Los sucesos de la noche 1 (David B.)

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Los sucesos de la noche 1 (David B.) Norma Editorial, 2015. Cartoné. 17 x 24 cm. 96 págs. Color. 20 €

Hace ya la friolera de diecinueve años desde que se publicó la primera entrega de La ascensión del Gran Mal, y desde entonces su sombra no ha hecho sino agigantarse, desde mi punto de vista. Es uno de los tres o cuatro grandes referentes del cómic europeo contemporáneo, y uno de los primeros ejemplos de obra verdaderamente adulta, sin peros, sin matices o concesiones. El relato de David B. en este cómic alcanzó la cualidad intemporal de las obras maestras porque supo imbricar en el mismo lo personal —la historia de su familia y la enfermedad de su hermano— con lo universal —el poder del mito y del arte, la búsqueda de una identidad propia—, y al mismo tiempo, se forjó como artista y dios forma a un universo personal rico en simbología y totalmente reconocible. ¿Cómo escapar del peso de una obra de tal calibre? ¿Qué haces cuando terminas La ascensión del Gran Mal con cuarenta y cuatro años y media vida de artista por delante aún? El peligro de verse sepultado por una obra maestra más o menos temprana está ahí, y ejemplos como el de Art Spiegelman¸cuya obra tras Maus ha sido muy dispersa, lo confirman.

Conscientemente o no, David B. se ha zafado con mucha habilidad de ese riesgo. Su obra al margen La Obra no rompe con ella y mantiene una sólida coherencia, pero transita por otros caminos. Liberado del peso de su herencia tras aquella catarsis, ha mantenido una intensa frecuencia de publicación, tanto en colaboración como en solitario, y es ahí donde se ha entregado gozoso a sus temas predilectos: el mito, el pulp, el pasado mitificado. Todo en el fondo es lo mismo, si lo pensamos con detenimiento. David B. tiene una extraña habilidad para dotar a sus historias del peso del mito verdadero, para engañarnos y hacernos pensar que su profeta velado, por ejemplo, es realmente un mito del pasado remoto. Su iconografía y su peculiar manera de contar se han vertido en obras inacabadas como La lectura de las ruinas, Por los caminos oscuros o Los buscadores de tesoros con resultados dispares pero siempre mínimamente satisfactorios; pero tal vez con Los sucesos de la noche estemos ante algo igualmente grande.

Dentro del seno de L’Association, donde publicaba La ascensión del Gran Mal, David B. inició en 1999 esta nueva serie, que quedo inconclusa pero fue retomada y recopilada en 2012. En el blanco y negro es donde su dibujo alcanza su verdadera potencia icónica y se clava, perturbador, en nuestras cabezas. Entre Tardi y las vanguardias de principios del siglo XX —época a la que estéticamente remiten muchas de sus historias— David B. ha alcanzado algo nuevo, un modo de representar que convierte cualquier escena en algo blando, onírico y las más de las veces pesadillesco, donde las metáforas visuales se retuercen y nos infectan. De alguna forma Los sucesos de la noche recoge todas las obsesiones de su autor —los sueños, la guerra, los incunables, la religión y el mito— pero además las vierte en un relato  en el que, al ser él mismo protagonista, no dejamos de ver tintes autobiográficos, aunque sean muy velados; mientras que en su gran obra se expone por completo, ahora se divierte jugando al despiste, poniéndose a sí mismo como héroe de una historia de búsqueda de una publicación que nunca ha existido, Los sucesos de la noche, una obra fantástica editada por Émile Travers, personaje que efectivamente existió, como puede comprobar una búsqueda rápida en internet.

Contar en primera persona una historia fantástica para dotarla de la veracidad propia del relato biográfico es una treta muy efectiva, que remite a la literatura del romanticismo, pero también a autores más recientes como Jorge Luis Borges. Y funciona, por supuesto: la fascinante búsqueda de David B. a través de librerías de viejo que se transmutan, con la naturalidad con la que suceden las cosas en los sueños, en mares interminables de libros, nos subyuga porque a la excitación propia del relato de misterio se añade la implicación personal. David B. nos está diciendo que de algún modo sublimado esa historia le sucedió, y la búsqueda de la inmortalidad en esa compleja partida de ajedrez a tres bandas que juega contra Travers y el Ángel de la muerte es, quizá, una manera de enfrentarse a su propia incertidumbre vital.

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Su fascinación por la guerra, salpicada de orientalismos y referencias pulp —hasta Cthulhu asoma los tentáculos— se plasma en una historia oculta del mundo a la que el David B. personaje accede a través de publicaciones esotéricas, en la acepción más pura del término. En las páginas de Los sucesos de la noche —y hablo tanto de este cómic como de la revista que aparece en su interior— se encuentra la verdad tras el telón de lo que nos han querido contar. Por supuesto, lo que hay detrás de ese telón es mentira. O al menos, no es toda la verdad. Este juego, esta danza macabra, está llena de trampas y engaños, y el héroe deberá transformarse y renunciar a su moralidad si quiere triunfar.

La ambigüedad de las figuras clásicamente identificadas con el bien y el mal es otra constante de la obra del francés. Aquí lo lleva aún más lejos, al igual que su revisitación de los mitos. El fresco que ejecuta es profundamente personal y al mismo tiempo está lleno de referencias a diferentes folclores del mundo, pero, sobre todo, a sus iconografías. La falta de profundidad, de una ilusión de tercera dimensión en sus viñetas, nos lleva inevitablemente al arte africano, al persa, a ciertas vanguardias, a los grabados de los bestiarios medievales… Y, en última instancia, nos obliga a recorrer un camino interior hacia nuestro subconsciente. Los sueños están poblados de la misma materia que el arte primigenio. Y los demonios y dioses de David B. nos inquietan por eso, porque sabemos que moran en nuestro interior y el verdadero poder de este autor superdotado es sacarlos a la luz.

Nadie ha sido capaz de plasmar la (i) lógica de los sueños como David B. Nadie ha sabido pulsar mejor las cuerdas de los relatos y los mitos que nos impulsan y obsesionan desde siempre. Tampoco encuentro ningún autor de cómic actual con esa capacidad de perturbar con el mero dibujo: hay demonios sonrientes que ponen los pelos de punta. Tal vez no ha habido nadie con esa habilidad desde Basil Wolverton. Supongo que a estas alturas no hace falta que diga que David B. es una de mis debilidades personales más acusadas, pero creo que no me equivoco si digo que ésta está llamada a ser una de sus grandes obras. Está en sus manos persistir y llevarla a término, que no se quede en el limbo como alguna otra.

NOTA: Este artículo está enmendado tras ser yo advertido de que el material incluido en este primer tomo no data originalmente de 2012, sino que es contemporáneo a La ascensión del Gran Mal. En dicho año, cuando David B. retomó la serie, L’Association recopiló las tres primeras entregas en este tomo y al año siguiente, 2013, publicó su continuación en un segundo.