Mujer (Los Bravú)

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Mujer (Los Bravú). Fulgencio Pimentel, 2016. Rústica. 17 x 24 cm. 96 págs. Color. 19,95€

Definir el trabajo de Los Bravú es una tarea cada vez más difícil. Pertenecientes a esa nueva estirpe de historietistas que no cargan con un bagaje lector enciclópedico, conciben su labor en el cómic como una parte más —aunque importante— de una obra artística más amplia, que incluye no sólo la ilustración, sino también la pintura y la escultura. Dea y Diego son artistas sin complejos, pero también sin ínfulas. Se divierten trabajando, su obra carece de solemnidad pero nunca caen en la autocomplacencia ni se diluyen: nunca paran de trabajar.

Creo que para juzgar su obra tenemos que huir de la visión de una carrera como la búsqueda de un estilo propio y reconocible como marca que luego bastará con perfeccionar y pulir para hacerlo más eficaz y rápido, que es el paradigma bajo el que han vivido muchas generaciones de historietistas. Pero como muchos de sus contemporáneos, Los Bravú no buscan: exploran. Es diferente. No conciben su trabajo como un viaje lineal que tiene por meta una parada que les permita consagrarse como artistas y producir obra como profesionales del arte; si eso llega, será desde el compromiso irrenunciable con la diversión.

Cada obra en cómic de Los Bravú me ha sorprendido. Alguna me ha parecido irregular —por primeriza—, otra prometedora —«Porto Louro», incluida en la antología Terry (Fulgencio Pimentel, 2014)— y otra, la última, La furia (Apa Apa, 2015), una muestra ya totalmente contundente de talento y frescura. En este cómic parecía que los autores se dirigían a una vanguardia formalista basada en la línea, pero con su nueva obra vuelven al cómic pintado. No es, por supuesto, la primera vez que se hace. Pero habitualmente el cómic pintado —es decir: con originales concebidos casi como cuadros al óleo, acrílico u otra materia similar— tiende a imitar modelos pictóricos desfasados —pienso en el clasicismo de un Fernando Fernández, por ejemplo—. Sin embargo en Mujer Los Bravú manejan conceptos cercanos al arte contemporáneo de galería, pero nunca pierden de vista que están haciendo un cómic, aunque sea uno donde la pintura otorga una cualidad física al producto final especial, perfectamente acompañada con la elección del formato que ha hecho Fulgencio Pimentel: las páginas tienen doble hoja, sin guillotinar, de modo que tiene un grosor atípico y contundente, ideal para el efecto de empaste que provoca el trabajo de Los Bravú.

Mujer es una recopilación de piezas breves, a veces gags que recuerdan lejanamente al trabajo de Joan Cornellá o Bretch Vandenbroucke —aunque el texto tenga un papel fundamental—, otras simplemente retazos, momentos, diálogos capturados con inmediatez y una oralidad literaria interesantísima. Los Bravú tienen muchas cualidades, pero hay una que creo que pasa desapercibida: escriben muy bien. Tienen una habilidad para recrear diálogos ricos y vivaces, con un colorido deslocalizado, imposible de situar geográficamente, pero que al mismo tiempo suenan cercanos. En cierta forma me recuerdan a los personajes marginales de Valle-Inclán y esa forma única de hacerlos hablar que tenía el autor. Por supuesto, no porque se parezcan en absoluto, sino más bien porque consiguen capturar el espíritu de nuestro tiempo sin reproducir la verdadera forma de hablar de una juventud que no habla así pero podría, porque sí se intuye el uso de expresiones que Los Bravú han escuchado, seguro: «Lo que te he dicho no es tan fuerte, pero es que tú tienes el umbral de los lloros super bajito. Eres una maridramas» es un clásico instantáneo.

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Las páginas de Mujer respiran diversión. No hay desarrollo de personajes o historias elaboradas; sólo un sentido lúdico del cómic, relajado pero al mismo tiempo serio en su compromiso artístico. Intercaladas entre las diferentes piezas, encontramos ejemplos de la obra escultórica de Los Bravú y fotografías que refuerzan la sensación de desconcierto y la convicción de que en este viaje es mejor dejarse llevar. El mundo que recrean es el suyo, pese al filtro artístico: el doble check, los selfies, la sobrecualificación académica, la fiesta, las drogas… Se sumergen en algo que tal vez ya va siendo hora de llamar cultura choni, porque son ya una tribu urbana más, y lo hacen sin distancia irónica, sin sonrisa de superioridad ni codazos cómplices con el lector. Estos chicos y chicas con granos en la cara y culos gordos, que anuncian nuevos modelos de belleza y que rompen deliberadamente con los discursos previos, parecen enarbolar la bandera de la superficialidad y la inmediatez, y asumen como estado natural la supremacía de la imagen —y la autoimagen— sobre todo lo demás.

Tengo la sensación de que cuanto más se apartan Los Bravú de la realidad más fascinante resulta su trabajo. En este cómic hay realidad, pero la distorsión acaba por crear un mundo sin reglas, donde la lógica del relato desaparece —hay diálogos aparente inconexos, que buscan, precisamente, desconcertar y evocar poéticamente— y lo gráfico puede volar a alturas notables. En ese sentido, seguramente mis dos páginas favoritas sean las de la conversación de Whatsapp y el camión, pintadas en tonos verdes: un ejemplo perfecto de cómo el tono gráfico puede bastar para convertir algo banal en una incursión en un mundo alienígena.

Cada obra de Los Bravú es diferente a la anterior, pero todas ellas van confirmando que esta pareja artística tiene por delante un futuro interesantísimo. Asumen un riesgo y responden a las expectativas, y sorprenden siempre.