The Lonesome Go (Tim Lane)

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The Lonesome Go (Tim Lane). Sapristi Cómics, 2015. Rústica con solapas. 20,5 x 27,5 cm. 296 págs. B/N. 26,90€

Cuando hablamos de cómic literario, normalmente nos estamos refiriendo a un tipo de novela gráfica que, sin dejar de ser, por supuesto, cómic, toma de la literatura cierta densidad narrativa, creo, pero también una cierta estructura que, en realidad, está remitiendo a un tipo de novela muy concreta, de raíz decimonónica. Es decir: más allá de cuidar especialmente los textos, y de perfilar personajes complejos, se está poniendo énfasis en la gran historia. Más raro es encontrar cómics que beban de otro tipo de literatura de una forma directa, que tome como referente a autores más recientes y narrativas menos fosilizadas. Uno puede acordarse de Alan Moore y su lectura juvenil de Thomas Pynchon o William S. Burroughs, pero no pasan de ser influencias ideológicas o temáticas, más que formales.

Durante la lectura de The Lonesome Go de Tim Lane me venía a la cabeza constantemente que estaba ante un cómic indiscutiblemente literario, con conciencia de serlo, pero desde luego no estaba ante una novela al uso, sino, más bien, ante un crisol de referentes poderosos que recorrían el siglo XX de la literatura en inglés. Su estructura fragmentaria, las piezas que encajan sin solución de continuidad refuerzan la sensación de estar ante una narrativa claramente posmoderna, al igual que su importante componente multimedia: hay relatos en prosa —alguno sorprendentemente bueno—, anuncios que imitan la publicidad de los años 50, entrevistas ficticias a la manera del nuevo periodismo, y una omnipresencia de la música, especialmente el jazz en todas sus variantes y los cantautores de los 70. Las dos tramas principales, que aparecen intermitentemente durante todo el libro, suceden respectivamente en los años 50 y en los 90, y el gran hallazgo de Lane es unirlas y vertebrarlas dentro de una misma tradición que se inserta en la contracultura y que supone el reverso oscuro del sueño americano.

«No me gusta la ironía en absoluto», declaró Lane en una entrevista, y es importante tenerlo en cuenta en el momento de juzgar The Lonesome Go. No hay intención paródica, ni relectura, ni distancia jocosa. Su material es sincero y directo, y no busca la doble lectura, sólo la complejidad y los múltiples niveles que las narrativas que homenajea y actualiza en el cómic le permiten. Por ejemplo, no hay un ápice de broma en sus anuncios de dioramas recortables de los Temptations. Su réplica del género negro más sucio y amoral, el de Raymond Carver, se entrelaza con el espíritu grunge de los 90 y con la literatura de la generación beat, sobre todo Kerouac, pero sin enfatizar las citas ni necesidad de guiños cómplices al lector; no se trata de jugar a ver quién es más listo cazando referencias, porque, en realidad, no hay demasiadas, al menos no de forma concreta. Todo tiene más que ver con estilo de escritura y con una tesis, que tampoco se subraya, pero que creo que está ahí: que en el fondo todas esos movimientos hablan de lo mismo, de la otra América, de la épica de los perdedores, de aquellos que recorren el país sin destino fijo, sobreviviendo. Da igual que sea en tren, como pasajeros clandestinos, o haciendo autoestop. Da lo mismo que sean excombatientes de Vietnam o chavales nacidos en los 80 que lo han tenido todo, pero a los que eso no les basta.

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Para indicar esa idea, pero sin hacerla explícita, Tim Lane cuenta con las herramientas que el cómic pone a su disposición, cuyo uso certifica la carta de naturaleza de este libro como un cómic, aunque sea una criatura híbrida. Salvo algún experimento con grabados, el estilo de dibujo es bastante uniforme, pese a ciertos cambios, de modo que todas las historias, sucedan en la época que sucedan, tienen un aspecto muy similar: ese cruce entre las historias de romance y crimen de los años 50 —de las que toma no pocos elementos, como la crudeza de la violencia y los primeros planos constantes— y Charles Burns, que al fin y al cabo también bebe de ellas. El resultado es minucioso —Lane lo dibuja todo—, y no está demasiado lejos de otro autor que abreva en los mismos charcos: Miguel Brieva. Como él, aunque en un tono menos caricaturesco, Lane también perfila un mundo sórdido, sucio, donde la miseria campa a sus anchas, asfixiando a personajes caídos, perdidos, a los que se les había prometido otra cosa.

El retrato psicológico de todos ellos es un aspecto central de la obra. No siempre consigue despegarse del todo de los clichés que maneja —la femme fatal, el mafioso, el pendenciero, el escritor frustrado— pero mediante el manejo de los narradores en primera persona —esenciales en este tipo de relatos— alcanza muy buenos resultados en ocasiones: la historia sin título desarrollada entre las páginas 64 y 68, por ejemplo, o «Carne» (pp. 215-232).

Pese a todo, una de mis historias favoritas es de las más independientes del libro: «El autoestopista» (pp. 107-114), una narración breve que remite al cómic independiente de los 90, en la línea de algunas obras de Adrian Tomine.

El dibujo tan detallado e incluso barroco —con muchas viñetas por página—, sumado a la abundancia de textos, hacen que la lectura de The Lonesome Go sea necesariamente más reposada, menos ágil que otros cómics. Invierte, no sé si deliberadamente, la tendencia predominante en la última vanguardia para reclamar un terreno como frecuentado. Es un cómic para leer con calma, para dilatar la lectura durante varios días y dejarse impregnar por su espíritu oscuro.