Paul en el norte (Michel Rabagliati)

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Paul en el norte (Michel Rabagliati). Astiberri, 2016. Rústica con solapas. 17×24 págs. B/N. 18€

Michel Rabagliati es un autor que no suele hacer mucho ruido ni aparece mencionado cuando se pasa lista a los mejores o más relevantes autores contemporáneos. Y, en realidad, estoy de acuerdo con ese consenso. Creo que Rabagliati no está a la altura de Alison Bechdel, Seth o Chester Brown, por citar algunas firmas que han visitado frecuentemente el género autobiográfico. Rabagliati no tiene intención de inventar nada nuevo, ni formalmente ofrece nada rompedor. Se mantiene siempre en una composición de página funcional, y un relato de tono amable, francés —creo que la influencia de Dupuy y Berberian es muy fuerte— que no profundiza demasiado en su reflexión sobre la propia vivencia ni se cuestiona asuntos metarreferenciales, como la propia validez de la reconstrucción o la diferencia entre ésta y la realidad.

Y, sin embargo, sus cómics me gustan. A veces, bastante. Sin mucha repercusión, lleva ya publicados en castellano siete títulos protagonizados por Paul, un alter ego a través del cual revisita su pasado. Lo hace de un modo no lineal, aunque cada novela gráfica sea una unidad narrativa ambientada en un momento concreto de su vida. Tal decisión acarrea una inevitable reconstrucción en clave de relato, pues traducir recuerdos de nuestro pasado en una historia de estructura clásica no deja de ser una forma de ficción. Por supuesto, la sensación de clausura de cada tomo va acompañada de la certeza de que la vida sigue su curso, pese a la ilusión de relato clásico que atribuye Rabagliati a sus páginas. Tal vez la decisión de proyectarse en Paul sea una forma de advertirnos de que su vida no tiene por qué ser necesariamente igual.

Una de las debilidades de la saga de Paul es al mismo tiempo una de sus fortalezas: la vida del protagonista no tiene nada excepcional. Es una vida feliz, con experiencias positivas, inserta en la comodidad de la clase media blanca canadiense, con el contacto intermitente con la naturaleza y las casi siempre buenas relaciones familiares como grandes temas. A veces, lo confieso, el tema familiar se me atraganta un poco, por cursi. Sin embargo, precisamente por ser una vida normal Paul pasa por toda una serie de trances universales, y la sensibilidad de Rabagliati para abordarlos, desde la humildad artística y la sinceridad. Su dibujo es directo: una exposición sencilla de la acción, con pocos recursos retóricos, y una caricatura suave, que incluso se ha ido relajando más en su línea en los últimos álbumes. Precisamente por ese tono —que puede bascular entre la comedia de costumbres y el drama— funciona muy bien el modo en el que Rabaglati introduce la tragedia. Juega sus cartas con maestría y nos la mete doblada cuando menos nos lo esperamos: el final de Paul en los scouts (Astiberri, 2014) es durísimo, por mucho que esté construido sobre el efectismo.

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Paul en el norte, recientemente publicado por Astiberri, no creo que sea el mejor título de la serie, pero he disfrutado mucho su lectura pese a todo. Está ambientado en la adolescencia de Paul, con todo lo que eso conlleva. De hecho, cuando digo «todo», lo digo casi en su sentido literal: cada tópico de los relatos de adolescencia está aquí, porque, en realidad, todas las adolescencias se parecen mucho. La rebelión contra los padres —especialmente contra el padre en este caso—, la soledad, mitigada por el hallazgo de un grupo de amigos que se convierte, durante esos años, en una verdadera familia, las motos, la música, las excursiones, los primeros atisbos de independencia y, por supuesto, el primer amor, que ocupa una parte importante del libro. También hay espacio para algún episodio extravagante, fruto de la permisividad de la época para con los hijos: esos auto-stops con propuestas sexuales de adultos de por medio, por ejemplo.

Como quien no quiere la cosa, Paul en el norte se lee de un tirón. Es un relato absorbente en el que todos nos veremos más o menos reflejados, y en el que si bien es cierto que no hay momentos de impacto, hay una atmósfera que captura la esencia de lo adolescente con una mezcla de ironía —Rabaglati, por supuesto sabe que era insoportable, como todos a esa edad— y ternura. Porque es una época intensa, emocional e irrepetible, que pasa rápido pero deja huella. El final, sin sorpresas, es especialmente hermoso, aunque también conservador: Paul abandona simbólicamente la edad juvenil y empieza a hacerse adulto cuando inicia la reconciliación con su padre y supera un primer amor que acaba en tragedia, como está mandado.

Tal vez el secreto de Paul es que es un buen tío. No es un revolucionario, ni un misántropo. Es alguien normal, y aunque a veces nos saque un poco de quicio lo majete que es, al final le coges cariño porque sabes que no lo hace a malas, que es que es así, qué le vamos a hacer. Por eso creo que me ha gustado tanto verlo de adolescente malencarado y enamoradizo, haciendo un drama de todo, como no podía ser de otra manera.