciendo crítica, molestando al otro, y que no se dé cuenta que estoy haciendo uso de él para reirme de él.

Exacto, humor para molestar y cambiar, no para complacer y aceptar. Algo que lamentablemente en Argentina se ha ido perdiendo, y después de lo de El Jueves me aterra pensar que España sigue ese camino. Hoy siento que triunfan dos extremos: por un lado el humor escatológico/pornográfico, que parte de, y conduce a, una des-sensibilización del lector (y no olvidemos que el sentido del humor es un tipo de sensibilidad), y por el otro lado el humor de tarjeta de cumpleaños con musiquita, como la tiras del periódico La Nación, es decir, para un lector también des-sensibilizado, pero en el sentido inverso. Para mí son dos caras de una misma moneda porque en ambos casos se busca la risa porque sí, casi como un espasmo involuntario. En el fondo el lector se está riendo siempre del mismo chiste que nunca lo obliga a replantearse nada, como en la película Idiocracy, en donde la audiencia en un cine se ríe de un plano fijo de un culo durante una hora y media. O bueno: si concedemos que hoy en día eso es el humor, entonces, como decías, lo tuyo no lo es. ¿Sos, entonces, un payaso que llora pero que al mismo tiempo –admitámoslo– no puede evitar hacer reír?

(Risas) Me gusta eso, lo de un payaso triste, en una cantina, contándole sus penas al borracho que tiene al lado… No, ¡mejor al cantinero, a un sujeto a quien recién conoce!