Viñetas de vida (VVAA)

vincc83etasdevida_portada

Viñetas de vida (VVAA). Astiberri, 2014. Cartoné. 22 x 29 cm. 120 págs. Color. 15 €

Hace algo más de un año tuve el placer de ejercer las labores de moderador en la presentación de Viñetas de vida, un proyecto de Oxfam Intermón que, hasta donde sé, era pionero: llevar a un puñado de dibujantes a diferentes países donde la ONG tiene en marcha proyectos de cooperación para el desarrollo, mostrarles ese trabajo y que ellos, tras la experiencia, realizaran unas páginas de cómic.

Para alguien que como yo está convencido de la potencia del cómic como vehículo transmisor de ideas eficaz, esta iniciativa ya contaba, a priori, con toda mi atención. Desde los tiempos del underground, en los que los autores empezaron a emplear el cómic como vehículo de expresión personal antes que como modo de ganarse la vida dentro de una industria de entretenimiento masivo, la crítica social y la denuncia de la injusticia han estado presentes, y en los últimos veinte años, coincidiendo no por casualidad con el ascenso del cómic independiente y la novela gráfica, se han multiplicado los ejemplos. Pero hasta ahora esos ejemplos eran fruto del impulso solitario de los autores casi siempre, ya sea Joe Sacco marchándose a Palestina con su propio dinero o Marjane Satrapi dibujando Persépolis sin pensar en ningún momento que aquello podía ser una bomba de relojería. El proyecto de Oxfam Intermón supone por tanto un cambio importante: ahora hay una llamada al medio por parte de un organismo de cooperación, que ha creído en su poder para transmitir ideas y llevar los mensajes de esta ONG al público de un modo directo y ameno.

No obstante creo que tampoco deberíamos sobredimensionar esto, ni lanzar las campanas al vuelo asegurando que el cómic ya está a la altura de cualquier otro medio, sobre todo porque, si así fuera, no haría necesario subrayar lo extraordinario del proyecto, pero también porque le debe mucho al esfuerzo y el impulso de Pablo Rebaque, miembro de la ONG y aficionado al cómic que apostó por todo esto y luchó por que se llevara a cabo. Parece que estamos abocados, por el momento, a esto: esfuerzos individuales de locos que creemos de verdad en el cómic y luchamos por sacar adelante este tipo de cosas. Pero son esos esfuerzos los que, finalmente, dan a luz un nuevo estado de las cosas, y los que al unirse dan lugar a esfuerzos mayores. La próxima vez que una ONG recurra al cómic, no nos parecerá tan raro.

Quizá porque la persona al frente sabía realmente de cómic y de cómo se realiza el proyecto se ha desarrollado en condiciones muy favorables para que los autores den lo mejor de sí mismos. Sus historias, recopiladas ahora en este libro publicado por Astiberri pero disponibles de modo gratuito en formato digital, no dan en ningún caso la sensación de trabajo de encargo, de obra impersonal que a menudo puede verse en casos similares. Es evidente que han tenido total libertad para desarrollar sus páginas desde su estilo y sus intereses. Los enfoques son por ello muy variados, y eso enriquece el resultado final al dar al lector no sólo información sobre países y proyectos muy diferentes, sino también visiones personales distintas.

Algunos escogen centrarse en problemas y en propuestas concretas de todas las que han conocido en sus viajes; algunos sobre todo estuvieron en contacto con uno y ése es el que muestran. Álvaro Ortiz e Isabel Cebrián firman, en esa línea, «Femmes des Fraises», sobre un proyecto que busca empoderar a las mujeres de Marruecos que se dedican a la recogida de la fresa, dándoles formación e independencia. La historia tiene un tono documental muy ameno e informativo —de hecho el subtítulo ya indica que es un «reportaje en viñetas»—. El estilo limpio y preciso de Ortiz permite que la información del texto no se haga pesada en ningún momento, al contrario: la historia se lee con verdadero interés. Es una prueba más de que el cómic ofrece herramientas muy sofisticadas para transmitir información que en prosa costaría hacer asimilar a cualquier lector.

«Ondas en el río», de Cristina Durán y Miguel A. Giner Bou también parte de una intención documental e informativa pero introduce más elementos humanos, incluyendo un mayor protagonismo de los propios autores y sus acompañantes. Esto es importante porque, en realidad, la visión personal y la implicación emocional es el extra que pueden aportar los autores gracias a desplazarse al lugar que tienen que tratar, en este caso Nicaragua. Durán y Giner escogen, como en la historia anterior, centrarse en dos problemas concretos. El que más me ha impresionado tiene que ver con el movimiento feminista en un país donde la violencia machista es escalofriantemente normal y las niñas violadas se enfrentan al rechazo social y familiar y a la obligación de tener que cuidar solas a sus hijos. Ese muñeco con el mensaje «Todas las niñas embarazadas… fueron violadas. El aborto terapéutico es su derecho» es tremendo.

Otro caso muy específico y terrible es el que aborda Sonia Pulido en la soberbia «La madeja», sobre los desaparecidos a manos del ejército colombiano. Debido a una atroz política que recompensa económicamente las bajas de guerrilleros, el país está lleno de casos de falsos positivos, personas asesinadas que son hechas pasar por guerrilleros para cobrar la recompensa. El estilo de Pulido es perfecto para reflejar con toda la crudeza necesaria una historia así, y destaca, sobre todo, por su uso del color con fines emocionales.

«Yolanda», de la tercera pareja creativa del libro, la formada por Antonia Santaolaya y Enrique Flores, se centra también en un problema concreto, la desvastación causada en Filipinas por un tifón de 5 sobre 5. Es una de las historias que reflejan mejor cómo la corrupción y el mal gobierno condenan deliberadamente a una importante parte de la población a la pobreza más absoluta… mientras los turistas se lo pasan genial.

La cuestión del turismo y cómo ciertos estados acaban volcados en él y generan, en la práctica, dos países distintos separados por barreras invisibles la trata Miguel Gallardo su relato sobre su visita a la República Dominicana, «Aquí vive Dios», que es uno de mis favoritos de Viñetas de vida. Gallardo, uno de los grandes maestros del cómic español y curtido ilustrador, realiza un despliegue de recursos y de estilo a la altura de su obra, y salpia con gags un discurso duro e inequívoco que apunta no sólo al gobierno dominicano sino, como decía, a los países desarrollados, y en concreto a España y al gobierno actual, que ha recortado salvajemente la ayuda al desarrollo. Gallardo describe los proyectos que son posibles gracias a esa ayuda, y nos señala incómodamente con el dedo: para que las parejas de recién casados españoles puedan ir a un resort de lujo a precios económicos la mayor parte de la población de la isla tiene que verse sumida en la miseria. Es incómodo pero es así, se siente.

viñetas de vida interior

David Rubín también se muestra contundente, como Gallardo, e incluso más. Era esperable de un autor tan visceral como él. En «Los niños sin espejo» dibuja una carta de amor a su hija aún no nacida, en la que le cuenta su viaje a Burundi y cómo su experiencia con los niños de allí lo marcó. Es un relato crudo que no ahorra en palabras duras —«los malditos bastardos que se jactan de gobernarnos»: no hay mejor prueba de que no hubo censura al trabajo de los dibujantes— y que acierta al vincular estrechamente la situación de Burundi con la nuestra, con la de España, dado que para Rubín los problemas de ambos países vienen de arriba, de nuestros gobiernos. Su aproximación es personal y la calidad la propia de un autor que lleva un par de años en estado de gracia, pero incluso así sabe echar el freno para ofrecer información útil sobre el proyecto de la ONG en una página que es una lección de los recursos del dibujo y de la diagramática.

«Un país sin conductor» es la aportación de Paco Roca, otra de las mejores, en mi opinión. Como Rubín, Roca echa mano de una gran variedad de recursos: mapas, esquemas, gráficos… E intercala estilos de dibujo más o menos detallados en función de sus necesidades. Recuerda esta exposición didáctica sobre la situación en Mauritania y la precariedad de los proyectos de cooperación a otras historietas del mismo corte de Roca, como, por ejemplo, la que se publicó en Panorama (Astiberri, 2013). Decía antes que Rubín está en estado de gracia, pero Roca no se queda atrás. Se le ve un dominio de su propio estilo total, y una seguridad en su capacidad que se plasma en una historieta magistral, donde la información se transmite con una facilidad enorme.

Viñetas de vida ofrece ejemplos claros y directos acerca de la importancia de la ayuda al desarrollo internacional en una época en la que es fácil mirar hacia dentro y ser egoísta. Es un tema complejo, que genera preguntas y que merece debates profundos. ¿Tiene sentido que, como muestra Roca en sus páginas, la ayuda de la AECID se entregue a los gobiernos locales? ¿Puede tener la cooperación internacional como consecuencia no deseada, en ocasiones, que gobiernos corruptos o no democráticos ignoren los problemas de su pueblo? No lo sé. Pero sí sé que si un proyecto va destinado a generar redes colaborativas, a hacer conscientes a las personas de sus derechos y su capacidad, a dar herramientas que permitan a esos hombres y mujeres ser autónomos y dueños de sus vidas, siempre dejará un poso positivo, porque va construyendo algo que puede perdurar. Es un trabajo duro porque, además, busca frutos a largo plazo, pero tiene que hacerse, de una forma u otra. A veces pienso que nada de esto perdurará si no se atajan los desmanes de gobiernos atroces o guerras de poder como las que asolan media África, pero eso, me temo, no está en nuestras manos. Y, en el fondo, si algo demuestra este libro —de excelente edición, con bocetos y fotografías que aportan mucha información— es que los problemas también son concretos y tienen cara. Hay personas detrás de las cifras, personas cuyas vidas están mejorando, a las que una vaca o una red de pesca les puede salvar del hambre. Mientras debatimos, eso no es poco, precisamente.